Explosión en Valladolid: «Fue horrible. No se me olvidará en la vida»

Una fuerte deflagración que «sonó como una bomba» deja una fallecida, una docena de heridos y un edificio prácticamente en ruinas en Valladolid

Estos son los daños del edificio siniestrado

Bomberos de Valladolid, ante el edificio siniestrado en la calle Goya 32 de Valladolid I. TOMÉ

Isabel Jimeno

VALLADOLID

«He tenido suerte», reconocía ayer Benjamín. Todavía con el susto en el cuerpo, recorriendo incrédulo una y otra vez el rastro de cristales rotos, puertas desencajadas y hasta seis marcos de ventanas del inmueble que explotó frente a su casa acumuladas en el ... patio. «De milagro» no le cayeron encima. A sus 93 años, «he vuelto a nacer». Estaba con el café, «a punto» de irse a la cama cuando una fuerte explosión, seguida de otras más pequeñas, lo movieron todo. Salió y vio las llamas frente a su puerta.

El número 32 de la calle Goya en Valladolid capital era una «bola de fuego». Por causas que todavía se están investigando y que «todo apunta» se debió a una explosión de gas -no está determinado si butano o natural, pues en el bloque convivían los dos sistemas-, sobre las 22.45 se produjo una deflagración que «sonó como una bomba» y se pudo escuchar a kilómetros de distancia.

El punto de inicio «parece ser» el 1º C, donde finalmente sobre las 5.30 horas fue hallado en el salón de la vivienda el cadáver de Teresa, la mujer de 53 años a la que se buscó durante horas al no poder contactar con ella. Había regresado hace aproximadamente año y medio al piso, que tiempo atrás compartió con su marido, ya fallecido. La hija de la única víctima mortal de la «tragedia» fue la que dio la voz de alerta al no poder contactar con ella y dar por seguro que tenía que estar en casa. Dar con la mujer no fue fácil, dada las elevadas temperaturas alcanzadas y que de su piso apenas queda rastro. Ni siquiera una puerta encontrada con las llaves puestas se podía decir si era de su piso o del contiguo dentro de esa masa de escombros. No hay suelo ni techo. Ni tabique que separe a la vivienda contigua.

Allí, en el B, vivía Isabel. A punto de cumplir los 90, es uno de los dos heridos que ayer permanecían ingresados en la UCI por inhalación de humo y las patologías previas que padecían, aunque en principio «estables». y co previsión de pasar a planta. Uno de sus hijos, José Antonio, no se despegó en toda la noche del lugar ni a la mañana siguiente para ver a pie de calle lo que horas antes intuía desde lejos: «Ahí dormía mi madre. ¡No hay pared!». Esos dos primeros «no existen».

Casualmente, el otro hijo de Isabel, que habitualmente vive en Madrid, estaba de visita en Valladolid. Fue él quien, por el patio interior y tras romper unos cristales, ayudó la ayudó a bajar desde el 1ºB. Acabó también en el hospital, como otras diez personas. En el segundo, justo encima de Teresa, estaban el otro mayor ingresado en la UCI y su hijo, inicialmente derivado a la unidad de quemados, aunque ayer por la tarde ya estaba en observación también en el Río Hortega, donde permanecía asimismo otro vecino más. Inicialmente, once personas -ninguna menor de edad- fueron trasladadas a los centros sanitarios en mitad de una noche de sirenas en un continuo ir y venir de ambulancias y camillas en hilera preparadas ante las dimensiones de la explosión y la incertidumbre de lo que pudieran encontrar dentro.

Con cuatro alturas y 20 viviendas, «afortunadamente» dada las fechas estivales, muchas estaban vacías. Doce personas fueron evacuadas, nueve con escala y el resto logró salir por sus propios medios, como Marta. «No» sabía cómo, «medio reptando por las escaleras», consiguió bajar desde el 2º en mitad del caos, llamas y humo. Con la precipitación, se dejó en casa a sus tres gatos, pero los bomberos volvieron a entrar hasta dos veces y rescatarlos. «¡Ay, sí!», lloraba de emoción al ver que tras sacar a 'Octubre'. Los otros dos también estaban vivos. En el fondo, es lo que le queda de esa noche en la que «algunos vecinos lo hemos perdido todo».

