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tribuna abierta

Las escaleras de servicio

La descolonización pasa por tomar consciencia de qué escalera te toca usar. De qué comedor «te corresponde». Es exigir respeto. Y darlo, claro

'Mejor oler a mar': Así es el ensayo sobre la «descolonización del estómago» de Ana Luisa Islas

Ana Islas, autora del artículo (en el centro) con la también periodista Tana Collados abc

Ana Luisa Islas

Uno de los cuestionamientos que me han hecho en las presentaciones de mi libro 'Mejor oler a Mar' (Col & Col, 2023) es cómo podemos erradicar el colonialismo en nuestra vida diaria. ¿Cómo podemos observarlo, distinguirlo, nombrarlo y, si se nos da la oportunidad, condenarlo? Yo les hablo siempre de que debe comenzar en nuestra mente pero que después se puede materializar en acciones concretas, algunas más difíciles que otras, que después se volverán costumbre. Con el pensamiento viene la lengua. Y aunque a veces la lengua va más rápido que la mente, eventualmente se empatan. Con conciencia y con trabajo arduo. Se equivoca uno, pide perdón.

Borra el tuit. O lo que haga falta. Regala una bolsa llena de bombones. Lo que cada quien pueda y crea necesario. Se piden disculpas. Si hiciera falta. Y se sigue adelante, intentando hacerlo mejor la siguiente vez, como nos quitamos de encima los chistes homofóbicos. O eso intentamos. Un día a la vez. En mi libro sugiero algunas cuantas acciones colectivas, como cambiarle el nombre al pavo en catalán; en lugar de gall d'indi, decirle pavo. En México, cocineros y periodistas me sugieren llamarle mejor guajolote, su nombre original, antes del sinsentido del origen que tiene la palabra pavo. Casi tan tirado de los pelos y colonialista como lo de gall d'indi. Sugiero también que a irse de colonias se le llame mejor irse de viaje de curso, para que dejemos de sentir que irse de colonias es o era divertido. Hacer las Américas significa desfalcar las Américas. Llamémosle pues así.

Descolonizar nuestras acciones sería también que al invitar a una periodista gastronómica mexicana, con 15 años de experiencia en la fuente de la gastronomía de Barcelona, con más de una década escribiendo en el diario ABC, y representando a la 'Folha de Sao Paulo', uno de los diarios más importantes de Brasil, a la entrega de los Roca Awards «una iniciativa que rinde homenaje a la excelencia en gastronomía y literatura, al mismo tiempo que promueve el intercambio cultural» se la invite a cenar con el resto de los periodistas, los catalanes, porque no había medios españoles en el encuentro organizado por los hermanos Roca, Turkish Airlines, la Generalitat de Cataluña, la Diputació de Girona y el Ajuntament de Girona, en lugar de llevarla a cenar con los empleados encargados de la seguridad, las luces y sonido, el transporte y las azafatas (azafat@s en una entrega de premios gastronómicos, eso ya no debería pasar en el mundo post #metoo.

No es que yo tenga problemas con sentarme a cenar a la mesa con Nico, el empleado que estuvo encargado de traernos de vuelta a Barcelona en la camioneta con la pegatina de los Roca Awards, «premis de literatura internacional gastronòmica». Nico viene de Almería, pero vive en Llançà, un pueblito de pescadores que casi todo el pescado que recoge del mar lo manda a Barcelona. Lo que se puede comer en los restaurantes de Llançà no se pesca ahí. Viene de mucho más lejos, me contó cuando nos quedamos en la camioneta solos y me trajo hasta mi barrio, el Poble Sec. Yo no necesito, ni quiero, sentarme en una mesa con los mejores periodistas de este país. Si ellos no me quieren en su mesa, menos. No me interesa. Sin embargo, creo, que si quieren hacer cambios verdaderos, y hablar de intercambio cultural, hubiera estado bien que invitaran a la pescadera de Marina Monsonís, ganadora del premio a mejor libro en catalán, en el que habla de historias como la que me contó Nico, con pelos y señales. Son las historias de mi padre, me dice Monsonís. Enfermo, su padre, pudo ver a su hija presentar sus historias hace unos días en la Biblioteca de la Barceloneta: historias de personas que no solo murieron olvidadas, sino tristes y maltratadas. Las hijas de uno de ellos, me cuenta, estaban muy emocionadas en la presentación. Pos claro, le digo, jamás se había reconocido a su padre. Hubiera sido una buena oportunidad invitar a la pescadera de Marina, como quería hacer ella pero no le dejaron llevarla. Adriano Galante (artista multidisciplinar, muy querido en el gremio gastronómico barcelonés, y mi acompañante) y yo habríamos sido muy felices de conocerla. Nos habría honrado mucho su presencia en nuestra mesa, porque seguro que la habrían mandado ahí con nosotras.

