Voluntarios, un regalo de tiempo y dedicación
Varios jóvenes hablan de su experiencia en alguno de los proyectos a los que se entregan desinteresadamente. Muchos son universitarios o ya trabajan y «se cogen sus vacaciones para venir»
Valladolid
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Iniciar sesiónEl verano es sinónimo de vacaciones, la estación por excelencia para tomarse un respiro y disfrutar de algo de tiempo propio. Y, sin embargo, Castilla y León cuenta con un no despreciable puñado de voluntariados, iniciativas por las que –normalmente jóvenes adultos, tanto españoles ... como de otros países– escogen dedicarle ese tiempo a los demás y a toda clase de buenas causas.
«Estas iniciativas me gustan como tal, pero diría que este mundo me interesa por su multiculturalidad y por la ayuda que supone tanto para el medio ambiente como para las personas», razona Juan Sáez Sierra, de 24 años. Procedente de Grijota (Palencia), se ha apuntado a uno de los campos de voluntariado que convoca la Junta, que en esta edición ha propuesto quince proyectos de quince días y 22 plazas cada uno. Han salido adelante doce de ellos, ya que su realización depende del número de personas que se apunte. Pero en la era post-covid eso implica que el poder de convocatoria se mantiene.
«Esta edición está siendo muy satisfactoria», asegura Estela López, directora general del Instituto de la Juventud. «Creo que los participantes se están involucrando más que nunca, estamos muy orgullosos de su compromiso». Las propuestas se dirigen o bien a adolescentes de entre 16 y 18 años o a mayores de edad hasta los 30, y las temáticas son «muy variadas», explica, pues «se crea un programa 'ad hoc'» en base a las necesidades.
Por ejemplo, en Atapuerca (Burgos) hay un campo de arqueología «muy consolidado», y en Villalasán (Zamora) se ha llevado a cabo una propuesta basada en la restauración del patrimonio que ha rehabilitado bancos y ha despejado senderos.
Un «granito de arena»
El grupo de Juan, en concreto, se ha trasladado a Horcajo de las Torres (Ávila), que ha encontrado el 'gancho' para recuperar su historia en la visita del rey Carlos V en 1556. El veinteañero describe cómo su trabajo mañanero –las tardes se dedican a ocio y actividades en la zona– consiste en «quitar arbustos o maleza» de caminos. Han despejado una fuente y limpiado los alrededores de la iglesia del municipio, algo «muy importante para que el pueblo no prenda».
Porque si algo han hecho los incendios que devoran la temporada estival es convencer más a este joven, que estudió gestión turística, de lo crucial de iniciativas como ésta. Y de «más puestos de trabajo» para cuidar el medio ambiente. «Ahora vengo aún con más energías, me duele que la tierra se queme y este es mi granito de arena», indica.
Pero los motivos para embarcarse en su proyecto, sólo ellos y cada uno pueden aclararlos. «Cuando terminé la universidad, me dije '¿Y ahora qué?'. Veía un voluntariado como una oportunidad, quería conocer otra cultura y dar mi 'contributo', aportar algo», explica Anna, una italiana de 23 años que procede de Brescia.
Esta graduada en Relaciones Internacionales llegó a Valladolid un par de meses antes de verano de la mano de los voluntariados del Cuerpo Europeo de la Solidaridad. «Tenía algo de tiempo libre antes de comenzar el máster, y aunque no es mi campo de trabajo habitual, me gustaba la idea de trabajar con niños», cuenta. Se quedará hasta septiembre como un apoyo más del programa Caixa Proinfancia en Casa Aleste.
Dos compañeros van con ella, Joana y Davide, si bien ambos están dedicando su voluntariado a Proyecto Hombre. Ella en el servicio de prevención con niños de Arturo Eyries; él, a cargo de un taller de bicicletas, así como ayudante en otras actividades para usuarios de la comunidad terapéutica.
Davide, de Cremona –otra localidad italiana–, tiene 21 años y empezó estudios de Informática, pero se dio cuenta de que no quería pasarse «ocho horas al ordenador». Cuando descubrió la existencia de los voluntariados europeos no se lo pensó. «No me importaba dónde ir, pero sí que sabía que quería participar en algún proyecto social», rememora.
«Un año de pausa»
Por su parte, Joana, una ingeniera industrial de 26 años llegada de Oporto (Portugal), terminó la carrera hace tres años y se puso a trabajar. Cuando su último contrato finalizó, decidió hacer «un año de pausa». «Cuanto más tiempo pasa, más difícil es tomarse ese año, y para mí tenía que ser ahora», justifica.
