Zamora, llanto por una tierra quemada
La provincia y sus gentes intentan recuperar la normalidad con un regusto amargo, una profunda frustración y la sensación de que «volverá a suceder». A la riqueza natural arrasada y las pérdidas económicas se suman grandes desafíos, como el de la despoblación
León contra las llamas: «Esto se muere y no hay forma de hacer nada»
Abejera de Tábara (Zamora)
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Iniciar sesiónDos carteles conviven en un poste en Abejera de Tábara. El primer aviso es sobre una misa «por todos los afectados del incendio»; el segundo ofrece la atención de un psicólogo para cualquier vecino. Convertidos en testigos mudos de las 'cicatrices' que ... atraviesan a Zamora, esos papeles hablan del fuego, pasado y reciente, y de un futuro para el que también hay toda clase de comentarios de las gentes tocadas por «el desastre», pero en el que caben, sobre todo, mucho enfado y una gran desesperanza. «Volverá a suceder. Nadie reconoce una mala gestión», sentencia, lacónico, uno de los residentes en el pueblo, Antonio Escuadra.
Además de los tres fallecidos durante los incendios de este verano en Castilla y León, el núcleo de Abejera se ha llevado uno de los episodios más duros de la crisis. Como enumeran sus paisanos, la prueba son cuatro nombres: los de José, Francisca, Josefa (la hija de ambos) y el de su marido, Quico. Una familia hospitalizada y en estado aún muy grave por un alto porcentaje de quemaduras en sus cuerpos. Sedados, los médicos los siguen tratando y prueban injertos para intentar salvarles la vida.
«Al parecer huían del fuego en coche. Se puso el humo delante, no veían nada y eso los sacó a la cuneta», explica José Villar, que fue con las dos mujeres quemadas en la ambulancia. La Guardia Civil había «sacado en brazos» a su propia madre –centenaria– de una casa que luego ardió. «Se había calmado el fuego, cambió el viento y al reavivarse lo abrasó todo», cuenta. «No hubo tiempo para nada, salimos sin ropa extra, sin pastillas… Cuando vi el fuego, les dije a mis nietos: 'poned la mano en la boca y suela'...», completa Félix, otro vecino, junto a Bárbara, que escucha atenta.
Tres grandes fuegos se han impreso este 2025 en la memoria de la provincia como un hierro candente: el domingo 10 de agosto comenzó el de Molezuelas de la Carballeda (al norte de Zamora, para saltar luego a León); un día después, el de Puercas, en una posición más central; y el jueves siguiente, día 14, el de Porto, limítrofe con Galicia. Se suman a la memoria reciente de los incendios de la sierra de la Culebra y Losacio, que en 2022 se llevaron por delante más de 55.000 hectáreas, en torno a un cinco por ciento de la provincia.
Ahora, en el verde de los montes se abre paso un rosario de heridas negras, aunque sólo de cerca se distingue lo sano y lo perdido. Las ya 'tocadas' sierra de la Culebra y comarcas de Aliste y Tábara han recibido una segunda pasada del fuego: cadáveres de corteza siguen enclavados en matorrales frescos, pero las arboladas salvadas entonces y brotes nuevos han ardido con ganas. También las laderas cercanas a la Laguna de los Peces de Sanabria dejan ver la mordida de los incendios, con una dentellada desigual y en los bordes una costra de tierra que, arriba, ha impuesto un silencio que casi ningún pájaro se atreve a romper. Mientras, en las comarcas de Benavente y La Carballeda, árboles despanzurrados humean todavía, semanas después. Entre el hedor a abono requemado y una especie de arenas movedizas de ceniza, unas ciervas buscan agua y comida. Sin bebederos ni comederos 'oficiales' por ahora, algún vecino les ha dejado manzanas y ciruelas en un montón situado al borde de un coto de caza, con la esperanza de que con eso sobrevivan.
Fauna desorientada
«Si es que tienen que estar desorientados, no saben adónde ir», señala Silvia Gallego, alguacil de Molezuelas de la Carballeda, que recuerda que –además de las dificultades en las que esto ha metido a la ganadería– se ha quemado «mucha encina y pino», toda una importante «zona salvaje» en la que también vivían corzos, jabalíes o liebres. Silvia admite que está «cabreada» y que le «da mucha bronca». «No podemos obviar el cambio climático, pero el campo está dejado y esto ha sido un despropósito», afirma.
Luego enseña fotos con su móvil y comenta que aquel domingo caluroso, en apenas un par de horas, la «columnita de humo» que veían se transformó en un «horizonte en llamas» que avanzó implacable hacia las localidades de Uña y Cubo de Benavente, llegando a quemar viviendas. También reventó una nave industrial, que ahora parece una ballena varada y abollada en Cubo, en un paraje que a trozos se deja ver en blanco y negro.
