Desde la raya
Mamá
Sé también que no tendremos vidas suficientes para devolver lo que nos han dado
Armarios de abril
Veinte de abril
Zamora
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Iniciar sesiónEs la primera palabra que articulan nuestros labios y probablemente la última, principio y el fin. La vida, el camino, la mirada, la primera sonrisa, el primer paso. La palabra que aprendemos a deletrear en la seguridad de su vientre antes de ser expulsados a ... este mundo loco donde todo nos hace herida. Mamá.
Nunca he llamado «madre» a mi madre, como he escuchado a tantos mayores hacerlo según el uso de unos tiempos que ya no existen, aunque el vínculo permanezca intacto, como si ese invisible cordón umbilical que nos une a la madre fuese irrompible, inexpugnable. Nunca la he llamado «madre». Mi madre es mamá. Mamá, Luisa Leo Leona, mi mamá valiente y fuerte, tan por delante de su época. Mamá siempre, incluso cuando chocamos como dos trenes de alta velocidad. Mamá perfecta, inalcanzable, superviviente de todas sus batallas, niña de posguerra sobreviviendo a los suyos, multiplicándose en nosotros. Mamá que me dio la vida, aunque muchas veces no sepa qué hacer con ella.
En casa hemos sido de pocas florituras en esos días de la madre o el padre. Los padres que ejercen como tales –hay quienes no merecen ser llamados así– convierten cada día en una fiesta aunque no lo sepamos. Nunca hubo regalos, si acaso algunas flores, en el nombre de la madre. Ellos, ellas, son el inmenso, impagable regalo que nos hace la vida. Lo sé porque veo la mirada, los corazones vacíos de quienes ya no los tienen, y entonces el tiempo se me hace corto y no quiero que pase.
Y ahora que se me acumulan los años, pienso en los días en que todo depende de la madre, mamá-dios de carne y hueso, mágica; sus noches sin dormir, los veranos de tormenta, la infinita paciencia para enseñarnos todo lo que tenemos que aprender en la vida: ponernos en pie, caminar, avanzar, comer, querer, besar, hablar, cantar, contar. Todos los verbos, lo que somos.
Sé que no soy la hija soñada, que nunca estaré –nadie lo estamos– a la altura de su generosidad, de tantas renuncias, cuidados, dolores, decepciones y desvelos desde la primera célula hasta que nos vamos; tanto amor rezumando por todos los poros de la piel.
Sé también que no tendremos vidas suficientes para devolver lo que nos han dado, para compensar la dedicación, mostrarnos cómo extender las alas y volar, y recogernos, recosernos cuerpo y alma si aterrizamos con los dientes; que nunca encontraremos una puerta siempre abierta como la de sus brazos, que nos acunaron de niños, que nos sostienen siempre, incluso cuando creemos que caminamos solos. Mamá, mamás eternas de la tierra, os hicisteis inmortales el día que nos pusisteis en el mundo.
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