Artes & Letras
Delibes: «misterio» y «milagros»
LIBROS
Martín Garzo reúne en 'Delibes, los pájaros y los niños' un conjunto de textos que contradicen la etiqueta 'realista' del autor de 'Las ratas' y acompañados por fotografías de Navia
Carlos Rod, de La uÑa RoTa: «Desde el inicio quisimos ser una editorial que acompañara a los autores»
C. Monje
Ya avanzado el libro 'Delibes, los pájaros y los niños', confiesa Gustavo Martín Garzo que el autor de 'El hereje' no formó parte de sus primeras lecturas. A finales de los sesenta, en su etapa universitaria, los jóvenes perseguían algo que sirviera de contrapeso ... a «la miseria moral y estética de la España de entonces». «… buscábamos referentes y textos acordes a nuestros deseos de libertad. Tal vez por eso, sólo lo que venía de fuera -la música, las películas, los libros- captaba nuestro interés, y desdeñábamos con altivez juvenil cuanto se producía en nuestro país», reconoce. Pasarían todavía años antes de llegar a Ferlosio, Rodorera o Ana María Matute, la culpable de su encuentro con Miguel Delibes. En un texto de esa escritora descubrió a quien ella llamaba «el niño mágico», el Nini de 'Las ratas', al que él considera «sin duda» el personaje «más memorable» de cuantos creó el narrador vallisoletano. «Leí la novela y mi fascinación fue inmediata, una fascinación que luego se prolongaría con la mayoría de sus libros», dice.
Martín Garzo ha madurado durante décadas la idea de contar 'su' Delibes «particular». Los textos que ha ido escribiendo sobre su literatura aparecen ahora en 'Delibes, los pájaros y los niños', que acaba de editar el sello leonés Eolas con imágenes de Navia. De algún modo, dice el fotógrafo madrileño, el germen de ese libro está en otro proyecto compartido hace treinta años, cuando él interpretaba en imágenes para 'El País' la Castilla de Delibes como un «territorio más emocional que físico» y Garzo la contaba por escrito, convencido también de que la mirada del novelista al entorno fue mucho más allá de la mera descripción física. Su Castilla, señala, «no es una Castilla imaginada, pero tampoco es pura objetividad. Parece existir en un espacio intermedio, como un paisaje que se ofrece en el silencio, que sólo desde ese silencio parece empezar a contar lo que verdaderamente es».
Las reflexiones que integran la obra echan por tierra la interpretación fundamentalmente realista de la obra de Delibes, de quien defiende por encima de todo «el inesperado y misterioso lirismo de su prosa». «Al contrario que la mayor parte de la llamada literatura realista, que obliga al lenguaje a transmitir informaciones y producir sentido, la palabra en los libros de Delibes es puro disfrute, búsqueda del asombro. Eso es lo que me cautivó de una obra que desde entonces no he dejado de admirar, y lo único que modestamente sigo buscando como escritor», escribe rememorando aquella fascinación inicial.
La etiqueta de la narrativa delibeana que la encorseta en el 'realismo', porque «se ocupó de aquellas cosas que preocupaban mucho en su momento: la situación del campo, la pobreza de los campesinos, la miseria…», nace para Martín Garzo de «un malentendido», decía en la última Feria del Libro de Valladolid. «En apariencia se limita a describir con una prosa que no está llena de alharacas, que no es en principio especialmente expresiva, simplemente nombra las cosas, pero tiene ese poder extraordinario, el poder de los poetas de, al nombrar, hacer presentes las cosas», concluía en la presentación de 'Delibes, los pájaros y los niños'.
Comparaba entonces el realismo de Delibes con el de Velázquez, «que se limitaba a pintar a los reyes y el mundo que les rodeaba con un rigor y una precisión admirables y, sin embargo, no puedes estar ante un cuadro de Velázquez sin sentir que allí hay un misterio, algo que no sabes explicar qué es». «Con Delibes pasa lo mismo, el suyo es un mundo en el que se limita a contar lo que vemos, lo que podemos tocar, pero lo cuenta de tal manera que parece que su prosa no fuera tanto un canto exaltador de lo real como que nos llevara a ese centro misterioso que la realidad lleva en sí misma, pero que no es ella».
El autor de 'El lenguaje de las fuentes' ahonda en su nuevo libro en la vertiente del «misterio» en la narrativa de Miguel Delibes, a la búsqueda del «milagro» que sucede en las historias, del «alma» de las palabras. Incluso contradiciendo al propio autor: «Él ha dicho muchas veces que carece de imaginación, y que tiene por eso que limitarse a contar lo que ve, pero esto, claro, no es cierto. ¿Pues qué es la imaginación sino la capacidad de ver? La imaginación, para Delibes, es la facultad que nos permite acercarnos a las cosas».
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En esa búsqueda se encuentra una y otra vez con los personajes únicos que son los niños en Delibes, o los que sin serlo son también «santos inocentes», con su especial vínculo con la naturaleza: Pacífico de 'Las guerras de nuestros antepasados', el Tiñoso de 'El camino', el Senderines de 'La mortaja', Paco, el Bajo, el Nini. Y se topa con el «milagro»: «Siempre hay un momento en las obras de Delibes en que la trama se adelgaza hasta desaparecer, y es entonces cuando el arte resplandece más. La historia transformándose en Misterio, donde ya no se cuenta nada, o lo que se cuenta -en una suerte de transfiguración final- queda sin decir». No es, añade, «lo insignificante», sino «lo infinitamente delicado, lo que no sabiendo exactamente qué es pasa a llenarlo todo. En otras palabras, lo milagroso». Detrás de esos milagros, como el «descendimiento de la milana» al hombro de Azarías en 'Los santos inocentes', están «los desposeídos, los que no tienen nada», unos personajes a los que el autor no trata con «conmiseración», «sino como si fueran portadores de algo que los demás no poseen, para decirnos, como hace Albert Camus, cuánto necesitamos su belleza y su verdad».
Eolas Ediciones
Delibes, los pájaros y los niños
- Gustavo Martín Garzo y José Manuel Navia 160 páginas 26 euros
Precisamente en ese pasaje de Azarías encuentra Garzo la que, a su juicio, puede ser «la escena más hermosa de la obra de Delibes», cuando la grajilla «acude a su llamada y desciende haciendo círculos para posarse en su hombro, ante los ojos maravillados de todos los habitantes del cortijo».
Ya en la segunda parte del libro, de tono más autobiográfico, recuerda una vez más ese momento, al referirse a una anécdota que contaba Mario Camus del paso de su adaptación de 'Los santos inocentes' por el festival de Cannes de 1984, donde Paco Rabal y Alfredo Landa recibieron el premio a la mejor interpretación. El director coincidió en un restaurante con el actor Dirk Bogarde, presidente del jurado en aquella edición y defensor de la película como candidata a la Palma de Oro. Camus se lo agradeció con una nota escrita, a la que el actor británico, al irse, respondió con otra que «solo tenía escrita dos palabras: 'Milana bonita'».
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