Venenos letales, grandes fastos y cercos por amor en la fortaleza de Coca
FANTASMAS Y CASTILLOS (V)
María de Fonseca se enamoró de don Rodrigo Díaz de Vivar, el gallardo marqués de Cenete: para evitar sus devaneos, fue retenida por su padre entre las murallas del fortín y él encerrado en el castillo de Cabezón

Como en los ancestrales romances de padres posesivos enfundados en impenetrables armaduras que encierran a sus bellas y solicitadas hijas en la torre del homenaje, el recinto de Coca (Segovia) fue escenario de una historia protagonizada por la hija de los señores del castillo, María ... de Fonseca, enamorada de don Rodrigo, marqués de Cenete. Los Fonseca y el rey Fernando el Católico al conocer de los amoríos 'prohibidos' se opusieron al enlace y ordenaron el matrimonio urgente de la díscola muchacha con otro mancebo a gusto de los padres de la novia.
Pero al negarse a perpetrar dicho maridaje concertado, María fue encerrada entre los muros de la fortaleza y obligada a matrimoniar con otro, «con o sin su aquiescencia», aunque su amado cercó la fortaleza con la intención de rescatarla de las garras de su progenitor con poco éxito, y fue encarcelado a su vez en el castillo de Cabezón (Valladolid), y en esta ocasión por orden de la reina Isabel. Aunque otras fuentes aseguran que el audaz y donjuanesco prócer fue escaldado a lo vivo por las brasas arrojadas desde las almenas por los hombres de Fonseca mientras cortejaba a su dama, lo cierto es que no murió. María, la malcasada, siguió esperando a su «divino» marqués, hasta que Cenete hizo acto de presencia. María de Fonseca y Toledo fue, finalmente, la segunda esposa de Rodrigo Díaz de Vivar y Mendoza, y tuvieron descendencia: Mencía de Mendoza y María de Mendoza y Fonseca, esta última nacida alrededor de 1516.
Veinte años le llevó al posesivo Alonso de Fonseca y Ulloa, arzobispo de Sevilla, levantar el castillo de Coca, de 1473 a 1493, que fue escenario de grandes fiestas. Entre las damas castellanas que más frecuentaron aquellos saraos destaca por derecho propio Beatriz de Bobadilla, marquesa de Moya, señora que a todos enamoraba y que asistió a cuantos festejos pudo en aquel castillo, lugar de referencia de eventos sociales para la nobleza, con banquetes, torneos, ceremonias reales y celebraciones culturales con música, juglares, acróbatas, torneos y justas, así como solemnidades políticas, como fue el caso la proclamación de Isabel I en 1474 en el Alcázar de Segovia. Incluso, ya durante el reinado de Juan II, patrono de poetas, el monarca gustaba de reunir en palacio a los escritores y pensadores castellanos, cuando los castillos eran los cenáculos óptimos para la promoción de las artes, lecturas de poesía y actuaciones musicales.
Ciertamente, las tensiones familiares y políticas durante el reinado de los Reyes Católicos eran moneda de uso común, cuando los matrimonios entre la nobleza se 'arreglaban' a menudo generando conflictos. Pedro Girón Acuña Pacheco, maestre de la Orden de Calatrava, se comprometió con Isabel, entonces princesa, mediante pacto político: la Conferencia de Coca en abril de 1466, un matrimonio en el que la diferencia de edad y la reputación de Girón como hombre de vida disoluta suponían dos escollos muy difíciles de salvar para la infanta.
Beatriz de Bobadilla, al ver el sufrimiento de Isabel, afirmó: «No permitirá Dios, señora, tan gran maldad, ni yo lo sufriré», y desenvainó un puñal, prometiendo matar a Girón cuando estuviese desprevenido. Pedro Girón falleció al mes siguiente, el 2 de mayo de 1466 en Villarrubia de los Ojos, durante su viaje desde Almagro para encontrarse con Isabel y consumar el enlace. Aunque el historiador Francisco R. Uhagón indica que murió de una tonsilitis purulenta que derivó en un absceso, las circunstancias inusuales de su muerte, justo antes de un matrimonio políticamente crucial, generan aún hoy serios indicios de haber sido víctima de envenenamiento. El testamento de Girón, redactado nada menos que nueve días antes de su fallecimiento, sugiere que el tósigo era de acción lenta para no despertar sospechas. Las visitas a la fortaleza segoviana advierten a veces la presencia de una silueta oscura y sin rostro, acaso un fantasma que se lamenta y que busca algo o a alguien. ¿Será la impenitente y fiestera doña Beatriz, que llora arrepentida?
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