Sí, juramos
La periodista Eva Crespo ofrece el silencio de Zamora a los pies del Cristo de las Injurias
Eterna Jerusalén en Zamora
Juramento del Silencio en la plaza de la Catedral de Zamora
Zamora de viste de silencio en el crepúsculo del Miércoles Santo. Es la hora del silencio, un silencio que la ciudad jura entre dos luces, antes de anochecer. Una marea de terciopelo rojo inunda la Plaza de la Catedral mientras la Bomba de la ... Torre lanza, imponente y solemne, su tañido de bronce. Es uno de los momentos que encogen el alma.
A las ocho y media de la tarde comenzaban a salir a la Plaza de la Catedral los primeros hermanos, hombres y mujeres unidos en la devoción. Túnica de estameña blanca y caperuz rojo, como la sangre de Cristo, como la sangre de todos los mártires de la tierra. Los dos grandes pebeteros perfumaban de incienso la primavera.
Todo se detiene cuando el Cristo de las Injurias asoma al atrio de la Catedral. La respiración, los latidos, el viento...hay un instante en que el pulso se paraliza, se rinde ante el Crucificado, obra maestra de la imaginería del siglo XVI. Entre sus brazos cabe Zamora entera, el mundo.
La periodista Eva Crespo, directora de RTVCyL La8 Zamora, ofrecía a sus pies el silencio en el nombre de quienes no encuentran justicia, de los injuriados, de todas las víctimas inocentes. El silencio de una ciudad que tan a menudo calla y ve partir a sus hijos, que regresan cada Semana Santa, nexo de unión para siempre con la tierra. Una plegaria nacida desde dentro, desde las entrañas y la prodigiosa palabra de una zamorana que vive, que siente, que vibra y se duele con una Zamora que se despuebla pero que mantiene su dignidad, la que expone estos días (como la ropa tendida del poema de Claudio Rodriguez, el alma que parecen simbolizar las túnicas oreadas) y que, con el último aliento, no debe darse por vencida sino clamar (y pedir si hace falta) para que esto cambie y mantener la Esperanza, que eso lo que proclama la Resurrección.
Finalizada su intervención, los más de dos mil cofrades hincaban su rodilla en la tierra y el Obispo de la diócesis, monseñor Fernando Valera, los interpelaba. «Hermanos, ¿juráis guardar silencio durante la procesión?». Bajo los caperuces la respuesta era unánime: «Sí, juramos». Los clarines rompían entonces el silencio jurado y el Cristo de las Injurias recorría en majestad desde la Cruz, la ciudad.
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