buenos días, vietnam

Diciembre es una fiesta

Los niños de San Ildefonso ya han cantado y no nos ha tocado nada y por suerte nos da igual

Cantan los niños de San Ildefonso y los violines largos del invierno, que a diferencia de los de Verlaine son violines alegres porque entonan villancicos. Canta Joaquín Díaz romances que recordaban las abuelas de nuestras abuelas: «A Belén camina / quisiera saber / un hombre de noche / ... con una mujer, / si la lleva hurtada / no es de imaginar. / Antes de las doce / a Belén llegar». Y cantan las plazas y le hace coro toda la ciudad. Se vive despreocupadamente rápido, irreflexivamente alegres. Frenesí de mercados, mercadillos y panettone. Todas las ciudades son la misma porque vuelven a llenarse de todas las caras ausentes y andar por cualquier lado es una romería que no se puede eludir: Beso aquí y beso allá, «pero cuánto tiempo», «a ver si nos vemos», «¡mañana!» Y mañana Dios dirá.

Diciembre es querer hacer mucho y que no dé tiempo a nada. Diciembre es dedicarse a todo lo importante sin darse cuenta de que ya es enero. Diciembre es que todas las calles se queden cortas y usar enero y febrero y marzo para volverlas a estirar. Diciembre… Y se escapa diciembre sin llegarlo a pronunciar.

Diciembre son los años veinte y corre el champán. Lentejuelas, ebriedades felices, resacas que nadie puede augurar. Diciembre es una juerga y se descorchan botellas alegres porque todavía nos queda dinero para pagar la cuenta o no; de eso nos preocuparemos mañana. Los niños de San Ildefonso ya han cantado y no nos ha tocado nada y por suerte nos da igual. Todos los años tengo la convicción de que me va a tocar la lotería, sobre todo cuando no tengo ni una sola participación como ayer. Pero ya nadie escucha a los políticos con sus agonías –oráculos de la desdicha, heraldos de la nada– y sólo por eso conviene celebrar. Hoy, mañana y pasado por suerte no importa nada, absolutamente nada, lo que tengan que decir, que como siempre suele ser nada, pero lo dicen muy alto y muy largo para que abulte más.

Toda Valladolid es una fruta escarchada y las luces son de huevo hilado. Y yo resguardo diciembre bajo el abrigo para que no se enfríe, porque diciembre es la última barrera que nos separa de la realidad. Hoy todavía uno puede pedir lo que quiera a los Reyes Magos y, como siempre, Dios dirá.

Artículo solo para suscriptores
Tu suscripción al mejor periodismo
Anual
Un año por 15€
110€ 15€ Después de 1 año, 110€/año
Mensual
5 meses por 1€/mes
10'99€ 1€ Después de 5 meses, 10,99€/mes

Renovación a precio de tarifa vigente | Cancela cuando quieras

Ver comentarios