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La Seminci fabula y alza la voz contra la homofobia

Javier Rebollo' regresa a Valladolid con 'En la alcoba del sultán', el rumano Emanuel Parvu presentó 'Tres kilómetros al fin del mundo' y la helena Athina Rachel Tsangari completó el día con 'Harvest'

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Javier Rebollo, director de la película de la Sección Oficial 'En la alcoba del sultán' junto a la actriz Pilar López de Ayala ICAL

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Tres obras dispares concentraron este miércoles el interés de la Sección Oficial a competición de la 69 Semana Internacional de Cine de Valladolid, en un día que arrancó con el regreso al certamen del cineasta madrileño Javier Rebollo, bien conocido como cortometrajista en el festival, que en esta ocasión ha presentado su cuarto largometraje, 'En la alcoba del sultán', donde rinde tributo a los orígenes del cinematógrafo. También en tono de fábula, esta vez apocalíptica, la realizadora griega Athina Rachel Tsangari (ausente en la ciudad) participa por primera vez en Seminci con 'Harvest', una adaptación de la novela homónima del británico Jim Crace, que traza un retrato atemporal de la raíz de los males que asolan al mundo contemporáneo. Por último, el rumano Emanuel Parvu presentó 'Tres kilómetros al fin del mundo', una denuncia alta y clara contra la homofobia que se alzó con la Queer Palm en el Festival de Cannes, informa Ical.

«Aburrirse es como besar a la muerte». Así lo dicen hasta en dos ocasiones en la película de Rebollo, que reivindica en clave de fábula el poder de fascinación del cinematógrafo, y lo hace siguiendo los pasos de uno de los operadores de los hermanos Lumière, Gabriel Veyre, que fue el responsable de introducir en África el séptimo arte.

La productora Nathalie Trafford explicó que el rodaje de la película estaba inicialmente previsto en Fez (Marruecos), donde se había escrito el guion «a lo largo de muchísimos años». «Teníamos unos palacios maravillosos, los más grandes de África, un productor asociado local y un equipo de rodaje marroquí estupendos, y a tres días del inicio nos convocaron las autoridades de Fez para decirnos que no íbamos a rodar allí, porque no se podía tolerar hacer una ficción sobre un sultán marroquí. Le dimos la vuelta a la tortilla y llegamos a Túnez, donde nos abrieron los brazos y ahí hicimos la película», relató.

Sobre ello Rebollo aseguró: «Perdido el realismo, abrazamos la fantasía». «Eso es el espíritu aventurero de Veyre, el de los primeros cineastas. Me siento como un operador de los Lumière. Soy un cineasta que viaja, que ha vivido largas estancias en Argentina, en África, en Francia… Me encanta conocer otros países y vivirlos. Es lo que hacían Veyre y los otros operadores, con su camarita a cuestas dando la vuelta al mundo», desgranó.

Miedo y destrucción

Por su parte, 'Harvest' pone el foco en una pequeña comunidad rural dispuesta a recoger el fruto de todo un año de trabajo. En el arranque, el humo tiñe la atmósfera del pueblo, sobresaltando a sus habitantes, que corren con desesperación para encontrar el origen de las llamas. La cámara les acompaña nerviosa, hasta que dan con tres forasteros (dos hombres y una mujer), a quienes atribuyen el desastre que ha estado cerca de llevarles a la ruina.

A lo largo del extenso metraje, emergen cuestiones como los abusos de poder, las lealtades grupales o el miedo a lo desconocido. El odio y la venganza ejercen como motores para los personajes, incapaces de atisbar el desastre que se les viene encima, mientras el pusilánime señor de la villa actúa como si nada estuviera pasando y el protagonista, interpretado por Caleb Landry Jones ('Tres anuncios en las afueras') intenta ayudar a un cartógrafo recién llegado para trazar un mapa de la zona.

Por último, 'Tres kilómetros al fin del mundo' enreda y desenreda con frialdad la telaraña en la que se ve envuelto Adi, un adolescente que estudia el bachillerato en Tulcea y que regresa por vacaciones a su pueblo en el Delta del Danubio, donde sufre una brutal agresión homófoba. Esa es la premisa inicial del film, que centra el grueso del metraje en plasmar cómo esa situación rompe el idílico microcosmos estival que se vislumbraba, hasta reformular la mirada que sobre el joven tienen sus vecinos y su propia familia, mientras la historia avanza a ritmo de historia policiaca donde sobran culpables y apenas existen inocentes.

El conservadurismo, el peso de la religión, la superstición, el poder oligárquico en las pequeñas poblaciones, la incomprensión y el choque frontal intergeneracional, entre el pasado y el futuro, son presencias constantes en el desarrollo del film, que denota en la puesta en escena la formación como dramaturgo de su realizador, quien se permite incluso algún tibio atisbo de humor negro con los antivacunas.

Parvu, que ofrece una cámara serena y distante, que respeta en todo momento los espacios que precisa cada personaje, defendió en Valladolid la película, y en declaraciones recogidas por Ical ha apuntado que se decantó por la cámara fija pese a que en sus anteriores trabajos siempre ha predominado la cámara en mano porque «hubiera sido demasiado violento» hacerlo de otra forma para el tipo de relato que quería contar. «Es una historia que demanda otro ritmo, con planos muy amplios, para contrastarlos con la estrechez de las mentalidades. Si hubiéramos trabajado con planos muy cortos no se hubiera podido apreciar el impacto de la naturaleza», ha comentado.

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