POR MI VEREDA
Bicis con calzador
Si toda la estrategia de reducción de emisiones se centra en imponer el uso de la bicicleta en las ciudades para no morir de patologías respiratorias, suena a auténtico pitorreo.
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Iniciar sesiónEn 1977, cuando los españoles nos fundíamos en un abrazo sentido de reconciliación para mirar al futuro en democracia, Fernando Fernán Gómez daba a imprenta su obra teatral más conocida, «Las bicicletas son para el verano», una historia ambientada en el estío madrileño de ... 1936. Luis, un adolescente, quiere a toda costa una bici para presumir y pasear, pero su padre no se la compra por haber suspendido. Así durante tres años de espera, con personajes de todos los perfiles y colores a los que sacude con saña el conflicto fratricida, hasta que un día le contratan como recadero y por narices le tienen que comprar el velocípedo. El inolvidable actor reflejaba el drama social de un país dividido, el drama existencial de personas que no hallan sentido a su vida, pero también una intrahistoria de valores humanos y cercanía entre los protagonistas, a pesar del contexto bélico.
En ese duro panorama, la bici aparece como algo más que un medio de locomoción, como lo fue durante décadas en nuestro país, en convivencia con jumentos, mulas y carruajes junto a los primeros coches. Era un símbolo de libertad y de independencia. Nuestra clase dirigente, que más bien lee poco por ser ya de una generación netamente televisiva, solo conoce por tanto a los chavales de «Verano azul» en dos ruedas, a modo de diversión vacacional. De ahí que nos encontremos con paseíllos a golpe de pedal como el de Teresa Ribera esta semana en Valladolid. La ministra para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico –denominación cursi de libro– llegó en bicicleta a la cumbre de responsables de Medio Ambiente de la Unión Europea. Según confesaba en sus redes, Ribera se mostró encantada de estar en Valladolid, ciudad de su padre, abuela y tíos, pues resulta habitual entre las niñas bien de Madrid, cuando viajan a provincias, destacar sus vínculos familiares, afectivos o inmobiliarios con esos lugares.
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Dentro del foro, pues como siempre: apología férrea de lo que llaman movilidad sostenible, léase desplazarse por las ciudades en bicicleta como «políticas de familia», según apuntó el vicepresidente de la Comisión Europea, Frans Timmermans, que por su perímetro abdominal no parece arrear demasiado desde el sillín. En su concepto de «ciudades verdes», para limpiar el aire y descontaminar el medio urbano todo se centra en perseguir el vehículo privado para santificar la bici, como ya ocurriera en la China de Mao. Parece que plantar árboles, ahorrar y reciclar agua o instalar placas solares en las cubiertas de los edificios, no en fincas de labor, es algo accesorio. La cumbre propuso seguir avanzando en la descarbonización del Viejo Continente. Si toda la estrategia de reducción de emisiones se centra en imponer el uso de la bicicleta en las ciudades para no morir de patologías respiratorias, suena a auténtico pitorreo. También hay que respetar la libertad de ir caminando, en automóvil particular o en transporte público.
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