Artes & Letras / Hijos del olvido
El riosecano que pudo conquistar Australia
Juan Jufré de Loayza (Medina de Rioseco, 1517-Santiago de Chile, 1578)
Juan Jufré de Loayza patrocinó una expedición a tierra austral y su muerte frustró otra más ambiciosa
Mejor que Miguel Ángel... o casi
F. Javier Suárez de Vega
En un recoleto rincón del parque Duque de Osuna de Medina de Rioseco, casi semioculto, se halla un sencillo monolito en honor a uno de sus hijos. Algo que, en cualquier otra parte del mundo, haría pensar al visitante en un humilde personaje vinculado a ... la historia local. Mas esa lógica no funciona en el solar de los antiguos reinos de Castilla y León. Esa modestia, en realidad, no es más que -parafraseando al genial Peláez- el reflejo de ese «supremacismo histórico» del que sólo podemos hacer gala en una tierra donde alguien de la inmensa talla de Juan Jufré (o Jofré) de Loayza pasa desapercibido ante la plétora de hazañas protagonizadas por nuestros ancestros.
Isidoro Vázquez de Acuña, de la Academia Chilena de la Historia, lo define como un «valiente militar, fundador de ciudades, rico encomendero, ganadero, industrial y el principal armador del reino durante el siglo XVI». Y se entregó a todas estas ocupaciones en un grado superlativo. La palabra mediocridad no existía en el diccionario de este verdadero hombre del Renacimiento que se lanzó a la aventura americana con poco más de veinte años.
Asistió, junto a Valdivia, a la fundación de Santiago, de la que después sería alcalde, conquistó numerosos territorios y suya es la paternidad de importantes ciudades argentinas como Mendoza o San Juan, donde cada año su estatua ecuestre recibe el homenaje de los sanjuaninos. Y su linaje nunca olvidó sus raíces: su hijo Luis fundó San Luis de Loyola Nueva Medina de Rioseco.
El palentino que descubrió la Antártida
F. JAVIER SUÁREZ DE VEGAEl navegante avistó la ignota tierra austral siglo y medio antes que el capitán Cook
Hablando de paternidad, los astilleros de Jufré en el río Maule fueron la cuna de la construcción naval chilena. Y allá muchos le consideran el padre de la vitivinicultura patria. Plantó los primeros viñedos del valle central de Chile en 1554, de los que es heredera la afamada bodega Cousiño-Macul. Su prestigio fue tal que algunos contratos exigían el pago con «vino de la cosecha de Juan Jufré». También cultivó unas tierras costeras después conocidas como Viña del Mar, ciudad natal de mi amigo Marco Cortés. A otro querido compatriota suyo, Eduardo Quinlán, le gustará saber que la historia de hoy versa sobre su gran pasión: la navegación, pues fue Jufré el impulsor de un descubrimiento geográfico.
La historia, tal y como algunos la han contado, pretende que el holandés Abel Tasman fue el primero en arribar a Nueva Zelanda en 1642 y James Cook a Australia en 1770. Pero lo cierto es que éste logró su objetivo gracias a los mapas robados por los británicos en Manila en 1762 y que dos siglos antes los españoles ya surcaban aquellos mares. Un compañero de Cook, el geógrafo escocés Dalrymple, lo reconoce sin ambages, como muchos otros después. La tradición oral maorí, el hallazgo de cañones o un posible casco español y las revelaciones de investigadores como Winston Cowie, apuntan a que fuimos los primeros europeos en Nueva Zelanda.
Y ahí es donde ocupa un lugar de privilegio Juan Jufré, que quiso alcanzar los confines más remotos del entonces conocido como el «lago español». En Cuzco, Pedro Sarmiento de Gamboa le habló de cómo descubrió las Islas Salomón en 1568, de la leyenda sobre la expedición de Tupac Yupanqui a unas islas de las que el inca trajo mucho oro. También tuvo noticias de algunos pilotos de que la llamada Mar del Sur estaba «llena de muchas y grandes islas». Como las descubiertas por Juan Fernández en 1574 que hoy lucen su nombre.
Y Jufré, visto por Vázquez de Acuña como un «hombre emprendedor, rico y codicioso ya no de bienes sino de gloria», soñó con una empresa comparable a la colombina: la conquista del continente que se sospechaba existía en algún remoto lugar del Pacífico. Con casi 60 años, obtuvo la autorización real de la expedición, sufragada por él, para descubrir y poblar los nuevos territorios. Eligió para comandarla a Fernández, que zarpó hacia 1575 y logró lo que parecía imposible: llegar desde las costas chilenas hasta Nueva Zelanda. Incluso se afirma que pudo arribar a la costa oriental australiana.
El secretismo mantenido explica el halo de misterio que envolvió aquella expedición, de cuya existencia dan fe documentos como el mapa de Juan Botero, publicado en Valladolid en 1598 y, sobre todo, el memorial del doctor Arias de 1621 que afirma, con diversos testimonios, ser «cosa certísima haber descubierto costa de la tierra Austral» y ofrece detalles que lo evidencian como la desembocadura de «muy caudalosos ríos» y sus naturales, «gente tan blanca, tan bien vestida, y en todo lo demás tan diferente de la de Chile».
También da cuenta de la frustrada idea de Jufré de fletar una segunda expedición más ambiciosa: «se tornaron a Chile con intento de volver a lo mismo con suficiente aparato, y por tenerlo secreto, hasta que ellos con sus amigos pudiesen volver a descubrirlo, se dilató de un día en otro, hasta que murió el Juan Fernández, quedándose con su muerte malograda cosa tan importante».
La situación en Chile a la vuelta de la expedición se había complicado con la guerra de la Araucanía y los ataques piráticos. Aunque, en realidad, fue la muerte de Jufré en 1578, el patrocinador de la empresa, la que hizo fenecer el sueño compartido con Fernández. Un sueño que pudo cambiar el curso de la historia, con la conquista de Australia y Nueva Zelanda donde, de haber prosperado, hoy es muy posible que se hablara español. Y en cuyas tierras, a buen seguro, existiría alguna ciudad que luciría, orgullosa, el nombre de su Medina de Rioseco natal.
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