VÍA PULCHRITUDINIS
Angélico
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Iniciar sesiónAngélico mira a la cuesta de las bodegas una vez más. Esboza una sonrisa y piensa en el esfuerzo que le va a suponer la caminata hasta el canal. Ni se le pasa por la cabeza llegar hasta el majuelo que tantas veces sulfató con ... el perro enredado entre sus piernas y las ruedas del carro que con fuerza hercúlea empujaba en su juventud cargado de sacos de pienso. Los años pasan y las pesadas con camiones cargados de cerdos en la báscula se aparecen como retazos de la memoria tan lejanos como aquellas charlas sin alboroto entre Feli, Luisa y Tere que bien pudieron inspirar a Battiato sin haberlas conocido.
Los recuerdos se desdibujan acomplejados ante la marabunta de colores que mana del televisor. El mundo vibra y a Angélico se le ve desde la calle iluminado por el fulgor de una pantalla. Escucha atento relatos que entremezclan el pavor a las DANAs y los aranceles de Trump. No es capaz de recordar los nublaos cuando pasaban el río y volvían a cargar ni los tábanos que después de Santiago te hacían ver las estrellas. Un eclipse de luz ha apagado el saber que hacía falta para mezclar la masa con la que construir tu propia casa y la destreza del tío Jesús para distinguir si esa madera era mejor para hacer un ataúd o tallar una virgen sedente. El cielo empedrado y el aire del Monte Alto anunciando la lluvia o la sequía que castigaban el huerto han dejado paso a la AEMET. Los conejos en el corral o los cerdos en el tajo han dejado paso a las bandejas de poliespán del supermercado. La seda ya no viene de las moreras y tampoco quedan luciérnagas.
El saber erudito se ha disuelto, se ha escondido, es como el Libro Segundo de la Poética. Ese hombre capaz de sobrevivir sin teléfono en medio de la nada se mira a si mismo y piensa en la torpeza de sus piernas y en la invalidez de su abrumador conocimiento. Angélico empuja su andador por la cuesta de las bodegas. El mundo no repara en todo lo que empuja y, menos aún, en lo que arrastra mientras camina con esfuerzo y una dignidad tan olvidada como inimaginable para los mandatarios globales. Sabios con aires de estoicos griegos con el andador entre sus manos y su historia, la nuestra, a sus espaldas que callan porque ahora los sabios son otros. El camino termina y, desde el banco de las bodegas, Angélico mira hacia su pueblo, nos mira a nosotros y vuelve a sonreír. Todo lo que hay ante sus ojos lo lleva tatuado como los modernos pero en la piel de esas manos curtidas en la vida y que, aunque ni él mismo lo quiera reconocer, nos hicieron llegar hasta aquí. Gracias por habernos dado la vida, gracias por existir.
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