El misterio de una fortaleza destruida: el expolio del palacio de Benavente
Junto con la Alhambra, se consideraba la maravilla arquitectónica más importante de España hasta el siglo XIX, cuando sus valiosos tesoros fueron saqueados por soldados ingleses y franceses
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No queda casi nada del majestuoso Castillo de la Mota en Benavente, un baluarte de ensueño que data del siglo XII y que en el Renacimiento vivió su mayor esplendor: un palacio que parece escapado de un cuento de los hermanos Grimm, según retrataron ... Richard Ford, Robert Ker Porter, William Bradford, Bacler d'Albe o Charles Clifford, y del que solo sobrevive la misteriosa y solitaria Torre del Caracol, tras el saqueo inglés y francés, y la incuria del propio Ayuntamiento.
El portugués Juan Alonso de Pimentel, I Conde de Benavente, mandó construir el monumental palacio fortaleza. Entre sus muros se firmó la Concordia de Benavente de 1230 tras la muerte de Alfonso IX de León, en favor del rey de Castilla, Fernando III el Santo, hijo de Alfonso y de su segunda mujer, doña Berenguela. La fortaleza de la Casa Pimentel fue uno de los alcázares más impresionantes y cuyos jardines, que serpenteaban valle abajo hasta besar las orillas del río Órbigo, eran refugio de enamorados y aventureros que, incluso, se atrevieron a subir por ellos para ver a la reina Juana I de Castilla, allí retenida antes de que la trasladaran al palacio de Tordesillas.

Algunos pillastres parece que se desfogaban con la desnortada reina gracias a la enredadera que trepaba por el lado norte y aún hoy la monarca, dicen, sigue esperando a su esposo Felipe el Hermoso. Se cuenta también que un mozo benaventino se llevó a su novia al huerto y se asustó tanto al sentir el espíritu de doña Juana que bajó corriendo hacia la ciudad en paños menores, mientras una bandada de palomas blanquísimas salía volando en mitad la noche. El alemán Jerónimo Münzer cuenta en 'Viaje por España y Portugal (1494-1495)': «Jamás vi sobre la tierra castillo semejante a este en subterráneos, cuevas y belleza (…). Su señor es muy aficionado a los animales. Tiene nueve leones, y otros dos y un lobo, que, sin hacerse daño alguno, comían tranquilamente juntos. Vimos entrar hasta ellos a un negro que los acariciaba con las manos, y a quien ellos le hacían muestras de complacencia». La 'leonera', bajo la fachada oriental sobre el río, se situaba encima de un laberinto de sótanos y molinos que movía el agua del río. ¡Hubo hasta un elefante!
A finales de 1808, el ejército británico se retiraba bajo las órdenes del general sir John Moore, perseguido por las tropas napoleónicas a través de Valderas en dirección a La Coruña y a los barcos de la Royal Navy: una columna de casi 30.000 fusileros saqueó telas y tapices, muebles y artesonados, que alimentaron hogueras y calentaron tropas británicas y luego francesas, que terminaron por incendiar el castillo la noche del 17 de enero de 1809, que ardió «por espacio de quince días, haviéndose reducido a cenizas, sin que hubiesen podido recoger cosas alguna». Rafael González Rodríguez, en su excelente blog 'Más vale volando', reúne testimonios espeluznantes, como el del capellán del Estado Mayor británico, James Wilmot Ormsby, que cuenta cómo «todo lo que era combustible lo tomaba la soldadesca, se encendían hogueras junto a las maravillosas paredes, y se amontonaban como basura pinturas de elevado precio, y se las destinaba a las llamas». O el del teniente Augustus Schaumann, que afirma que los soldados registraron «hasta la última esquina en busca de algún botín». Tras el expolio, el castillo se convirtió en un ser fantasmagórico. En plena guerra carlista, el Ayuntamiento dio orden de despiezarlo, usarlo a manera de cantera o incluso como depósito de agua. Y ya en 1929, el hispanista y saqueador estadounidense Arthur Byne vendió más de 700 piezas del castillo –relieves, cúpulas, bóvedas, ventanas y vidrieras– por más de 28.000 dólares al magnate de la prensa William Randolph Hearst, hasta que en 1930 fue demolido por orden del consistorio, acaso la historia de terror más pavorosa de todas.
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