por mi vereda

Soplar y sorber

Se produce menos y cuesta más por los elevados insumos que soportan los profesionales

El exministro Manuel Pimentel ical

La de Manuel Pimentel es una de las biografías más singulares de los ministros de la democracia. Ingeniero agrónomo y doctor en Derecho, fue secretario de Empleo en el equipo de Javier Arenas durante casi todo el primer Gobierno de Aznar y, entre enero de ... 1999 y febrero de 2000, ministro de Trabajo y Asuntos Sociales, cargo del que dimitió. Tres años después, con motivo de la Guerra de Irak, mandó a la porra a su partido al darse de baja. Confirma su perfil que hay vida después de la política -sobre todo si se tiene una profesión-, que no todas las personas tragan con tal de conservar el escaño y que, a menudo, la actividad privada reconoce mejor su valía. Dolorosa realidad por la cual muchos de los tuercebotos y tuercebotas, en todos los partidos, continúan amarraditos al cargo como lapas, en tanto que otros, más preparados, entran en la turné bochornosa de las puertas giratorias.

Alejado de la vida política, ganó tranquilidad para hacerse empresario, aprovechar su diplomacia para resolver conflictos, fundar una editorial y apartarse a disfrutar de una de sus pasiones: el campo. Dejando atrás la anécdota de la campaña publicitaria que hizo para Ikea, Pimentel vive en una finca cerca de Córdoba donde disfruta del paisaje de la serranía y cría ganado vacuno. Como prolífico escritor, hace apenas unos meses publicó un libro titulado «La venganza del campo», que viene que ni pintado para las manifestaciones de agricultores y ganaderos en todos los rincones de España. En realidad, se trata de una recopilación de artículos en diferentes medios escritos desde hace unos quince años en los que venía advirtiendo del peligro de asfixiar y amargar al sector primario con decisiones erróneas. Y ahora, ese descontento generalizado entre profesionales ninguneados sale a las calles y a las carreteras en forma de tractoradas.

Asegura el ex ministro que durante las dos últimas décadas los europeos hemos comido bien y barato, creyendo el consumidor mayoritariamente urbanita que los alimentos llegan por la gracia de Dios a los lineales del supermercado. Aparte, el criterio de lo verde empezó a condicionar unas normativas que limitan la producción agraria y pecuaria con exigencias demenciales, de donde surge la tormenta perfecta para la subida de precios. En lo sociológico, a la gente que sale al campo a pasear «le molestan los regadíos, los trasvases, las granjas o los invernaderos», y ven al agricultor como un invasor del medio ambiente, mientras España pierde cada año miles y miles de hectáreas de tierras de cultivo. Por tanto, se produce menos y cuesta más por los elevados insumos que soportan los profesionales, junto al exceso de burocracia, el abuso de los intermediarios y el riesgo de depender del exterior. Lo peor, como explica, es que el ciudadano europeo se queja de la subida de precios pero quiere cerrar el campo. Soplar y sorber. Hipocresía suma de un continente en decadencia.

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