Buenos días, vietnam
Conviene enamorarse
Con una mujer inteligente conviene hacer las preguntas adecuadas. Basta con una sencilla: si le gusta la oreja
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Iniciar sesiónConviene enamorarse de una chica que te lleve a comer oreja como plan para una cita. A ser posible a un tabernón de los de toda la vida, con la barra de zink y la cocina muy limpia. En uno de aquellos pequeños que escasean ( ... de esos que han sacrificado para montar gastrodiscotecas y movidas) donde sólo cocinan tres cosas y las tres las bordan desde tiempo inmemorial. Una tasca en la que pudieron haber tomado el vermú nuestros abuelos y ahora nos sentamos nosotros y no ha pasado el tiempo aquí. Únicamente ocurre que antes había una en cada esquina y ahora quedan cuatro en toda la ciudad.
Hay preguntas importantes cuando uno conoce a una mujer y ninguna de ellas tiene que ver con si estudia o trabaja, ni tampoco son acerca de su infancia o si quiere tener hijos y el nombre que les pondrá cuando nazcan. No es necesario preguntar por sus hobbies, ni por el nombre del perro que nunca le llegaron a regalar cuando era pequeña. Con una mujer inteligente conviene hacer las preguntas adecuadas. Basta con una sencilla: si le gusta la oreja. Si dice que sí, esa es la indicada. A comer ensaladas, hamburguesas de tofu y quinoa te lleva cualquiera, cada vez con más frecuencia. Es de ahí de donde conviene huir, como le dije el otro día a mi hermano Chema: «¡Corre en dirección contraria!». Porque esa comida sólo puede terminar en la pregunta de a quién votas, como si en vez de salir con ella hablase José Félix Tezanos por su boca. Y ni mencionar los toros o que ni los días buenos, ni tampoco los malos, separo la basura. Ella pensará que soy un bárbaro y yo que hay cosas más importantes para una primera cita que andar midiendo la huella ambiental. A mí, aunque ahora lo que es una mujer lo imponga el Ministerio de Igualdad, sobre todo me gustan las que tienen papilas gustativas.
Los hombres teorizamos mucho acerca de las mujeres que nos gustan, le damos muchas vueltas, pero infinitamente menos de lo que teorizan ellas. Siempre volvemos a lo mismo: nos gusta que sepa comer y que sea para toda la vida.
Porque el amor son unos callos, según Fernando Pessoa, en un restaurante «fuera del espacio y del tiempo». Y qué tiempo el de aquel día, qué mañana entre todas ellas. Entre todas, ella. Nuestra tasca estaba en medio de aquel día. A Pessoa, que pidió amor, le trajeron callos fríos a la manera de Oporto y no pudo aguantarse la tristeza. Yo pedí oreja y aunque no hubiesen traído nada, qué alegría.
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