Sala para dos

No había nadie el jueves en el cine, últimamente no hay nadie casi nunca y tampoco es que yo vaya a horas muy extrañas. Por no haber no hay siquiera dos amantes, puestos de oficio, de esos que se dan besos cobijados por la discreción que queda cuando se apagan las luces. Lo digo preocupado por si cierran los pocos cines que quedan, por quién ve esas películas que se proyectan cuando no hay nadie en la sala. Y si en alguno de estos pases a un film mediocre le da por ser una genialidad, a uno de sus actores le da por salir de la pantalla a estirarse como si se tratase de 'La rosa púrpura del Cairo'. Qué ocurre si en esa sesión exacta no aparecen las palabras «The end» y la película y la vida continúan y se entrelazan o si a Máximo Décimo Meridio le sacan de la arena de Roma y lo ponen «en una galaxia muy muy lejana»… Pasará inadvertido porque allí no había nadie para verla.

Los cines no remontan porque el público se ha acostumbrado a verlo todo más pequeño: a través de un iPad, de un móvil o incluso de una mirilla. En casa se puede parar la película, porque la próstata y la edad aprietan y se puede mirar el móvil cada cinco minutos como un yonqui de esta vacua actualidad.

Los cines son el reducto de otras vidas, cuando invertíamos la paga con más convicción que en un plan de pensiones privado. Entonces, cuando íbamos con amigos y después con novia, que fue cuando empezó a darnos igual lo que pusieran, porque para eso han servido también los cines durante los últimos cien años. Fui a ver 'Babylon', aunque esto es otro artículo por excesiva y otras tantas cosas más. Un homenaje al cine con el cine vacío; pobre Chazelle. Vuelta al cine mudo, porque de qué sirve que las películas tengan sonido si no hay nadie para escuchar.

Y allí me senté yo, decidido a escribir sobre eso que canta Sabina de que «sobran lunes por la tarde / faltan novios en los cines…». Pero me dio por pensar, allí solo, que teníamos la sala entera para los dos.