Artes&Letras / Hijos del olvido
La manzana de Soto
DOMINGO DE SOTO (SEGOVIA, 1495 - SALAMANCA, 1560)
El dominico segoviano se adelantó a Galileo y Newton al formular las leyes de la caída de los cuerpos en las obras 'Commentaria' y 'Quaestiones'
Si no fuera porque median cuatro días entre la muerte de uno y el nacimiento de otro, se podría pensar que Galileo Galilei (1564-1642) se reencarnó en Isaac Newton (1642-1727) para dotar a la ciencia, y en especial a la Mecánica y a ... la Cinemática, de sus más firmes asientos. Quizá por eso sea lícito asegurar que las páginas de los 'Discorsi' (1638) del italiano están en la base de los 'Principia' (1687) del inglés. Si fuera hoy, estaríamos hablando de hipervínculos. Esto es lo que nos han contado. Esto lo que nos hemos creído.
Casi nadie en el universo mundo discute que los padres de la ciencia moderna son un italiano y un inglés. Casi nadie… menos nosotros. Porque es falso. Y es falso porque tanto la obra de Galileo como la de Newton le deben gran parte de su ser y su entender a estas otras dos que para el común de los mortales son prácticamente desconocidas: 'Super octo libros Physicorum Aristotelis commentaria' y 'Super octo libros Physicorum Aristotelis quaestiones'. Estos dos textos aparecerán en Salamanca en 1545, pero no se darán a la imprenta hasta 1551. La razón es que su autor, el dominico Domingo de Soto (nacido como Francisco, pero rebautizado por iniciativa personal con el nombre del fundador de la Orden de Predicadores) había tenido que sustituir a un enfermo Francisco de Vitoria, a la sazón padre del Derecho Internacional, como enviado real de la corona de España al famoso Concilio de Trento (1545-1563).
Pero, ¿qué hay en los 'Commentaria' y en las 'Quaestiones' sobre la física aristotélica para que el también físico e historiador de la ciencia francés Pierre Duhem dijera, en 1910, que Soto había formulado «exactamente sesenta años antes que Galileo, las leyes de la caída de los cuerpos»? Pues veamos. Nuestro hombre estudió en la capital francesa en la década de 1520. Allí conoció las teorías de los 'Calculadores' del Merton College de Oxford (1330-1340), así como los adelantos de la propia Escuela de Física de París. De todo ello sacó el segoviano buen provecho, hasta el punto de plasmar todos sus conocimientos en las dos citadas obras, dedicadas a la Filosofía Natural, que era como se conocía a la Física en su momento.
Lo que Soto dejó expuesto -y demostrado con ejemplos- en el libro séptimo de sus 'Quaestiones', como bien explican Jiménez Cuesta, Pérez Camacho y Sols Lucía en trabajos dedicados a su figura, es que la velocidad de caída es directamente proporcional al tiempo.
Esto hoy parece algo de física elemental, pero hasta ese momento se pensaba, erróneamente, que la velocidad de caída era directamente proporcional al espacio recorrido, en lugar de al tiempo. He ahí una aportación fundamental del sabio dominico al avance de la cinemática, ¡pero no el único! Porque en ese mismo libro también alude ya al concepto de «resistencia interna», que es un antecedente indudable de la «resistanza interna» de la que habla Galileo, y que en Newton se denominará «masa inercial», descrita en sus 'Principia' y fundamento tanto de la ley que lleva su nombre como de la de Gravitación Universal.
Pero entonces cabe preguntarse por qué, a pesar de ser reconocido por la historia como uno de los baluartes de la famosa Escuela de Salamanca, compañero de Vitoria, maestro entre otros de Francisco Suárez y Fray Luis de León -que pronunció las honras fúnebres a su muerte-, y como una de las mentes más lúcidas de su tiempo, hubo Soto de esperar tres siglos y medio a ser reconocido, por un francés, como el iniciador, si no el padre, de la Cinemática y la Mecánica modernas, y por ello, como piedra angular sobre la que se cimentarían las revoluciones industriales posteriores.
Quizá la respuesta tenga que ver con lo que Gregorio Luri describe muy bien en su ensayo 'El eje del mundo: La conquista del yo en el Siglo de Oro español'. Frente a Galileo, que es un hombre ya del XVII, y por ello consciente de la importancia de dar carta de paternidad a los descubrimientos propios, Domingo de Soto, además de hombre de Iglesia, aún pena 'in hac lacrimarum valle' imbuido de ese espíritu de discreción sobre lo propio, ese ocultar la vanidad del hombre, sencillo e imperfecto trasunto de un Dios a cuya gloria han de ir dedicados todos los avances del mundo.
Sea como fuere, de lo que no cabe duda es de que la manzana que golpeó a Newton no cayó del -espurio- manzano plantado en el Trinity College de Cambridge, sino que, en puridad histórica, fue un dominico español el que la dejó caer, con un movimiento uniformemente acelerado, sobre la testa del inglés.