«El operativo estaba avisado», dice Silvia, pero tenían que venir desde Las Médulas (León) «porque estaban todos allí». «El fuego es un poco impredecible, pero si no cuidamos lo que tenemos, esto no dura», subraya, mientras niega con la cabeza.
Molezuelas celebró su fiesta de agosto, la Cachuleira, para que los niños se evadiesen, cuenta. Sus sobrinos siguen preguntándole «si han cogido ya al que hizo esto». Aún no, pero será «algún malnacido», zanja Enrique Osorio, que está convencido de que detrás hubo un pirómano. Habla un poco justo antes de unirse a la timba de cartas de la asociación local. «Lo vivimos con mucho agobio, los niños gritaban 'que nos quemamos'», añade. «A la gente se la evacuó con coordinación; el resto quedó calcinado», lamenta.
Nada pudo hacer el kit de urgencia que facilitó la Diputación este verano para extinguir incendios dentro del pueblo. Las precauciones frente a la ola de calor se antojaron igualmente impotentes, pero aún pueden recordarse gracias a otro cartel: un bando municipal de junio que exigía que cada vecino limpiase sus solares, fincas y huertos para prevenir desgracias derivadas de posibles fuegos.
También hay señales llamativas en carretera, camino a San Justo: 'Conduzca con cuidado, no nos sobran los habitantes', ironiza un panel. Humor y bellos restaurantes se entremezclan con la resignación que provoca la despoblación y a los baches del firme, o con la rabia provocada por las paradas suprimidas del AVE, que aún escuecen en Sanabria y que han hecho que «profes que daban clase en El Puente hayan renunciado a la plaza porque no llegan», ejemplifica Ana, vecina de San Martín de Castañeda.
En San Justo –aquí el viejo bando es del día 18 y recomienda permanecer en casa o usar mascarilla– la sensación de hartazgo cierra muchas bocas. «Si decimos lo que pensamos, no lo vas a poner», se encogen de hombros los parroquianos del bar.
Pero sí que acaba saliendo a la superficie algún detalle, como el poso de enfado por cómo se hicieron las cosas durante su evacuación. Conchi Barrio y Manolo Vila, frente a su jardín, se sienten «engañados» y confusos porque ya estaban «listos para marchar» cuando les dijeron que no era obligatorio. Decidieron quedarse. La mujer comenta que no entiende por qué si aquellos días bajaban a por pan o una medicina, no les permitían subir de nuevo a casa. «El bus del desalojo bajaba vacío», dice ella. Luego se habló de sanciones por no desalojar las viviendas, aunque también ha oído el comentario con el que alguien respondió a la advertencia: «'Si llega alguna multa aquí, sí que se va a armar'».
Lo que de momento sí se está tramitando desde la Junta de Castilla y León son ayudas directas a los afectados. Las de 500 euros son «un detalle», a juicio de Silvia Gallego, pero no una solución completa. «El planteamiento de ayudas de la Junta es algo rápido y, salvo que te haya jodido la casa, creo que para reconstruir sería más útil canalizarlo a través de los ayuntamientos, que son muy pequeños y con pocos recursos», opina. «Hay ideas, pero suponen dinero».
Google y los medios
En los pueblos sanabreses preferirían ayudas fiscales (las que se gestionan ahora igual tendrán que tributarlas) y se quejan de la mala prensa de la catástrofe, una revictimización que les roba el final del verano. La carretera que lleva a San Martín de Castañeda aún aparece cortada en la aplicación de Maps. «Google está haciendo mucho daño, porque la gente piensa que no se puede llegar, el pueblo en satélite aparece quemado y no es verdad», se queja Ana, que pasa allí todos los meses que puede.
Desde la barra el propietario de El Recreo, el hostelero Javier López, coincide, tras cinco días cerrados y una reapertura «en condiciones penosas». «Hemos tenido muchas pérdidas que la gente no ve», repite, disgustado. «Un carnicero ha podido perder miles de euros por aprovisionarse porque venían las fiestas de San Justo y de Mombuey», ejemplifica. Parajes como el monasterio de San Martín de Castañeda o la cascada del Sotillo están intactos pero «los turistas ven en los medios esas fotos con todo negro y dicen '¿a qué voy a ir ahí?'». «Esto es una aventura: puede que la gente nos visite por morbo o por solidaridad, pero ahora estamos en un impasse», indica, escéptico.