Ayer, bomberos y técnicos apuntalaron el edificio para poder entrar y realizar la primera inspección ocular con la Policía Científica en busca de pistas. Por la tarde, también facilitaron que algunos vecinos pudieran sacar sus coches del garaje y entregarles enseres y documentos que considerasen necesarios.«Ha sido un milagro» que dadas las dimensiones de la explosión y visto cómo quedó el bloque, «totalmente dañado» no haya más víctimas, resoplaban ayer en el barrio.

Justo enfrente del 32, la casa unifamiliar de Araceli. Sentada en el salón escuchó la explosión y no le hizo falta abrir la puerta para ver lo que había pasado: la fuerte deflagración había abierto y desencajado una cancela que ya ni cierra, así como el acceso al garaje, sacado la persiana y tirado la ventana junto a la que sólo unos minutos antes estaba su hijo... Como otros, llamó a los servicios de emergencia, que movilizaron un amplio dispositivo de policías, sanitarios, bomberos y voluntarios. Con el «susto» y aún «en shock» pese al paso de las horas, Araceli fue una de los muchos vecinos que «no hemos pegado ojo». De su cabeza no se van las imágenes y la sensación unánime: «Fue horrible. Increíble. Se movió todo». «Estas imágenes no se me van a olvidar en la vida», comparte otra de las vecinas de la calle Goya. Estando en el patio, observó atónita la «bola de fuego sobre mi cabeza». «La impotencia de ver a la gente con niños pidiendo auxilio», repite la mujer, con la voz todavía temblorosa y el «susto en el cuerpo» sobre esos angustiosos momentos.

«Estamos, que no es poco», añade otra. Todavía piensa que sólo unos minutos antes habían aparcado el coche frente al inmueble siniestrado, junto al que varios vehículos tenían reventados los cristales. En el número 32 ahora hecho escombros, ventanas que no existen, cortinas rasgadas colgando, balcones que volaron, amasijos de metales y cascotes ennegrecidos. Además de las 20 viviendas en cuatro alturas, había varios locales en los bajos, entre ellos un taller mecánico del que tampoco queda nada. En su interior tenía ocho vehículos y una moto, ya completamente carbonizados. Junto a otro material, complicaron aún más las labores de extinción de unos bomberos que si en un primer momento se afanaban en busca de hidrantes con los que surtir agua a las mangueras, sabiendo que cuanto más se tarda en apagar un incendio el «riesgo» de colapso es «mayor», dos horas después salían con la cara exhausta.

«La carga de fuego era brutal», subrayó después Carlos Barrio, al frente de un operativo de extinción que sólo por la noche movilizó a 35 efectivos y varios vehículos que en poco más de 120 minutos tenían estabilizado el incendio, pero no apagado. «Enfriar» el edificio fue otra de las labores más arduas, para las que fue necesario movilizar también a los equipos de limpieza, provistos de maquinaria pesada con la que mover los cascotes, que inicialmente trataron de sacar los bomberos en busca de Teresa. Pero a «mil grados», la labor de la pala excavadora y la retro fueron fundamentales para despejar la montaña de restos sobre la calle. Por la mañana, los relevos se afanaron en las labores de refresco y sofocar las llamas que seguían prendiendo, así como asegurar la zona, con la calle todavía cortada y lejos de recuperar la normalidad.

«Esto no se va a solucionar de hoy para mañana», advertía la alcaldesa en funciones, Irene Carvajal, quien incidió en reconocer el «trabajo ímprobo» y «coordinado» en una actuación también con equipos psicológicos implicados: «Es perder toda una vida...». Para quienes se han quedado sin casa, se buscó inicialmente una solución habitacional en hoteles, pero se plantea hacerlo en casas «más estables» con viviendas de la sociedad pública municipal (VIVA), señaló también el alcalde, Jesús Julio Carnero.

Artículo solo para suscriptores

Accede sin límites al mejor periodismo

Tres meses 1 Al mes Sin permanencia Suscribirme ahora
Opción recomendada Un año al 50% Ahorra 60€ Descuento anual Suscribirme ahora

Ver comentarios