VÍA PULCHRITUDINIS
Realpolitik
La conversación ante las fichas de un dominó por sus protagonistas tiene más méritos que la paella para ser patrimonio inmaterial de la humanidad
Cruzar el Guadarrama
Pobres y vendidos
Valladolid
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Iniciar sesiónMientras las autodenominadas izquierdas y derechas de este país se tiran los trastos a la cabeza por asuntos ajenos a sus competencias ejecutivas y basados en las emociones azuzadas por influencers que no han superado la Primaria el mundo sigue adelante. La SEPI ha inyectado ... 560 millones de euros de dinero público a Navantia para que gallegos, andaluces y murcianos sigan construyendo barcos en sus astilleros y aquí la Junta de Castilla y León ha destinado 2,8 millones de euros a los bares de pueblo, esos entrañables teleclubs de municipios con menos de 300 habitantes.
La diferencia en las partidas presupuestarias es abismal pero los efectos son similares. En Navantia trabajan unas cinco mil personas mientras que en los pueblos en los que se ayuda a sobrevivir a sus bares residen más de cien mil. Visto desde una gran ciudad no se puede comparar el mantenimiento de un empleo industrial con tener un bar cerca de casa. La gente en una ciudad protesta por los ruidos de los establecimientos o la carrera de obstáculos que muchas veces tienen que realizar para sortear las terrazas y veladores que invaden las aceras. En un pueblo, sin embargo, un bar se convierte en el lugar donde poder comprar el pan o una botella de leche, donde poder ir a los cursos de alfabetización digital de los CEAS o el espacio donde nuestros mayores combaten esa soledad no deseada a la que la edad obliga. Un bar de pueblo no es lo mismo que un bar de capital.
La lucha contra la despoblación es un concepto ya tan añejo como el fracaso de cuantas iniciativas se han propuesto bajo su amparo y de las que han vivido gentes que miraban al medio rural como un lugar exótico más parecido a Bora Bora que a la meseta castellana. Por supuesto que es imprescindible la llegada de internet y de mejores servicios sanitarios y educativos pero no se puede olvidar que los vecinos de esos pueblos emplean más tiempo en vivir que en hacer negocios, enfermar o estudiar un doctorado.
La subvención, en este caso, viene de la consejería de la Presidencia pero a buen seguro que el departamento de Cultura de la Junta también podría sumarse al carro y arrimar el hombro porque, además de vida, mantener abierto un lugar de encuentro en un pueblo es más eficaz en lo cultural que dotarnos de uno de esos nuevos centros de interpretación que tanto abundan. La conversación ante las fichas de un dominó por sus protagonistas tiene más méritos que la paella para ser patrimonio inmaterial de la humanidad. Eso también es cultura aunque sin las galanuras y los oropeles de los gestores culturales. Es posible que el resto veamos esa pequeña subvención como algo anecdótico pero encarna a la perfección lo que la política real puede hacer por sus administrados.
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