Pereira en su centenario

El niño cuentista de la imprenta del «tío Tomás»

CIEN AÑOS DEL NACIMIENTO DEL AUTOR BERCIANO

La Casa-Museo del escritor de Villafranca del Bierzo, en León, da cuenta de su vida y su obra desde el lugar en el que gestaron muchas de sus páginas

Pereira, junto a José Luis Borges FOTOS: FUNDACIÓN ANTONIO PEREIRA

Camino Monje

VALLADOLID

En un atril sobre el escritorio de Pereira reposa un Quijote que le pidió a su madre como regalo por su décimo cumpleaños, un 13 de junio, fiesta de san Antonio. Lo dejó anotado en la portada interior: «Recuerdo de mi madre en el día ... de mi santo. Año 1933. Antonio Pereira González».

La misma mesa de la que fue su casa y ahora flamante casa-museo, en León, expone una fotografía de Pereira con Borges, una Hispano Olivetti de quien se negó a utilizar el ordenador, el manuscrito de los diarios publicados diez años después de su muerte con el título de 'Oficio de mirar' y un par de catálogos de su empresa de venta de material eléctrico y electrodomésticos: «Distribución Antonio Pereira. La organización más rápida de España». Esos catálogos comerciales de los que presumía, porque -según decía- estaban tan cuidados como los libros de la colección Adonais, lucen muy cerca de una primera edición de 'El señor de Bembibre', de Gil y Carrasco, y de ese Quijote que pidió el futuro escritor -del que ahora se conmemora el centenario- cuando iba a cumplir diez años.

«Yo era un niño precoz. Para desgracia mía, nunca me hicieron gracia los niños precoces», declara Pereira en un vídeo que se proyecta a los visitantes de su casa-museo, realizado por la fundación que lleva su nombre a partir de una entrevista de 2005 con el director del Teatro Bergidum, Miguel Ángel Varela. En menos de 20 minutos, el autor de los 'Cuentos de la Cábila' habla de su vida y de su obra, de su idea de la literatura y de por qué no podía dedicarse a otra cosa que a contar.

El escritor apoyado en el autobús en el que tantas veces tomó en su época de viajante

Y cuenta que se examinó de ingreso al instituto de Ponferrada con nueve años. Y recuerda su no menos precoz ofrecimiento a 'Diario de León' como corresponsal en Villafranca del Bierzo, que recibió como respuesta una carta del entonces director, Filemón de la Cuesta, cuyo mensaje repetía el cuentista de memoria: «Enhorabuena a un valiente como usted, que a los trece años se atreve a lanzarse a la palestra del periodismo».

Porque ya entonces Antonio Pereira había decidido que quería ser escritor. «Yo no sé si es tan verdad como yo cuento de cómo las gafas, con lo que suponen de dificultad para los juegos violentos, me apartaron de ciertas aventuras más bien físicas, como ir al río y saltar las peñas y demás, y me llevaron a la meditación y a los libros y a una vida un poco más recogida», confiesa desde la pantalla. Lo que sí parece determinante en su vocación fue la trastienda de la imprenta de su «bendito tío Tomás» en su Villafranca natal.

Allí, en el taller, sentado «en una banquetina» y «procurando no estorbar» con sus «once o doce años», se perdía entre libros como 'Los cantos del Maldoror', de Conde de Lautréamont, entre historias de Pedro Mata, Insúa, Caballero Audaz, novelas sicalípticas y, sobre todo, de Vargas Vila: «Era una prosa exquisita, absolutamente modernista, toda estaba llena de nenúfares y de lampadarios y cosas así». Quiso escribir como él y «afortunadamente se cruzó en ese camino Valle Inclán» y su 'Sonata de otoño'.

Y aunque respondió a una convocatoria para formación de maestros nacionales en seis meses y la aprobó con 17 años, la visión empresarial lo llevó por otros derroteros, un negocio que llegó a tener su propia red de viajantes. También él lo fue de sí mismo -decía- pero le gustaba que las chicas a las que conocía por los pueblos lo vieran «como poeta, no como viajante». Cuando se trasladó a León capital, en 1949, llegó a tiempo de conocer a los del grupo de la revista 'Espadaña', de trabar amistad con el cura que estaba al frente para apaciguar la censura, Antonio González de Lama, con Victoriano Crémer, Eugenio de Nora, Pepín Castro Ovejero y «un jovencísimo Antonio Gamoneda que empezaba a asomar por allí». Publicó sus versos en uno de los últimos números y en otras revistas: 'Caracola', 'Poesía Española', 'Alba', hasta que vio la luz en 1964 su primer libro de poemas, 'El regreso'. En esto no fue precoz.

En un homenaje a Crémer, junto a Elena Santiago y Antonio Gamoneda en torno al homenajeado

Los libros de cuentos llegaron después que la poesía, aunque para él no deben deslindarse los dos territorios. El primero fue 'Una ventana a la carretera' (1967), y dos años después también se subió al carro de la novela con 'Un sitio para Soledad'. En todo caso, no había vuelta atrás en su idilio con el género breve. «... Encontré tanto placer en construir ese objeto de dificilísima definición, ese objeto esférico en el que no puede sobrar una palabra, en que hay que ir rápidamente en busca del efecto único, como quería Poe...».

El cuento, además -añade en esa conversación con Miguel Ángel Varela-, no obliga, como la novela, a «arrastrar una carpeta o una maleta llena de datos», se guarda en el bolsillo de la chaqueta y se puede «cambiar un adjetivo» en el autobús o en medio de una calle. Eso sí, dejaba caer que ahí acaban las facilidades y no todo sirve para un relato corto: «Para un cuento mío, para un poema mío, tengo yo que sentir una vibración absolutamente imposible de explicar».

Artículo solo para suscriptores
Tu suscripción al mejor periodismo
Anual
Un año por 15€
110€ 15€ Después de 1 año, 110€/año
Mensual
5 meses por 1€/mes
10'99€ 1€ Después de 5 meses, 10,99€/mes

Renovación a precio de tarifa vigente | Cancela cuando quieras

Ver comentarios