ARTES & LETRAS
Pasaje a la posteridad
Hijos del olvido
Eusebio Gutiérrez Díez (Puente Pumar, 1826-Santander, 1904) construyó el Pasaje Gutiérrez. Su hijo, Francisco Javier (Valladolid, 1864-?), siguió la estela emprendedora y fundó La Unión Resinera Española, entre otras compañías
Un abulense llamado Boccherini
F. Javier Suárez de Vega
Son legión -en cierto modo, todos lo somos- los que buscan «el acceso a esa fama que trasciende la muerte y que se conoce como posteridad». Con esta frase entrecomillada termina un libro de reciente aparición, 'Ecos de París en Castilla la Vieja', del ... prolífico autor Clemente de Pablos, dedicado a esclarecer el origen del Pasaje Gutiérrez de Valladolid. Magníficamente editado por 'Domus Pucelae', con un gran despliegue iconográfico y una prosa ágil y elegante, sus páginas albergan muchas cosas: historia, literatura, arte, biografías, pero sobre todo una curiosa combinación de memoria y olvido. Pues lo cierto es que nada se sabía acerca del padre del más bello de los pasajes comerciales españoles, hasta el punto de que ni se conocía el segundo apellido de Eusebio Gutiérrez, un personaje cuya biografía era un arcano.
Este primer centro comercial de la entonces Castilla la Vieja llegó de la mano de un montañés, émulo de otros como Juan de Herrera, Jerónimo de la Gándara o los Praves, que jugaron un papel clave en la construcción de monumentos como la catedral, los teatros Calderón y Lope de Vega, iglesias, palacios y monasterios. Así, Eusebio Gutiérrez Díez, oriundo de un pequeño pueblo del Valle del Nansa, escenario inmortalizado por Pereda en 'Peñas Arriba', fue uno de estos montañeses que contribuyeron a engrandecer la ciudad del Pisuerga. En 1862, tras su boda con Petra de Cosío -que le aportó un capital que invertiría con notable acierto- ya se hallaba en la ciudad. Emprendió exitosos proyectos, en especial con su socio el guipuzcoano Miguel Yurrita, entre los que se cuentan dos fábricas de harina en Villagarcía de Campos y Tudela de Duero, una de resinas, otra de jabones y una ferretería en Valladolid, además de concesiones de balnearios y hoteles en Santander y Panticosa.
A pesar de que su familia era de tendencia liberal, militó en las filas del carlismo, incluso fue encarcelado en Santander por ello en 1874. De profundas convicciones religiosas, estuvo muy comprometido socialmente. Sus negocios adquirirían un volumen tal que en 1880 fundará la Banca Gutiérrez -no perdió el tiempo en buscar un nombre-. La misma marca elegida para su proyecto más especial: el Pasaje Gutiérrez, que le franqueó el acceso a la élite de la sociedad vallisoletana. El 24 de septiembre de 1886 tuvo lugar su inauguración, en plenas Ferias de San Mateo, con una afluencia tal que el público no podía circular. Destaca de Pablos la admiración de «las gentes -a la luz de sus globos de gas- de tanta belleza y buen gusto», posiblemente ensoberbecidas con «cierta arrogancia, porque sabían que aquel espacio les situaba mucho más cerca de Europa» que el resto de las localidades de la región.
Y esta nave que el arquitecto Jerónimo Ortiz de Urbina supo varar de esa forma tan portentosa entre dos edificios y convertir lo que iba a ser un lúgubre patio interior en una de las maravillas de la ciudad, este testigo mudo de la historia, desmonta esa «visión tradicional de Castilla como un lugar aislado, atrasado y sin iniciativas». Es la obra de una burguesía moderna y europea que, parafraseando a Enrique Berzal, «sacaba pecho por estar protagonizando un auténtico progreso económico».
El catalán de Medina
Fernando CondeHasta su toma de posesión del trono aragonés en 1416 vivió en la Corte castellana, donde recibió una exquisita educación a la francesa
Su primogénito, Francisco Javier Gutiérrez Cossío también contribuyó al irresistible encanto de este paraíso para 'flâneurs', que aún hoy seduce a los que se sumergen en él. Fue, muy probablemente quien, durante un viaje a Paris, eligió las lámparas, esculturas y otros elementos decorativos que convierten a este espacio en un lugar casi mágico. Todo estaba calculado para que este rincón parisino, trasplantado al corazón de Castilla, epatara a sus visitantes -por utilizar un galicismo muy a propósito-, con los herrajes de las mejores fundiciones vizcaínas, la cubrición vítrea original inglesa o los pequeños baldosines hidráulicos del suelo llegados de Bélgica.
El pasaje catapultó a Eusebio Gutiérrez y a su hijo, que alcanzaría un éxito aún mayor. En efecto, Francisco Javier, vallisoletano de nacimiento, emprendió proyectos mucho más ambiciosos. A partir del pequeño almacén que su padre tenía en Las Delicias, fundó La Unión Resinera Española. Propietario de la alcoholera de La Rubia, transformaría la Banca Gutiérrez en una importante entidad financiera, el Banco Castellano, con sede en el palacete Ortiz de Vega de la calle Duque de la Victoria. Sería uno de los artífices de la Sociedad Industrial Castellana, que puso en marcha las azucareras Santa Victoria, en Valladolid, y Santa Elvira, en León, y fomentó el cultivo de remolacha como sustitutivo de la caña de azúcar cubana. Podría afirmarse aquello de que era la salsa de todos los guisos. En compañía de Santiago Alba, trajo el tranvía electrificado a la ciudad a través de la Sociedad Española de Automóviles de Valladolid. Fue presidente provincial de Cruz Roja, de la Cámara de Comercio, miembro del consejo directivo de 'El Norte de Castilla', socio destacado del Círculo Mercantil, compromisario al Senado o militante de la Unión Nacional fundada por Alba.
A pesar de todo, la memoria de ambos se diluyó como un azucarillo hasta quedar sumida en un olvido casi absoluto. Ya nadie los recordaba. Les quedaba, sin embargo, un as en la manga con el que desafiar al implacable paso del tiempo: su obra más querida, la que les dio fama y éxito, que, ahora, con la ayuda de investigadores como Clemente de Pablos, les ha proporcionado un pasaje a esa posteridad que tanto anhelaron.
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