buenos días, vietnam

Las lágrimas de la reina

Que a Sofía se le escapen las lágrimas en público, cuando a ella nunca se le escapó nada, le hace a uno estremecerse

Hacia lo salvaje

efe

Ver llorar a una reina debería preocupar más a un país que el desplome de la Bolsa. Sobre todo si las lágrimas son de Sofía, aquella reina nuestra de una España que se nos escapa a borbotones. España, guapa y feliz, en la que ... todos éramos críos y ella estaba igual, como una tía abuela recta y lejana que –como el DNI– tenía cada uno por el hecho de ser español. Reina de cuando sus majestades todavía reinaban. Mientras aquí todo se aceleraba –la economía, Europa, la prensa, las amantes–, ella seguía a lo suyo porque los países se levantan despacio. Y su saber estar es lo que nos ponía a todos en nuestro sitio, aunque nunca hubiésemos reparado en ello.

Por eso que a Sofía se le escapen las lágrimas en público, cuando a ella nunca se le escapó nada, le hace a uno estremecerse como si esto fuese ya 'El mundo de ayer' y se hubiesen vaciado los teatros. Puede que la reina llore por una España que se nos muere y otra que nace muerta. Dudo que llore por ella, una reina que siempre puso el país por delante y a los españoles siendo griega. Quién sabe por qué llora la reina… Últimas lágrimas de la Transición, primeras de una España en la que, como Nietzsche declaró la muerte de Dios, han proclamado el fin de la igualdad entre españoles.

Pero el llanto de una reina nos recuerda que España se constituye en una monarquía parlamentaria ya que no sabe ser otra cosa. Tal vez porque, aunque se empeñen en meterle mano a la historia lo que más hemos tenido sobre todo, son reyes. Y reinas: de Isabel la Católica a Sofía de Grecia. Dos monarcas que sabían lo que eran y que no necesitaban que nadie se lo recordara o se lo concediera. La corona, como la elegancia, no se la ciñe uno por las mañanas y se la quita por las tardes mientras pone los pies sobre la mesa.

Las lágrimas de la reina son quedarse a la intemperie en el mundo que viene, que no es ya el nuestro. Sofía, monarca silenciosa, quizá sea la última de una generación, linaje aparte, que supo anteponer el deber a los enfados, España a la ideología, a ellos mismos. Un mundo donde todavía había causas que se elevaban por encima del ombligo. Y en este nuevo poco importa tener una Leonor inteligente y guapa, vestida de camuflaje, con la Constitución jurada, si no entiende que la corona se la debe, sobre todo, a su abuela.

Estas lágrimas son lo que le quedaba de aprender a Sofía de España, una última lección de la que no se libra nadie: ni Cervantes, ni Lope, ni Nebrija, ni Cisneros. Todos acaban fuera de la foto, como ahora interesa que no salga ella. Lo que no aprende España de la historia, ni sus reyes, es que no se puede reinar huérfano, sin tus mayores, porque siempre hay un Almanzor que espera.

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