¿Qué acciones podemos hacer cada día? Hay muchas, muchísimas que podemos desaparecer. Hay una que me chirría muchísimo cada vez que voy a casa de una amiga que vive en el Putxet, son las escaleras de servicio que en muchos edificios no solo siguen existiendo y utilizándose (las trabajadoras del hogar, cuidadoras, paseadoras de perros, periodistas gastronómicas latinoamericanas y cualquier persona de color marrón pa'rriba, van por las de servicio), se anuncian con letreros en las fachadas de los edificios, como aquel en donde vivió el «honorable» president Pujol. El otro día alguien le llamó honorable, se lo juro. En fin, que en ese edificio hay un letrero grande y claro, que anuncia la puerta de servicio. Lloramos con las películas de esclavos gringas pero subimos siempre por el ascensor correcto. La descolonización pasa por tomar consciencia de qué escalera te toca usar. De qué comedor «te corresponde». Es exigir respeto. Y darlo, claro. Es también aparecer en los espacios en los que no deberías estar, como leyó Lakshmi Aguirre al recibir el premio al mejor texto periodístico, y recordárselo a todos aquellos a los que no les extrañó verte ahí pero tampoco te invitaron a sus saraos. No debía yo tampoco estar ahí. Pero estuve. Y estoy, escribiendo para un diario brasileño sobre lo que se cuece en Barcelona porque nadie en esta ciudad está dispuesto a pagarme por lo que hago, a un precio justo para la experiencia que tengo y mi trayectoria. Como reivindicó Lakshmi, agradezco a mis editoras (todas mujeres, ella es una de ellas), en México, Málaga, Marbella y Brasil, porque sin ellas no seguiría escribiendo sobre gastronomía. Es tan agotador tener que estar demostrando una y otra vez que soy válida. Ya me cansé. Estoy tan agotada que he pensado cambiarme de bando y aprovechar todos los contactos que tengo en el sector, inspirada por mi proyecto referente en Ciudad de México y sus márgenes, The Food Commons, concebido por Beatriz Paz y Dalila Estrella, para crear una red que una proyectos gastronómicos que estén buscando soluciones a la crisis alimentaria que ya estamos viviendo y que solo irá a más si seguimos haciendo como que no existe tal crisis. Adriano Galante me acompaña en esta labor. No nos interesa sentarnos en mesas de manteles largos. Claramente, ahí no encontraremos las respuestas. Los Nicos, las pescaderas del mundo, los barrios históricamente en crisis, como la Barceloneta de Marina, el Poble Sec o la Sagrera, serán no solo su eje conductor sino también su espina dorsal. Todes están invitades a entrar en la red. En los edificios del Poble Sec no hay escaleras de servicio. Todos subimos por el mismo lugar. Marrones y blancos. La trobada d'editorials independents del Bar La Cañada y Editorial Candaya, que se celebra desde hace tres años en la Plaça Navas del Poble Sec, es prueba de ello. El siguiente año me gustaría que se fusionara con alguna de las charlas de la Filmig (Feria itinerante de literatura migrante, que se llevó a cabo la semana anterior). Me faltaron blancos en la Filmig escuchando todo lo que tiene que decir el colectivo migra. Me falta diversidad de colores y continentes en la trobada poblesequera. Hablen entre ustedes, diría Doris Lessing.