Su cometido en el barrio vallisoletano de Los Pajarillos tampoco parece tener mucho que ver con su profesión, pero ella valora tanto el sitio como la iniciativa. «Antes pasé un mes en una escuela en México. Para mí, el trabajo con niños y jóvenes es muy importante porque ellos son el futuro», resalta. «Y el intercambio cultural es muy enriquecedor», opina. Anna asiente: «Cuando te vas a otro país, sales de tu zona de confort».
Pero arrimar el hombro en otros países y culturas no es lo único que pesa en estas iniciativas, ya que, de hecho, en muchos casos, el voluntario es castellano y leonés y «tiene la motivación adicional de trabajar por su tierra», como señala Estela López. Bien lo sabe el también voluntario Javier Peñalba, un habitual del campamento de Aspaym en Cubillos del Sil (León).
«Tampoco hay que irse muy lejos para ayudar. Se puede hacer mucho desde donde estás», reflexiona. Este joven de 19 años dejó sus estudios de Física en Salamanca por los de Educación Social y es un enamorado de la veterana acampada de la asociación, que reúne tanto a niños con discapacidad como sin ella en el Bosque de los Sueños.
«Reventados» pero contentos
Aunque a nivel organizativo es «otro mundo» –ya que exige adaptar todas las dinámicas y actividades para salvar barreras como los impedimentos para sillas de ruedas– el campamento encandiló a Javier cuando era niño, y este ha sido su segundo año como monitor voluntario.
«La gente con discapacidad es muy de verdad, muy lista, educada y auténtica, y aquí los niños, que aún no tienen prejuicios, hacen amigos sin darle importancia a las diferencias», cuenta Javier, que lo enlaza con su historia personal. «Yo lo he 'mamado' y ahora me pagan con la felicidad de estar aquí», completa. Aunque tiene la formación y trabaja de ello en otras ocasiones, Cubillos es diferente para él, y se nota. «En este hueco dije que no, que ni aunque me pagasen iba a otro sitio».
El coordinador de monitores del campamento de Aspaym, Víctor Núñez, cree que uno de los aciertos de la propuesta es que «nadie es más que nadie». Tampoco entre los voluntarios de Aspaym, para los que el campamento es, a pesar del cansancio, un premio en sí mismo.
«Muchos son universitarios o trabajan, pero se cogen sus vacaciones para venir y les gusta muchísimo, y mira que no deja de ser un campo de trabajo de 12 días y 24 horas al día», advierte Víctor. «Acaban entre reventados y súper contentos», completa. Casi todos fueron como niños y repiten de adultos, como Javier, y como el propio Víctor, de 30 años, que también en este rol aparta esas fechas a todo coste en su agenda.
«Son muchos preparativos, pero cuando se acaba el campamento y un niño te da las gracias, no hay sueldo que lo pague», valora. Indica que, por desgracia, no hay mucho abanico de ocio para niños con discapacidad. «Lo esperan con ilusión porque son sus vacaciones, supone un respiro en el que no tienen que estar pendientes de si pueden adaptarse y participar en un juego o quedarse a dormir en un sitio».
En proyectos así, también el entorno sale ganando y reverdece socioeconómicamente. «Somos la alegría de Cubillos, nos lo dicen siempre, el pueblo se ha involucrado y en el bosque se está increíble», resume Víctor. En la empresa de tiempo libre Veintytress, encargada de varios campos de la Junta, entre ellos el de Horcajo y otro en Fermoselle (Zamora) coinciden en el análisis: «La vida que algo así da a los pueblos es de otro mundo. Al final, estos voluntarios interactúan mucho con ellos», asevera su responsable, Javier Mazariegos, que cuenta que «adaptan el cronograma a los recursos y actividades del lugar».
Los voluntarios compran en las tiendas, comen en los bares-restaurante y charlan con los vecinos del lugar. «La gente es súper amable y la comida, excelente; nos cuidan muy bien», certifica Juan desde Horcajo. No en vano, entre las satisfacciones que le brinda, destaca las relaciones interpersonales o los debates y puntos de vista de otros jóvenes.
Esos vínculos de semanas o meses de convivencia son un regalo tanto para participantes como para voluntarios, como también indica Anna. «Los niños de aquí ven a alguien del extranjero que viene a estar con ellos unos meses, que se interesa y se preocupa por ellos, y eso es crucial», apunta.
Los pequeños ríen y la llaman juntando las yemas de los dedos, en ese gesto que es ya un cliché de Italia. A Davide, igual. Joanna sonríe; con ella no tienen tan claro el estereotipo, pero está siendo una oportunidad magnífica para «entrenar la empatía y comprender al prójimo». Además, su tiempo aquí también les sirve para explorar Valladolid y sus costumbres o para mostrar las suyas. «Están siendo aprendizajes muy personales, me están sirviendo para conocer más a otra gente y a mí misma», responde Anna. Davide no tiene claro aún qué se llevará de la experiencia: «Aún tengo que descubrirlo».
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