Cáncer infantil: «Nadie está preparado para el cáncer, pero cuando es tu hijo es mucho peor»

Susana, madre de un niño que ha padecido la enfermedad y sigue en revisión, llama a las instituciones a «ser conscientes de que la investigación es la vida»

Esperanza vallisoletana frente al cáncer

Héctor y su madre, Susana, en una de las revisiones en el hospital abc

«Nadie está preparado para esta enfermedad, pero cuando es tu hijo es mucho peor». Así resume Susana lo que sintió hace tres años cuando le comunicaron a ella y a su pequeño Héctor que padecía un méduloblastoma grado 4, el más grave dentro de ... esos tumores cerebrales. Cuando las restricciones de salida durante la pandemia empezaron a decaer, el niño, que entonces tenía 12 años, comenzó a quejarse de un dolor en el cuello. «Ni nos imaginábamos que podía ser eso», rememora cuando tras acudir a urgencias por el dolor, los médicos revisaron la resonancia que le habían hecho el día anterior y les comunicaron la noticia. Un jarro de agua fría que marcó un «antes y un después» en esta familia salmantina. «Esto no me puede estar pasando a mí», recuerda que pensó Susana.

Trasladado directamente a Valladolid fue operado y la cirugía salió bien. A eso le siguieron siete semanas de tratamiento de quimio y radioterapia para evitar que la enfermedad se expandiera. Tres años después, Héctor sigue siendo paciente de «riesgo« y se somete a revisiones periódicas. Antes, cada tres meses, y ahora cada seis tiene resonancias y analíticas para comprobar que todo sigue en orden, que Héctor es más fuerte que el cáncer.

«Son de otra pasta»

Fue al escuchar esa temida palabra cuando Susana vio llorar a su hijo por primera vez en el proceso. Pero era él quien «levantaba el ánimo» a la familia, también a su hermano mellizo. «Él es súper alegre. Vivía la enfermedad día a día porque los niños están hechos de otra pasta. Las familias lo vivimos de otra manera», comenta esta madre que asemeja todo lo vivido a entrar en un «túnel oscuro».

«Si pudiera borrar estos tres años, los borraría», asegura convencida. Y en medio de esa penumbra y de la complicada experiencia vital destaca la «luz» que arrojan asociaciones como Pyfano. «Nunca podré pagarles todo lo que nos han ayudado» y recuerda lo «perdidos» que estaban al principio. No solo el apoyo psicológico inicial, «cuando te preguntas: '¿Qué he hecho mal?», también el académico para Héctor que, a pesar de todo, no ha perdido ningún curso.

Ahora que todas las pruebas arrojan resultados positivos, Susana tiene claro el mensaje que le gustaría lanzar a la sociedad: «Las instituciones tienen que ver que la investigación es la vida. Hay que luchar por más fármacos y más ensayos y conseguir que las secuelas de los tratamientos sean las menos posibles».

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