VÍA PULCRHITUDINIS
No da igual
Hemos superado ese punto de inflexión en el que dejamos de sentirnos orgullosos de lo logrado para convertirnos en víctimas eternas
El hombre tranquilo
Matabuena
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Iniciar sesiónDespués de una semana de fiesta vale la pena recordar lo bien que se está de 'libranza' pero lo difícil que es ser feliz . Perros y gatos campan a sus anchas mientras tú intentas acomodarte en algún rincón de esos restaurantes que en lugar de ... caldo caliente ofrecen «experiencias gastronómicas ecofriendly». Los niños viajan absortos en sus carricoches con aire acondicionado mientras ven a Mickie en una tableta colgada en el espacio antes reservado para el sonajero. Los que empujan los carritos miran a su alrededor desorientados sin comprender por qué sus hijos ya no valoran su bondad o maldad, ni tan siquiera les importa que sean letrados o analfabetos, ricos o pobres. El éxito ante la prole depende de la gravedad de tu trauma infantil, del nivel de exposición de tu condición sexual, del exceso intrínseco de tu activismo, de la bandera con la que mañana vayan a cubrir tu ataúd.
Las calles son caóticas porque todo el mundo tiene derecho a todo. Las avenidas se han plagado de patinetes eléctricos, las aceras rebosan excrementos de mascotas, los pobres han desparecido porque aunque los tengamos o lo seamos ya no está bien visto ser «humilde». La marabunta de la urbe nos protege al grito del «tienes derecho» o «puedes conseguir todo lo que te propongas». Nos hemos olvidado de lo imprescindible del barbecho, del tiempo para reflexionar porque sin frenesí inquisitorial ya no eres nadie. Los padres que no «dan todo su apoyo» a ese imposible con el que su hijo se ha emperrado ya no son padres sino fachas reaccionarios.
Teniendo todo lo que tenemos no somos capaces de entender que hemos superado ese punto de inflexión en el que dejamos de sentirnos orgullosos de lo logrado para convertirnos en víctimas eternas de un sistema que nos ampara pero contra el que despotricamos como si fuera un dogma de fe. Vivimos frustrados, enfermos de esa razón que nos han dicho que tenemos a la hora de reivindicar lo nuestro, de gritar «sí se puede» sin caer en la cuenta de que hay veces que la vida es maravillosa. Mientras nos afanamos en crearnos innecesarias necesidades, los perros y los gatos tienen que aguantar cómo se lo contamos porque ya no somos capaces de confesarles nuestras cuitas ni a nuestros hijos ni a nuestros padres. Ron y Misifú nos miran absortos desde su cama de plumas de ganso y se preguntan qué han hecho ellos para merecer esto.
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