BUENOS DÍAS, VIETNAM
Cuando se alargan las tardes
Esta rutina que nos viene bien para entrar y salir a nuestro antojo sin perdernos. Para volver a nuestras cosas cada vez que nos vamos y volvemos
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Iniciar sesiónNos queda ya únicamente la mecánica tarea de volver a montar la rutina después de la Navidad. Devolver la ciudad a sus cosas, enfilarla a la primavera y nosotros a las nuestras, que también tienen que ver con la primavera. Ponernos al sol. Y volver ... a repensar la ciudad como en un tratado de urbanismo cuando se desmonta diciembre: esta casa iba de esta manera y el río cruzaba así. Y se le vuelve a abrir cauce al Pisuerga porque lo que había en Navidad no era un río, sino un decorado hecho de escarcha para adornar y que se fotografiasen despreocupados los turistas. La estación de tren allá y el sol entraba de esta otra forma por las mañanas. Un poco más lejos había un quiosco, que era ya de los últimos en pie, un superviviente a la modernidad y los periódicos llegaban frescos a las siete y esta calle no hacía esquina, más bien chaflán. Estudiantes camino de la universidad, una panadería, un mercado, las lechugas, los lechazos, los críos de excursión aprendiendo quién es don Pedro Ansúrez. Una plaza ahora, un mendigo con frío y una catedral.
Le doy forma. Valladolid es un paisaje que se vuelve a pintar. Reordeno la ciudad de memoria, su historia, su rutina y a sus gentes porque nos hemos quedado los mismos. Y a ti te coloco aquí y juraría que se me ha movido el cerro milímetro arriba o abajo, que antes no caía tan cerca de la ciudad. Tampoco creo que nadie se dé cuenta si lo dejo puesto así y no lo vuelvo a tocar.
Abro el Campo Grande y le pongo olor a verde, a marzo y a abril para que cuaje, que es lo que toca después de quitar luces y adornos y parafernalias para que coja carrerilla la ciudad hacia los atardeceres largos. Y podo los rosales y le salen rosas con prisas y digo verano y empieza junio. Y pondrán las terrazas y los días largos con sus cortas madrugadas, los noviazgos, la alegría, las ventanas abiertas de par en par.
Nos han dejado la ciudad diáfana, llena de posibilidades, de ser cualquier ciudad: Madrid, París, Sevilla, Manchester. Pero a Valladolid le gusta ser Valladolid, le gustan sus cosas y a nosotros nos gusta también las suyas. Esta rutina que nos viene bien para entrar y salir a nuestro antojo sin perdernos. Para volver a nuestras cosas cada vez que nos vamos y volvemos. Nuestras cosas, que aquí son nuestras por derecho consuetudinario. Toda Valladolid está por escribirse, como si nadie la hubiese escrito, como si nadie la hubiese mirado bien hasta ahora en realidad.
Es ahora cuando me interesa todo, cuando se alargan las tardes.
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