ARTES & LETRAS / hijos del olvido
De Letur a Lemaur
carlos Lemaur y Burriel (Montmirail, Francia, 1725-Madrid, 1785)
Como ingeniero participó en el proyecto del Canal de Castilla y se impuso su idea, frente a la de Antonio de Ulloa, de que además de ser navegable sirviera para riego
Los documentos refutan la utilización de Vicente Aleixandre por la izquierda

Sé que es esta una sección histórica en la que la rabiosa actualidad tiene poco que decir. Pero es que a veces no escuchar al pasado nos ennegrece bastante el presente y, por desgracia, también el futuro. Y eso ha pasado estos días con la ... tragedia que ha asolado el Levante español. La historia de este drama estaba escrita, y no hace unos años o unas décadas, sino hace siglos. La hidrología en España siempre ha sido un asunto controvertido. El agua no siempre fue pública. Hubo mucho tiempo, muchos siglos, en los que el agua española era de propiedad privada. Y tuvo que llegar Joaquín Costa, hace apenas 150 años, para poner algo de orden. No fue el primero, pero sí el iniciador de un cambio en la cosmovisión hidráulica de España. Su obra 'Política hidráulica' es casi un catecismo.
Hoy podría dedicar este «hijo», por ejemplo, a Antonio José de Cavanilles, el fraile naturalista, el científico ilustrado que ya en 1795 predijo, simplemente anotando lo sucedido, lo que iba a volver a pasar en la Albufera de Valencia, si no se escuchaba o, al menos, se encauzaba a la naturaleza desatada. Lo advertía con pelos y señales. Pero, como Cavanilles poco tiene que ver con Castilla y León, me voy a ocupar esta vez de traer a la vida a un ingeniero hidráulico que sí fue decisivo para esta tierra nuestra, y al que hoy casi nadie conoce. Se llamaba Carlos Lemaur y esta es su historia.
Lemaur, a pesar de su origen francés, era un digno heredero de los grandes visionarios e inventores que tuvo siempre España. Lo era de don Jerónimo de Ayanz, lo era de Blasco de Garay, pero, sobre todo, lo era de Juanelo Turriano, por su compartida afición a la ingeniería hidráulica. Lemaur vivía en París, como ingeniero militar ya curtido en las campañas de Flandes, cuando conoció al embajador de España en su tierra, el teniente general Francisco Pignatelli. Eso fue hacia 1748. Este Pignatelli tendría filiación por vía paterna con el joven Ramón Pignatelli, que a la postre sería el ejecutor del Canal Imperial de Aragón (1776-1790), uno de los más importantes de Europa, con sus 110 km de viaje. Pignatelli era 'ensenadista', como la mayor parte de los cargos de su tiempo, y amigo del ingeniero Antonio de Ulloa. Ambos tenían en mente materializar las ideas de Ensenada para conectar por agua la meseta castellana con el mar, y encontraron en Lemaur al candidato que buscaban.
Así llegó Lemaur a España y así conoció la dureza de ser un protegido y cooptado extranjero entre españoles. Se le insertó en el Ejército, en el Cuerpo de Ingenieros, con el rango de capitán, postergando a autóctonos que se creerían con más derechos. No se necesitan muchos más méritos -aunque los tenía- para forjarse buenos enemigos. Entre todos ellos y con mando en plaza, destacaría Martín Cermeño, ingeniero general que sería, ya desde los orígenes, su mayor némesis. No obstante, y a pesar del carácter ensoberbecido del que hizo gala Lemaur a lo largo de su vida -otro 'mérito' más-, también tuvo quien lo apoyó incondicionalmente, caso del famoso Sabatini.
Sea como fuere, en 1751 ya nos encontramos a don Carlos de plática con don Zenón, el marqués, para abordar el asunto de comunicar la vieja Castilla con el Cantábrico, tarea a la que se encomendaría de lleno el francés desde entonces, recorriendo las provincias de Palencia y Valladolid. Su capacidad proyectística debía de ser notable, a juzgar por la velocidad con la que entregó planos y plazos. Discrepaba con Ulloa en el carácter bimodal del Canal de Castilla. Para Ulloa debía ser un canal de navegación, para Lemaur, además de navegable, debía servir para riego, por lo que el trazado, sinuoso de por sí, debía ser más ambicioso espacialmente. Afortunadamente primó su criterio al final. Aclaro que para empedrar el lecho de la lámina de agua hubieron de desmocharse unas cuantas torres del homenaje de otros tantos castillos de la provincia vallisoletana, que los tiene y además de tipología propia.
Las obras de Lemaur se extenderían en las décadas siguientes al resto de España y no sólo serían de corte ingenieril sino también arquitectónico (como el Palacio Rajoy en Santiago de Compostela). Conviene saber que a él le debemos el paso de Despeñaperros, así como los puertos de Manzanal y Piedrafita. Y que, en sus últimos años, junto a dos de sus hijos varones (los cuatro eran ingenieros y acabarían metidos de hoz y coz en el proyecto), trató de llevar a cabo la magna empresa de conectar el río Guadarrama y, por tanto, Madrid, con el Guadalquivir (770 kilómetros de canalización), atravesando la capital de España, Aranjuez, Sevilla y Sanlúcar de Barrameda, y aprovechando los cauces de los ríos Guadarrama, Manzanares, Jarama, Tajo, Riansares, Záncara, Jabalón, Guarrizas, Guadalén, Guadalimar y, finalmente, Guadalquivir. Una obra que ni él llegaría a ver terminada, al fallecer un año después de iniciarse, ni llegaría a completarse, al reventar la presa del Gasco tras una descomunal avenida de agua.
Una avenida de agua que se entiende que nadie pudiera prever en 1787, pero que, en 2024, al contemplar la dimensión de la catástrofe en Paiporta, Alfafar, Chiva o en la albaceteña Letur, se hace difícil entender. Sobre todo, con tanta tecnología, satélites, sensores, inteligencias artificiales y hasta naturales como tenemos y lucimos. Más Lemaures y menos lémures -o sea, fantasmas- políticos.
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