La arquitectura hostil que expulsa de la calle a los sintecho
Bolardos, pinchos, o rejas impiden impiden el descanso de las personas sin hogar
Arquitectura hostil en Barcelona
«Llevaba tiempo casado y me vine abajo después de la separación», explica Sergio Camacho (Barcelona, 1967), todavía con media sonrisa dibujada en su desgastado rostro. «La calle es una realidad paralela a la que nadie quiere asomarse, nadie quiere saber cómo podría cambiarle ... la vida si no toma las decisiones adecuadas», remarca.
Con una memoria sorprendente, pasea por las aceras que solían ser su casa, las del Raval, narrando al equipo de ABC mil y una anécdotas vividas a merced de los gamberros. «La calle siempre ha sido un lugar duro, pero antes, por lo menos, uno encontraba lugares donde cobijarse y dormir», señala tomando asiento en un banco algo extraño, circular y de granito; plano, sin apenas respaldo. «Esto antes era un cómodo escaño de madera, protegido de la lluvia por los árboles y agradable para sentarse», apunta.
Urbanismo hostil
Preguntado por este tipo de planificación urbana, la que impide a los sintecho hacer uso del mobiliario callejero para dormir o cobijarse, Camacho responde que es algo común en todas las ciudades, y que se conoce como arquitectura hostil o defensiva. «Su objetivo es el de repeler a las personas sin hogar y, desgraciadamente, cada vez son más quienes secundan esta discutible moda urbana», señala, Camacho, que hace unos años logró encarrilar su vida gracias a la fundación Arrels, que brinda atención a las personas sin hogar.
Los mecanismos de este tipo de arquitectura son a menudo sutiles, pero si uno presta atención detectará un aumento de bancos con originales diseños, reposabrazos intermedios o, directamente, con formato individual para impedir que nadie duerma. También es habitual encontrar obstáculos en sitios cubiertos o macetas en las esquinas de las plazas, incómodos asientos en las marquesinas de autobús, rejas en los soportales o, en el caso más extremo, bolardos de cemento puntiagudos.
El vagabundo polaco Pawel Koseda murió en 2014 empalado por una verja
Este tipo de arquitectura es reveladora porque no es producto de irreflexión, sino de un proceso planificado. Es una descortesía diseñada, aprobada y financiada con el único motivo de excluir. Revela cómo la higiene primermundista ha anulado las consideraciones humanas, especialmente de puertas hacia fuera. Y aunque todo el mundo tiene, por supuesto, derecho a mantener limpio su portal, para Camacho, el sinhogarismo es únicamente la punta visible de un problema mucho mayor: el egoísmo humano. Y la arquitectura hostil materializa el espíritu de una sociedad que da la espalda al que no tiene.
Sergio Camacho
En un brillante artículo publicado en 2015 en ‘The Guardian’, el ex vagabundo Alex Andreou definía la arquitectura defensiva como la cortina del avión que separa la clase económica de la ejecutiva, protegiendo a los que están más adelante de las miradas envidiosas. El reportero aseguraba que dichos elementos mantienen la pobreza oculta e higienizan las ciudades, pero, irónicamente, ni siquiera logran su objetivo básico de hacernos sentir más seguros.
Ejemplos como el del vagabundo londinense Pawel Koseda, que fue encontrado muerto en 2014; desangrado, empalado en las púas metálicas de la verja que rodea St. Mary Abbots, en Kensington, prueban el trasfondo macabro de este tipo de arquitectura. Nadie está a salvo de ella y, de hecho, según explicó la prensa británica, el sintecho –que, por cierto, había sido profesor universitario en Polonia– tenía altos niveles de alcohol en sangre; peligro al que una gran cantidad de jóvenes se exponen a diario en las ciudades.
Mapeo de la arquitectura
«Hay gente que tiene más números de terminar en la calle que otra, pero lo que es seguro es que ningún sintecho esperaba que le pudiera suceder algo así», explica Ferran Busquets, presidente de Arrels, fundación que en su último informe sobre el sinhogarismo en Barcelona detectó, entre otros datos, que el 70 por ciento de estas personas en la capital catalana son inmigrantes.
Preguntado por la arquitectura hostil y sus otros tipos de uso, Busquets sostiene que, efectivamente, muchas comunidades la emplean «sin maldad», con el único objetivo de defender sus casas de los borrachos. Sin embargo, apunta, la mayoría de veces corresponde a criterios estéticos, con el único objetivo de ahuyentar a los sintecho.
Una de las iniciativas de la fundación que dirige es el mapeo de esta arquitectura. Entre el 6 al 19 de febrero, cerca de 300 alumnos de Barcelona peinaron la ciudad para señalar estos puntos. ABC acompañó a un grupo de cuarto de la ESO del colegio Sant Josep en su recorrido por el barcelonés barrio de Gracia. Libreta en mano, los alumnos encontraron unos 20 elementos en un paseo de hora y media -sin alejarse demasiado del centro-.
En la esquina de la calle Asturias con la literaria plaza del Diamant, una amenazante reja decoraba el bajo de un escaparate. Parecía una trampa para osos. No había que ir muy lejos en el barrio para encontrar barreras similares, con sospechosas formas triangulares que no invitaban al descanso. En la puerta de un garaje en Pere Serafí, rodeado de grafitis y carteles arrancados, lo que parecía ser antaño un agradable escalón, se había convertido en una cama utilizable solo por faquires. La máxima expresión de hostilidad la hallamos, sin embargo, también en una entrada para vehículos, en la calle Torrent de l’Olla, donde múltiples bolardos y pilones decoraban el espacio de manera muy hortera, especialmente desagradable para la vista.