Artes & Letras
José Carralero y el hallazgo del «fantasma subjetivo»
El galardonado con el Premio Castilla y León de las Artes y nuevo presidente de la Asociación de Escritores y Artistas Españoles continúa con su serie sobre las cuatro estaciones en el Bierzo
Sobre mi paisaje
C. Monje
Anda estos meses José Carralero dándole vueltas a la forma de atraer a los creadores jóvenes a la Asociación de Escritores y Artistas Españoles, que preside desde el pasado junio. Pero sin abandonar la pintura. El berciano es un corredor de fondo y puede ... estar muchos años embarcado en un proyecto o en un cuadro hasta que decide ponerle la firma, momento en el que -ya sí- lo declara definitivamente cerrado.
También le da últimamente por revisar obra arrinconada que, al parecer, muchas veces no merecía tal desapego: «Tengo cuadros que había abandonado por no apreciarlos, inacabados, los guardo ahí en una estantería para otro día pintar sobre ellos otros cuadros, para aprovechar el soporte. Llevo días sacándolos, alguno me habla y me dice que no lo tape, que lo acabe». Así que está recuperándolos tiempo después de las primeras pinceladas, y hasta siente «que se hubiesen pintado solos» por la distancia que ha puesto de por medio. Y al final se reconcilia con ellos: «Los pongo en el caballete, los termino y los firmo con mucho gusto». Además, está enfrascado en un retrato, una de sus especialidades.
Su otra faceta destacada, la de paisajista, siempre está ahí. Se reafirma en ella cada verano, en el curso de paisaje que lleva su nombre y que se celebra anualmente en Carracedelo, y en el estudio madrileño, donde a buen seguro siempre habrá un paisaje inacabado, otro recién firmado o quizá alguno de esos a los que les brinda una segunda oportunidad. Está a punto de dar por terminado uno de una serie dedicada a las cuatro estaciones en el Bierzo, ejemplo de esos proyectos gestados sin prisa en grandes formatos; aunque «eso de las cuatro estaciones a lo mejor es mucho decir», matiza con ironía.
El galardonado con el Premio Castilla y León de las Artes de 1995 ha hecho del paisaje el género medular de su obra. Ya en su etapa de formación en la Escuela Superior de Bellas Artes de Madrid pintar fuera del aula era un «desahogo» y, tras tantearse en diferentes estilos entre la figura humana, naturalezas muertas e interiores, llegaron los paseos por el campo. Y las primeras series de paisajes, donde el ciclo del Valle de Perales (Madrid) jugó un papel esencial. «Sentí que la pintura me había agarrado», ha escrito sobre esa experiencia vivida en 1969.
A partir de entonces se ha dejado
guiar por lo que ha denominado «el fantasma subjetivo», eso que determina que un paisaje lo inquiete o no le diga nada especial, independientemente de sus elementos, «producto de la manera de ver y sentir la relación de los colores, formas, ritmos y calidades», tal como ha dejado escrito. «El fantasma subjetivo está en mí ante el paisaje. A veces, después de mucho caminar por el campo, a la vuelta de un recodo se te presenta un paisaje que es el mismo, pero que hasta entonces no habías percibido. Intentas analizar por qué, si eso llevaba ahí toda la tarde, las nubes, los árboles... No se trata de hacer inventario de lo que has visto, sino tu sensación ante aquello, que es algo personal; por eso hablo del fantasma subjetivo, porque otra persona no menos sensible ni menos avezada no tiene esa sensación, porque cada uno siente el chispazo cuando lo siente», reitera.
Ese fantasma subjetivo se le ha presentado a Carralero repetidamente por la Sierra de Cazorla, por las tierras de Valladolid que dieron título a una serie y, por supuesto, por el Bierzo, con su recurrente monasterio de Carracedo. A veces se podría decir que hasta le ha hablado con sugerente voz femenina, si tomamos al pie de la letra el relato del autor al recordar el origen del gran cuadro de Urueña que puede verse en las Cortes de Castilla y León, obedeciendo un mandato misterioso para pintarlo. No es el único 'misterio' que rodea a ese cuadro, donde un amigo vio a un personaje sentado al borde de la muralla que había surgido involuntariamente de una mancha de la pintura. Todavía se arrepiente, dice, de haber eliminado al intruso que parecía contemplar los montes Torozos.
No parece haber cambiado mucho el concepto de la pintura de Carralero, porque para hablar de su relación con la naturaleza, puede echar mano de un texto que escribió para una exposición en México DF cuando tenía veintitantos años. Las mismas ideas las repite ahora y ya fueron expuestas en esa mezcla de memorias pictóricas y reflexión sobre el oficio que es 'Olvidar lo aprendido', editado por la Junta de Castilla y León hace ya un cuarto de siglo.
El mismo título de ese ensayo dice lo fundamental de cómo entiende Carralero el arte. El que fuera catedrático de Pintura en la Universidad Complutense defiende la formación académica, pero ya ante el lienzo cree que hay que renunciar a lo aprendido, una vez digerido, para «dar rienda suelta a lo espiritual, a lo anímico». Es aquello que decía Rilke en 'Cartas a un joven poeta' de «dejar completarse cada impresión y cada germen de sentimiento absolutamente en sí, en lo oscuro, en lo indecible, en lo inconsciente, en lo inasequible al propio entendimiento, y esperar con profunda humildad y paciencia la hora del nacimiento de una nueva claridad; solo eso es vivir como artista: en la comprensión como en la creación», que cita también al comienzo del libro. «Es la gran paradoja: Te tienes que preparar, tienes que formarte, pero también aventurarte en el olvido aparente», se reafirma ahora.
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La pintura para José Carralero es un proceso intelectual que pasa por la sensación, la percepción, la razón y la emoción. «¡Ay de aquel que solo pinta!», ha escrito hace tiempo y repite todavía: «Hay pintores que hacen la foto de un paisaje nevado y acaso nunca lo han pisado, lo proyectan y lo copian. Por eso digo que son necesarias muchas horas de caballete, pero… ¡ay de aquel que solo pinta! El pintor tiene que reflejar lo que vive, reflejar la vida, y para eso hay que vivirla. Reflejas lo que vives, y si no lo vives…».
Tampoco los retratos son para el de Cacabelos un mero reflejo del personaje, incluso cuando el resultado es realista, como el conocido óleo de Antonio Pereira. Los retratados de Carralero parecen mirar hacia fuera y hacia dentro, una especie de doble reconocimiento que el autor busca en las miradas. Sobre esto recuerda a otro artista, Joaquín Vaquero Palacios, que sostenía que «el pintor retratista es el que entre sus cartas tiene ases, no saben cuándo van a salir, pero están ahí». Y Carralero, como le decía su colega, confía en tener ases en la baraja.
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