Artes & Letras / Hijos del Olvido
Nuestro más legendario caballero
Bernardo del Carpio (¿Saldaña?, a finales del s. VIII - ¿850?)
El héroe de la batalla de Roncesvalles, donde se afirma que mató al famoso Roldán, fue celebrado durante toda la Edad Media por sus proezas
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El riosecano que pudo conquistar Australia
F. Javier Suárez de Vega
Con la venia del universal Cid, bien podría calificarse a Bernardo del Carpio como el más legendario de nuestros caballeros. Durante siglos su nombre corrió de boca en boca y pugnó con el de Vivar en nombradía, tanto dentro como allende nuestras fronteras. Sin embargo, ... con el paso del tiempo su memoria se fue diluyendo hasta casi esfumarse.
Al igual que el Campeador, cabalga entre la realidad y la ficción, entre la historia y la literatura, hasta el punto de que algunos han llegado a negar su historicidad. Otros, en cambio, afirman que existió y fue muy real. En cualquier caso, como era de esperar en un personaje nacido hace más de doce siglos, su biografía está rodeada de dudas y misterios.
Se cuenta que era hijo de la clandestina relación mantenida entre Sancho Díaz de Saldaña y Jimena, hermana del rey asturiano Alfonso II, el Casto. Al enterarse de ello, el monarca encerró a su hermana, para siempre, en un monasterio y a su amante en el leonés castillo de Luna. Dicen que acogió a su sobrino en la Corte, lo educó como caballero y que, con los años, se convirtió en un formidable guerrero.
Ascendió al Olimpo de los héroes de la épica medieval por su hazaña en la batalla de Roncesvalles, donde se afirma que mató al famoso Roldán, paladín de las huestes de Carlomagno. Para Menéndez Pidal, en la literatura aparece como campeón de la independencia nacional contra el gran emperador de los francos, haciendo combatir mezclados, bajo su enseña, a castellanos, leoneses, navarros, vascones, incluso a los moros de Zaragoza. Infieles y cristianos, juntos, impidiendo la invasión de tierras hispanas.
Sus proezas no dejaron de celebrarse durante toda la Edad Media, con un desaparecido Cantar de Gesta sobre él y numerosos romances; Alfonso X, el Sabio, en su 'Estoria de España' le dedica varios capítulos. Pero sería en el Siglo de Oro cuando su figura eclosionaría con fuerza. Aparece en el Quijote varias veces, como en los versos del romance del conde Guarinos: «Mala la hubistes, franceses, en esa de Roncesvalles», o en la mención a Roldán, al que «no le valieron tretas contra Bernardo del Carpio, que se las entendió y le ahogó entre los brazos». Cervantes lo hizo protagonista de su comedia 'La casa de los celos y selvas de Ardenia' y tanto le debió fascinar su figura que en la dedicatoria de su 'Persiles y Sigismunda' confesó su intención de escribir sobre él. También Lope de Vega -que, por su segundo apellido, afirmaba ser pariente suyo- se basó en su drama personal para 'El casamiento en la muerte' y 'Las mocedades de Bernardo del Carpio'.
Bernardo, tras su gesta en Roncesvalles, descubre quiénes son sus padres y que están cautivos. De nada servirá que suplique al rey su liberación. Por ello, según el historiador Juan de Mariana, abandonó la corte «con grande acompañamiento de muchos que se le arrimaron» y se instaló en el salmantino castillo de Carpio-Bernardo. Desde allí, hizo «cabalgadas por tierras del rey, robaba, saqueaba y talaba ganados y campos». Así doblegó la regia voluntad, aunque demasiado tarde, pues su padre había muerto en prisión. Mariana recoge dos posibles versiones de su final. La primera que, despechado, se pasó a Francia y Navarra «donde acabó la vida en lloro y tristeza»; la segunda que, a pesar de todo, siguió sirviendo a su rey como lo demuestra el lugar donde reposan sus restos.
Y, en efecto, en una cueva de la Peña Longa, muy próxima al monasterio de Santa María la Real de Aguilar de Campoo, se halla la que dicen su tumba. Durante siglos lugar de peregrinación, en su interior aún se conserva un sepulcro con letras góticas -hoy muy desgastado- que databa su muerte en el año 850 y en el que antaño podía leerse: «Aquí yace sepultado el noble y esforzado cavallero Bernardo del Carpio defensor de España hijo de don Sancho Diaz conde de Saldaña i de la infanta doña Ximena…».
Hasta el mismo emperador Carlos V, en el verano de 1522, quiso visitarla personalmente. Y ahí aparece en escena otro ingrediente que no podía faltar: una espada legendaria. La crónica del monasterio relata que visitó el sepulcro «donde vio que estaba la espada de este esforzado y valiente caballero, la cual se llevó consigo». Fue el germen de una de las mejores colecciones de armas del mundo, la Real Armería de Madrid, donde se conserva la que es una de sus joyas más preciadas: Durandarte, Durindana o Durandal. Así era conocía la mítica espada, regalo de Carlomagno a Roldán, que pasó a manos del guerrero hispano, cuyo nombre puede leerse en la hoja de esta pieza rodeada de misterio, pues se asegura que, en su interior, contiene varias reliquias.
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En la actualidad, un melancólico Bernardo del Carpio nos contempla desde uno de los medallones de la Plaza Mayor de Salamanca y lo cierto es que, salvo algunos estudiosos, ya casi nadie lo recuerda. ¿Nadie? En realidad, hay una sorprendente excepción: los gitanos. Ellos han obrado el milagro de transmitir, generación tras generación, romances medievales como el del mítico caballero que vivió varios siglos antes de que ellos llegaran a España en el siglo XV. Incluso han acrecentado la leyenda en torno a nuestro héroe, ahora más inmortal que nunca, pues afirman que, en realidad, no está muerto, sino que, por castigo divino, quedó encantado en los «llanos de Calahorra», oculto en una cueva de la que saldrá «cuando España se pierda y tenga que salvarla de nuevo».
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