Fantasmas y Castillos (I)
La pasión entre la marquesita y el centauro en el Castillo de Magalia
La hija de don Pedro Dávila, señor de Las Navas del Marqués (Ávila), huyó de la custodia paterna a lomos de una bestia mítica gracias al túnel secreto que comunicaba con el Risco
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«Magalia, ¿dónde estás?». Es el lamento que se puede escuchar aún hoy los días ventosos, según los lugareños, como aullando entre los muros del Castillo de Magalia, en Las Navas del Marqués (Ávila), desde el lejano siglo XVI. Es el lamento de un ... padre desconsolado que busca a su hija díscola, dicen que enamorada -u otra cosa- de un centauro madrileño. Fue el primer marqués del lugar, Pedro Dávila y Zúñiga, titulado como tal por Carlos V en 1533, descendiente de judíos conversos y nieto de Pedro Dávila Bracamonte, que fue nombrado Conde del Risco en Valladolid, en 1475, y señor de Las Navas en 1485, quien padeció -y aún padece- esta huida.
Don Pedro continuó con el legado de su abuelo y en 1540 mandó construir a sugerencia de su esposa, doña María de Córdoba, el susodicho castillo-palacio sobre una antigua fortaleza medieval -el torreón de planta circular se remonta al siglo XI-. La soberbia edificación constituye hoy en día un prodigio de diseño, un híbrido perfecto entre las elegancias palaciegas y la seguridad de un castillo renacentista, al punto de que uno de sus torreones posee dos bóvedas planas, diseño del que hoy solo goza el Real Monasterio de El Escorial: dicen los cronistas que Felipe II lo vio, se encaprichó y fue incluso víctima de una broma por parte del marqués, que le dio una patada a una falsa viga de madera que 'sostenía' la piedra clave para demostrarle al monarca el poder de aquel techo hasta entonces inédito. Porque 'el Zúñiga' estaba muy orgulloso de su castillo, de su mujer y de su hija Magalia, a la que llora eternamente.
Vecinos y visitantes aseguran que los fantasmas habitan el castillo de Magalia: desde el espectro de una dama vestida de blanco que recorre las habitaciones al llanto de un niño que se escucha desde lo más hondo de la fortaleza, e incluso un caballero con armadura que puede verse paseando por el claustro. ¿Podría tratarse de don Pedro Dávila, que sigue buscando a su hija? El noble, para ornar el hogar palaciego, mandó traer piezas romanas y piedras con inscripciones de Mérida y Cáparra. En el rellano, una inscripción reza: «Pedro Ávila y María de Córdoba, su esposa, Marqueses de Las Navas, él de Ávila y de piadosa familia, de treinta y dos años de edad, pusieron este asiento el año de 1540 para comodidad de las generaciones, a las que se desea felicidad y amor a la justicia». Tal vez don Pedro jamás se repuso de aquella escapada de una hija ingrata cautivada por el misterio de aquel ser híbrido y sus atributos; así, aficionado a las inscripciones en piedra, 'el Zúñiga' también mandó esculpir en 1566 otra a su difunta esposa, fallecida por el disgusto en la piedra de los trece roeles (o botones) a modo de epitafio, al abrigo del Cerro de la Cancha, cerca de las ruinas de la Casa Grande del Duque de Denia. Las Navas, cabeza de Marquesado, un pequeño estado para que nos entendamos, otorgaba a sus titulares un timbre de gloria, el mismo que llevó a la marquesa a disponer unas últimas voluntades muy particulares: «Que ni sus herederos ni sus criados les pusieran tocas negras ni capirotes en la cabeza, so pena de maldición».
Quizá Magalia salió huyendo de la férrea custodia paterna, de aquella atmósfera asfixiante, a través de otra de las salidas subterráneas, la que se ha localizado en la fachada sur del castillo y que conducía al pozo de las brujas, lugar habitual de encuentros ardientes y escondidos entre las más bellas musulmanas y los caballeros castellanos más respetables. Porque, como reza la palabra en la piedra, una vez Magalia fue una humilde choza, pajar o granero idílico de blandos pastos, allí donde la pasión encendió la chispa de una estirpe cuya heredera única se dio a la fuga cabalgando a lomos de un hombre mitad humano y mitad bestia.
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