Lo que los debates electorales esconden

Es posible que los demás candidatos no entraran al trapo porque consideraran que no era su «guerra» o prefirieran no desviarse ni un milímetro de las respectivas hojas de ruta electorales. No puede excluirse tampoco que alguno se callara por miedo a meterse en un «jardín». La cuestión israelí guarda con la cuestión del 'procés' un inquietante paralelo dialéctico en Cataluña: una parte puede decir libremente lo que piensa (o le han dicho que piense) sin miedo a que la llamen fascista. La otra, o se deja amordazar, o puede tener muchos problemas.

Yo me senté a ver el debate por la tele (ya saben que he dejado la política) con el alma especialmente sensible porque venía del Instituto Francés, de asistir a la conmemoración del Día del Holocausto y del Heroísmo, organizado por la Comunidad Israelita de Barcelona (CIB) y el Colegio Hatikva. Tuvieron la bondad de invitarme. A la puerta vi varias furgonetas de los Mossos armados hasta los dientes.

Actos como este se celebran cada año. Debo admitir que siempre me ha sorprendido que asista a ellos gente que luego no tiene empacho en participar en grandes campañas judeófobas, o incluso en orquestarlas. Como cuando la exalcaldesa de Barcelona Ada Colau concentraba tantas energías en tratar de hacer de la capital de Cataluña una ciudad 'judenfrei'. Precisando siempre que ella es antisionista, no antisemita. Es decir, que no tiene nada contra las comunidades judías. Sólo es partidaria de borrar el Estado de Israel de la faz de la Tierra.

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Pablo Amigo

«Un antisionista es un antisemita cobarde», proclamó el lunes Raimon Forado, el presidente de la CIB. Habló de los niños judíos que a día de hoy, mientras yo escribo esto, precisan seguridad para ir a la escuela. En Barcelona. Apeló a los líderes políticos, de opinión y de la cultura para que emulen a aquel ínfimo puñado de «justos entre las naciones» que plantaron cara casi en solitario a la barbarie nazi. De esos justos hacemos ahora películas como 'La lista de Schindler' o 'Los niños de Winton' o 'El ángel de Budapest'. Y nos reconforta pensar que todos habríamos sido como ellos. En la práctica, lo fueron muy pocos.

Por cierto, en el auditorio del Instituto Francés, lo más parecido a un líder político que había era Jordi Pujol. Nadie más. Todas las demás cabezas políticas catalanas de pasado, presente o futuro tenían otras cosas que decir o en qué pensar. Que cada cual saque sus conclusiones. Y que el terror nos coja confesados.