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Artes & Letras / Hijos del Olvido

Y el saber se hizo mujer

Las primeras universitarias de Castilla y León (1878-1920)

Tras los inauditos precedentes de Luisa de Medrano o La Latina, hasta el ocaso del siglo XIX las féminas no pudieron asaltar el bastión universitario

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NIETO

F. Javier Suárez de Vega

A nadie le extraña hoy el hecho de que el número de mujeres universitarias supere ampliamente al de hombres. Menos aún que, tras cursar sus estudios, sean abrumadora mayoría en un creciente número de profesiones. En la docencia se acercan al 70%, en la medicina al 61%, al igual que en la magistratura donde alcanzan el 57%. Y subiendo.

Son sólo algunos ejemplos de una realidad cotidiana que, sin embargo, es más reciente de lo que parece. De hecho, podría decirse que la igualdad que conocemos entre hombres y mujeres es casi de antes de ayer. Sirva como ejemplo la «modélica» democracia helvética, a la que el sufragio femenino no llegó hasta 1971, incluso 1990 en algunos de sus cantones. Sorprendente, ¿verdad?

En el ámbito universitario, como en tantos otros, esa igualdad fue el resultado de la tenaz lucha, de la osadía de unas pocas mujeres que emprendieron la que fue vista por muchos como una loca cruzada -porque había que tener un punto de cabal locura para ello- destinada a que el conocimiento dejase de ser cosa de hombres. Y se puede decir con orgullo que buena parte de aquella aventura tuvo como escenario esta tierra. Con inauditos precedentes como los protagonizados en el Estudio salmantino por Luisa de Medrano o Beatriz Galindo, la Latina, ¡hace 500 años! Pero será en el ocaso del siglo XIX cuando las féminas se lancen en serio al asalto del bastión universitario.

Un reto plagado de dificultades para pioneras como las palentinas Elia Pérez y María Luisa Domingo, dos de las primeras mujeres de España en matricularse en Medicina. Y lo hicieron en la Universidad de Valladolid. Domingo se convertiría en 1886 en una de las primeras licenciadas del país. La vallisoletana Ángela Carraffa, con el incondicional apoyo paterno, sería otra de las que abriría brecha. Matriculada inicialmente en Salamanca -luego en la Universidad Central-, se licenció en 1888 para después convertirse en la primera doctora en Filosofía y Letras del país.

Ante su irrupción, aprovechando un vacío legal, pues nadie pensó que a una mujer se le ocurriese tan disparatada idea, en 1882 se prohibió el acceso de nuevas aspirantes. Pero la presión que ejercieron aquellas que quisieron emularlas, apoyadas, todo hay que decirlo, por no pocos profesores y familiares, logró que en 1888 se levantara la prohibición. Aunque con la necesidad de una previa autorización gubernativa y con tal cúmulo de trabas que, hasta 1910 -cuando se liberalizó el acceso-, tan solo 53 mujeres se habían licenciado. Toda una hazaña, tras superar una verdadera carrera de obstáculos. La investigadora Consuelo Flecha habla, entre otros, del compromiso previo de los catedráticos de garantizar el orden en las aulas. Muchos se pusieron del lado de aquellas intrépidas alumnas, incluso alguno destacó cómo «su prudencia, su conducta y su aplicación sirvieron de estímulo a los alumnos menos aprovechados».

Tuvieron además que afrontar la incomprensión social, hasta la de los más allegados. Ahí está el caso de María Goyri, para cuya familia política «el hecho de haber ido a la Universidad con hombres era de un atrevimiento rayano en el escándalo». Aquel minúsculo grupo de aguerridas luchadoras por la igualdad no imaginaban entonces el imparable proceso que habían puesto en marcha. Una tras otra, fueron derribando barreras. En 1910 lograron ser admitidas a las oposiciones. En 1918 la riosecana Luisa Cuesta se convertía en la primera profesora universitaria del país, en la Facultad de Filosofía y Letras vallisoletana, para después ingresar en el Cuerpo de Archiveros y Bibliotecarios.

Antes, en 1895, la palentina Trinidad Arroyo, «una mujer de armas tomar» que «batalló contra molinos de viento», como afirma Cristina Márquez, había logrado terminar Medicina. Al año siguiente se doctoró y en 1898 se convirtió en la primera oftalmóloga española y colegiada en Palencia. Junto a su esposo, operó y salvó de la ceguera nada menos que a Pérez Galdós. Exiliada en México después de la guerra, mantuvo estrecha relación con León Felipe o Max Aub. Regresó para testar y nombrar heredero universal al Instituto Jorge Manrique, donde estudió. La fundación que lleva su nombre sigue hoy otorgando becas para alumnos desfavorecidos. La vallisoletana Daniela Núñez sería la primera médico de La Coruña y la palentina Carmen Gullón haría lo propio en Soria.

Su paisana Carmen Cuesta, calificada como «líder del feminismo católico», fue la primera doctora en Derecho de España y dirigió la Residencia Universitaria Femenina, iniciativa pionera junto a la Residencia de Señoritas de María de Maeztu, antigua estudiante de la Universidad de Salamanca. Ambas formaron parte de las quince primeras diputadas españolas, durante la dictadura de Primo de Rivera.

Todas ellas se convirtieron en un modelo a imitar que provocó una verdadera revolución social, un proceso irreversible que se extendió durante todo el siglo XX. Si en 1900 representaban solo un 0,05% del alumnado, en 1936 llegaban al 8,8%. En los años 50 casi el 70% de alumnos de Filosofía y Letras eran mujeres, en los 60 lograron ser mayoría en Farmacia y en 1975 ya suponían el 38% del total. Y, desde entonces, no han parado de crecer y alcanzar nuevas metas. Hoy, sin embargo, casi nadie honra la memoria de estas bravas mujeres que con su espíritu de superación cambiaron el signo de la historia.

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