Se piensa, se actúa, se recula, se pide perdón y se vuelve a intentar. Eso es lo que toca ahora. Volverlo a intentar. No me refiero a crashear unos premios; no hubo crasheo, lo juro. Me invitaron, estuve ahí para entrevistar a Niki Signet, la autora del best seller Enciclopedia de los Sabores. Yo no vengo de familia adinerada, me explica en inglés la autora. 'I am not well educated', la traducción literal de esa frase retrataría el clasismo de la sociedad británica. No vengo de una casa bien, dirían en México. Yo tampoco soy niña bien: mi papá creció en la periferia de la Ciudad de México, muy a pesar de la familia de mi madre. El padre de Niki fue pescador, como los antepasados de Marina. Seguro que ellas también estarían encantadas en el comedor de empleados, sentadas con nosotros, excepto por el salmón de pisci factoría de la ensalada, que seguramente nunca vio el mar. Marina se ataca si se entera. Decidí no comerlo, pensando en Albert Molins. Y como protesta particular por lo poco que se sorprende y se indigna ya mi ser de que pasen cosas como la de ayer. En nuestra red, cuando haya premios, cuando haya una mesa, cuando haya un sarao, todos beberemos champán si alguien abre una botella haciendo ruido. Y todos nos levantaremos de la mesa y nos iremos hasta que dejen pasar a todos los que venían con nosotros. En nuestros edificios no habrá letreros de servicio. Nuestros pavos se llamarán guajolotes. Nuestras mesas no estarán separadas; serán largas, eso sí. Serán también circulares, para que todes podamos mirarnos a los ojos como iguales.

Estamos en las puertas de una crisis climática y, por lo tanto, alimentaria sin precedentes. Es imperativo que invitemos a nuestra mesa a todas las personas involucradas en el gremio. De cualquier color, país, territorio o medio. Si faltan personas en la mesa, las respuestas serán siempre incompletas. Si no le preguntamos a todos su versión del partido no tendremos la visión completa del mismo. Las respuestas a la cocina de crisis están en esas regiones que han vivido en crisis desde hace 500 años. Si no las sentamos a la mesa pero usamos sus ideas, sus rituales, sus técnicas y sus ideales, seguiremos expoliándolas y estaremos condenados a la extinción. En los pueblos en México la autosuficiencia no es una utopía. La milpa ha permitido a millones de mexicanos sobrevivir aún con las crisis y las guerras a las que tienen a mi país sometido desde que comenzó la colonización. Basta de ningunear pueblos, sus saberes y sus personas. La colonización se erradica un plato a la vez. Una receta a la vez. Una entrega de premios a la vez. Una red a la vez. Si quieres sumarte, escríbenos al correo: ana_islas@yahoo.com. Envíanos una carta antes del viernes 25 de abril en la que expliques ¿por qué quieres formar parte de la red?

Las escaleras de servicio no se van a quitar solas. Hay que llevar desarmador, pico y pala. No se puede descolonizar el pensamiento si no se descolonizan primero los espacios. ¿Comedor de empleados? ¿Por qué unos comen lechugas de bolsa, de las que provocan cáncer, con salmón que no es salmón y otros se comen el salmón de Noruega en Madrid o el pescado de Llança en una antigua fortaleza en Girona? Dinamitemos las escaleras de servicio. Dinamitemos las fortalezas. Acabemos con las redes que no incluyen a todes. Los premios, también. Y con sus cenizas hagamos composta y sembremos unos nuevos, más justos, más incluyentes y más hermosos a los cuales aspirar, con los cuales habitar: redes, espacios, medios, restaurantes, premios y libros. Es urgente.

Ana Luisa Islas es escritora y periodista especializada en cultura y gastronomía.

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