Adiós a la casa de la orca Ulises: empieza el derribo del Aquarama del Zoo de Barcelona
El mítico espacio dejará paso a una nueva reserva de animales para albergar a animales con obras temporales en sus instalaciones
Barcelona
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Iniciar sesiónNostalgia máxima. Una máquina con una cizalla está despedazando, casi manualmente, el Aquarama, la que fue una de las instalaciones más emblemáticas del Zoo de Barcelona. Era la que, junto con Copito de Nieve, consiguió las máximas colas de la instalación y la que, día ... tras día durante décadas, provocaba las máximas emociones de los pequeños, embobados por ver como la orca Ulises jugueteaba con una pelota, o sus mayores refunfuños de los pequeños visitantes, cuando estaban pegados a los cristales para ver pasar al descomunal mamífero y los padres decían que tocaba salir de allí y seguir con la visita.
El espacio, que estaba inspirado en el Seaquarium de Miami, y que fue uno de los primeros en Europa con estas características se inauguró el día de la Mercè de 1968. Desde un primer momento fue un reto para el Zoo, tanto por sus dimensiones como por la complejidad de tener que almacenar y mantener en buenas condiciones su cantidad ingente de agua salada (el tanque tenía unos 2,5 millones de litros) que constantemente se filtraba y que periódicamente había que renovar.
Las expectativas, con unas instalaciones innovadoras en Europa que tenían que ser síntoma de la modernidad de Barcelona en una época en la que el televisivo Flipper puso de moda los delfinarios y sus espectáculos, no fueron pocas: técnicos del Ayuntamiento estuvieron en 1962 visitando el Seaquarium para conocer sus detalles y en 1966, dos años antes de que abriera al público, Francisco Franco acudió al Zoo a ver los trabajos, recuerdan ahora a ABC empleados del Zoo.
En nada, se convirtió en una atracción única, con capacidad para 1.300 personas: se llegaban a programar hasta tres o cuatro exhibiciones al día en las que los saltos y empapadas de Ulises al público con sus coletazos eran los grandes protagonistas. Prueba de lo que supuso el Aquarama para Barcelona, y Cataluña, fue que el último espectáculo que vivió se retransmitió en directo por TV3 y contó con el entonces presidente de la Generalitat, Pasqual Maragall.
En el Aquarama vivieron delfines, 31 en todo el tiempo, que a pesar de su simpatía quedaron siempre en segundo lugar desde que en julio de 1983 llegó Ulises a Barcelona, no sin un rocambolesco traslado desde el parque tarraconense de Rioleón Safari. La orca se marchó a Sea World, en San Diego (EE.UU.) en 1994 porque el tanque se le había quedado pequeña y el espacio siguió abierto hasta 2015, cuando el Zoo dejó de celebrar exhibiciones con cetáceos. Tras décadas de éxito, el recinto acabó perdiendo interés a medida que fue creciendo la concienciación sobre el sufrimiento que podía suponer para los animales espectáculos que protagonizaba. La macropiscina siguió dando cobijo a los que quedaban, hasta que en verano de 2020 se marcharon los últimos delfines.
Hacia el nuevo Zoo
Las obras, que han empezado esta semana y que hoy han vivido como literalmente desaparecía el mítico cartel azul que presidía la entrada del espacio, no son muy complejas pero se prolongarán durante cuatro meses porque la dirección del centro ha programado unos trabajos que, sobre todo, puedan rebajar al mínimo el impacto acústico y ambiental y permitan así garantizar en todo momento el bienestar del resto de inquilinos del Zoo.
El nuevo espacio, que se inaugurará en 2024, acogerá a las especies cuyas estancias se vean afectadas provisionalmente por las próximas obras de transformación del Zoo, que no serán pocas. Las instalaciones ganarán, en total, unos 3.500 metros cuadrados con cinco patios exteriores, visibles para los visitantes, y tres dormitorios, todos ellos equipados y aclimatados para reproducir los hábitats que se requieran.
«El día de hoy es agridulce, pero lo que vamos a hacer a partir de hoy es mucho más importante porque la demolición significa que ya no hay marcha atrás hacia el nuevo modelo de zoo», remarca a ABC el director del Zoo, Sito Alarcón. El derrumbe de la instalación tiene que dejar paso a una reserva de animales que contribuya al parque del siglo XXI, pensado como un centro de preservación de la diversidad que fomente la conservación, la investigación científica y la divulgación sobre la fauna salvaje y sus hábitats naturales.
La nueva instalación de los invertebrados es, para el responsable del Zoo, un buen ejemplo de este nuevo espíritu. «Estos animales suponen el 97% de los animales del planeta. A pesar de que pocos lo crean, cada vez tenemos menos insectos y nos hacen mucha falta. Tenemos que explicar su papel, igual que el de las arañas, porque si lo conocemos lo cuidaremos mejor», sentencia Alarcón.
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