BUENOS DÍAS, VIETNAM

La plaza de las batallas de salón

«Nos han llamado diciendo que hay un trastornado en la plaza», le dijeron los agentes a un chaval de Salamanca que estaba pegando pases con la muleta en una plaza tranquila de Valladolid

Plaza de las Batallas de Valladolid Wikimedia Commons

El torero es un héroe frente a la muerte, y el que aspira a ser torero tan sólo un héroe al que no le han dejado probar su valor. En los años cuarenta, los toreros eran héroes que toreaban su propia hambre y los de ... hoy a los más cainitas de los nuestros, a aquellos que se creen que la calle es suya y no toleran que alguien pise o piense distinto. «Nos han llamado diciendo que hay un trastornado en la plaza», le dijeron los agentes a un chaval de Salamanca que estaba pegando pases con la muleta en una plaza tranquila de Valladolid. La plaza de las batallas... Eduardo Benito era el chico –que tiene nombre de pintor vallisoletano–, al que el otro día le azuzó algún vecino con inquina por su propio aburrimiento a la policía con la excusa de que el estoque simulado que llevaba era un arma blanca. Así se las gastan con los críos los valientes de boquilla que ven la vida desde una ventana porque les falta valor para vivirla.

Y el chaval les explicó atónito y con educación a los agentes lo que hacía allí, que no era toreo de salón, sino torear a su aire una tarde de marzo que es un Garcigrande al que no se le puede decir que no. «Se torea como se es», decía Juan Belmonte, matador de toros. Y para saber cómo se es hay que lidiar mucho con uno mismo, mucho más que torear a un toro, se quiera ser novillero, tomar la alternativa o no. De lo contrario se corre el riesgo de vivir vidas ajenas, de no vivir. De quedarse mirando por un cristal y pensar que el mundo es a todas horas una conspiración.

De esta ya ha aprendido Eduardo la primera lección: que los toros embisten de frente, con nobleza si salen bien, pero las envidias siempre le cogen a uno por detrás.

Juan Belmonte, cuenta en su biografía Chaves Nogales, cruzaba desnudo el Guadalquivir para torear los toros de las fincas que había cauce abajo siendo poco más que un crío. Y allí se vestía otra vez y toreaba de noche y a oscuras los morlacos de algún mayoral despistado, jugándose la vida, porque ser torero no se puede remediar. Ser torero es ser libérrimo, se pongan los animalistas, Iceta y el vecino de Vadillos como se quieran poner.

Antes los niños jugaban 'al toro' y todos los que ahora se llevan las manos a la cabeza porque quede alguno que todavía lo haga, los que llaman a la policía cuando ven a un chico dando pases en un parque, estos ociosos sin Benidorm, preferirían que los críos jueguen a ser funcionarios, que es la burguesía del siglo XXI.

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