Olga, Lorenzo y Candela, de Madrid, son de los pocos turistas que exploran el lago, antes de viajar a Galicia. El resto son curiosos que ascienden a ver la negritud de la Laguna de los Peces. «Estábamos dudosos con los incendios», reconoce Lorenzo. Según la madre del grupo, recurrieron a un telefonazo al hotel «y nos dijeron que aquí no había ningún problema».
El joven panadero que recorre la zona, Diego Chimeno, también considera que en Sanabria el mayor impacto es el «económico». Aunque él sigue vendiendo raquetas, barras y napolitanas al que acude a la llamada de su claxon, indica que a quien vive del turismo el fuego «le ha fastidiado un par de semanas de las que depende bastante». «Yo no sé exactamente con qué se puede resolver, no soy experto, pero hace falta prevención», concluye.
Uno de sus clientes, Jaime Román, ve mala solución para evitar que suceda de nuevo, al menos con esta vida moderna que se lleva. «Antes estaba todo labrado, ahora no se ha desbrozado nada; en San Martín quedan algunas vacas, pero llegó a haber cuatro rebaños de ovejas; en tiempos se sacaba mucha leña para la lumbre y aquí nevaba mucho, y eso apenas pasa ya tampoco», contrapone. «Ahora los pueblos son bonitos, pero no hay trabajo», arroja el jubilado, mientras compra también unos higos a Amadeo Rodríguez, un zamorano de Colinas de Trasmonte. Pasa los 70 y parece querer desafiar esa última afirmación, vendiendo esa fruta de forma itinerante al volante de su polvoriento pero fiel Escort Ghia Nomade.
De vuelta en la sierra de la Culebra, en Abejera cuesta más volver a la normalidad: lo cercano del fuego y la sensación de repetición pesan en la moral. Piensan que se perdió un tiempo precioso: «Allí se puso un sargento en posición de héroe y nos dijo que aún no podían actuar porque esperaban órdenes», recuerda Antonio. «Era mi vida y la de mis nietas las que corrían peligro, quiero que alguien me explique a qué había que esperar», insiste. «Abrí los grifos y las mangueras en casa y me fui con el convencimiento de que Abejera iba a arder», relata, para deshacerse en historias sobre aquella «bola de fuego» que aún los tiene traumatizados. Al fin y al cabo, «si el viento persiste quince minutos más en la misma dirección, se quema todo el pueblo».
Críticas
«Estos días, los lloros son la única reacción que nos queda», asegura por su parte Antonio, que describe el estado genearlizado de abatimiento. «En esta zona somos tan pobres que no tenemos ni asociación que nos visibilice», se duele. Con videoconferencias y planes buscan pequeños pasos para recomponerse, pero se sienten «abandonados», reconocen José y Félix. Bárbara asiente, grave: este otoño, ni setas ni castañas. La escasez de jaras –muchas ya explotaron en 2022– harán que se tarde en volver a encontrar boletus en una sierra de la Culebra que se enorgullecía de su riqueza micológica.
Y aunque a lo largo de la provincia de Zamora muchas críticas son constructivas y tienen en cuenta la dificultad que suponen la enorme extensión del terreno o las condiciones meteorológicas extremas que se vivieron aquellos días, el descontento con la gestión también busca culpables en la política. Desde la Coordinadora Rural de Zamora afean a la Junta su falta de diálogo. «Esta comunidad se gobierna con una soberbia insoportable», apunta el portavoz de la federación de asociaciones, José María Mezquita. Asegura que no aceptan propuestas «y casi nunca te contestan». Otros cargan contra el Ejecutivo de Pedro Sánchez, tal y como se plasmó en la visita del presidente a Molezuelas de la Carballeda, durante la que el presidente del Gobierno recibió graves insultos.
«No estamos contentos con la administración», resume Félix como vecino. Unos prefieren no mojarse y otros aseguraron que protestarían en la manifestación convocada en León este sábado, 6 de septiembre. Si en algo se ponen de acuerdo los reproches es en lo necesario del desbroce, de una mejor coordinación entre fuerzas y de un operativo permanente.
Mientras, la mayor parte de las fiestas patronales se mantienen «para levantar el ánimo». Silvia cuenta que Cubo, pese a salir más que 'chamuscado', no las perdonó precisamente por eso. También los negocios de zonas más turísticas, como Sanabria, echan el resto para capear la adversidad. «Se quemó el bolsillo, pero no la ilusión», concede con una sonrisa más alentadora Javier López. Y allí donde crece la desesperanza, en sierra de la Culebra y tierras alistanas y tabaresas, tres burros que volvieron a su redil de Abejera después de que los soltaran a su suerte hacen pensar en un cuarto, el de Ignacio. Los paisanos cuentan que apareció días después de la forma más insólita, después de pensar que se lo había tragado el fuego. Quizás no todo esté perdido.
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