Artes & Letras / Hijos del Olvido
El hotel de la prehistoria española
Hotel Vallisoletano de Puente Viesgo (Cantabria)
El establecimiento creado por Juan Martín Castro, de Velascálvaro, fue cuartel general de arqueólogos, además de recibir a bañistas e ilustres visitantes
De Letur a Lemaur
F. Javier Suárez de Vega
Los hijos del olvido acechan donde uno menos espera. Este se presentó de la manera más dulce, rodeado de sobaos pasiegos y las inenarrables tartas de Casa Ibáñez, cuyas terrazas ofrecen una espectacular panorámica de Puente Viesgo. En una de sus coquetas estancias, llena de ... antigüedades, una vieja bolsa de papel me dejó pasmado. «Hotel Vallisoletano», llevaba impreso. Había numerosos objetos y documentos relacionados con este establecimiento del que jamás había escuchado hablar, a pesar de haber visitado infinidad de veces esta localidad.
Mi sorpresa fue total cuando pregunté a los propietarios, Ana, Orlando y Pachi, salvadores de aquel patrimonio perdido, y me mostraron nuevos documentos que, gracias a su amabilidad, pude consultar en días sucesivos. Todo pertenecía al viejo hotel, cuyo edificio, cercano al suyo, fue demolido hace años para construir un puente sobre el Pas.
La historia del enigmático alojamiento es fascinante. Durante los siglos XIX y XX por los balnearios del Valle de Toranzo desfilaron miembros de la realeza, linajudos aristócratas, políticos, literatos y adinerados industriales. Pérez Galdós, Menéndez Pelayo o el Marqués de Comillas tomaron las aguas en Puente Viesgo. Pero hubo un inesperado colectivo de visitantes -la mayoría extranjeros- que harían historia. O prehistoria, para ser más exactos.
Eran los albores de esta ciencia en Europa y los descubrimientos de varias cuevas en tierras cántabras atrajeron a los más prestigiosos prehistoriadores. El efectuado en 1903, por el palentino Hermilio Alcalde del Río, de las cuevas del Monte Castillo -hoy Patrimonio de la Humanidad- causó sensación. Tanto que Alberto I de Mónaco financiaría las excavaciones del Instituto de Paleontología Humana de París entre 1910 y 1914, a cargo, entre otros, del alemán Hugo Obermaier o el galo Henri Breuil, conocido como el Papa de la prehistoria.
Se multiplicaron los alojamientos para acomodar a los miles de visitantes que acudían a la villa termal. Después del Gran Hotel, sobresalió el elegido por los arqueólogos como cuartel general, el Vallisoletano, que anunciaba así sus atractivos: «magníficas habitaciones, gran salón de recreo, coche gratis al balneario y a la estación, servicio de carruajes de lujo, buenas vistas y esmerado trato».
También residieron allí el belga Wernert, el británico Burkitt y, probablemente, otros investigadores como Blanc, Teilhard de Chardin, Nelson o el norteamericano Osborn, el destacado paleontólogo que bautizó especies como el 'Tiranosaurus rex' o el 'Velociraptor'.
En años sucesivos llegaron de todo el mundo ilustres viajeros para contemplar las que, según algunos, son las pinturas rupestres más antiguas del mundo. Y muchos recalarían en el Vallisoletano, como el norteamericano J. H. Maxwell, en 1929, o el científico Telesforo de Aranzadi Unamuno, primo del escritor, al año siguiente. El mismo en que apareció en la recepción una curiosa visitante, la profesora de la Universidad de Chicago Elizabeth Wallace; Betsy para Mark Twain con el que mantuvo una estrecha amistad.
Pero, obviamente, la mayoría de sus clientes no fueron allí en busca de bifaces o restos de mamuts, sino a «tomar las aguas» y disfrutar de las tierras norteñas. Y el registro de viajeros que pude estudiar ofreció muchas sorpresas. Desde pioneros de la aviación como Salvador Hedilla, recibido en Palma como un héroe por 20.000 personas tras lograr ser el primero en volar desde Barcelona. O Pedro Calvo, que casi pierde la vida en la gesta del 'raid' Madrid-Manila, tras un aterrizaje forzoso y deambular seis días por el Desierto sirio.
Entre los objetos del hotel, había una antigua caja metálica de galletas, regalo de un cliente que las producía de forma artesanal en Alar del Rey, Siro Fernández, cuyo negocio luego se convertiría en el Grupo Siro. Otra dulce saga de industriales, la familia Lacasa de Jaca, pasó allí varios veranos, propietaria de Chocolates Lacasa, que popularizó los famosos Conguitos y Lacasitos.
Una deliciosa crónica del periodista Arturo Gazul decía en 1918 que «este hotel familiar, casero, amable y muy castellano tiene el encanto íntimo de la antigua fonda española. Nada de cocina francesa ni de cursis pretensiones de extranjerismo […] Todo sano, abundante y positivo».
Marie-Thérèse Figueur, la descarada
F. Javier Suárez de VegaMujer soldado en las guerras napoleónicas, fue capturada por los hombres de Merino, que sintió aprecio por ella y, probablemente, le salvó la vida
Juan Martín Castro fue el fundador de este próspero establecimiento que fue centro de la vida local, con cotillones, fiestas y banquetes. Un anuncio informaba de su ampliación con un nuevo edificio «para hospedar cómodamente a noventa o más bañistas» y del que casi seguro fue su primer negocio: «tiene, además, desde hace 26 años, su empresa de coches La Vallisoletana». Además del éxito económico y social -fue alcalde y uno de los principales contribuyentes-, encontró el amor. Casado con la maestra Ambrosia Sampedro, tuvo varios hijos, cuyas partidas de bautismo desvelan el porqué del nombre de sus negocios: Juan era de Velascálvaro, localidad vallisoletana cercana al célebre balneario de Las Salinas.
Y a este audaz vilachero, llegado a tierras montañesas muy joven, le cabe el honor de haber hospedado a los padres de la prehistoria mundial. Y no es exageración. Alberto I de Mónaco, que visitaría el hogar de sus patrocinados en 1909 y 1914, pronunció una frase que pide mármol: «Una de las glorias de España será haber contribuido de una forma tan brillante a establecer la verdadera historia de la Humanidad».
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