Hijos del Olvido (LX)
Los otros 'comuneros'
El tercer centenario de la Guerra de las Comunidades dio pie a la creación de la Sociedad de los Caballeros Comuneros contra el absolutismo de Fernando VII
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Durante la dictadura de Franco, quien le daba nombre al régimen tenía dos 'bichas' entre ceja y ceja contra las que batallaba incansablemente. La exterior era el comunismo; la interior, la masonería. Del primero se puede afirmar con rotundidad que, como el cura del chiste, ... nunca fue partidario; de la segunda, sin embargo, cabrían algunos matices, porque se cuenta que ese resquemor pudiera haber sido hijo del despecho. Sea como fuere, lo cierto es que la masonería llevaba operando en España, como mínimo, desde finales del XVIII.
Vayamos ahora a un momento muy concreto de la historia de España. Entre el 1 de enero de1820 y el 1 de octubre de 1823 sitúan los estudiosos del tiempo el llamado Trienio liberal, ese periodo intermedio y constitucionalista que nuestro despreciable Fernando VII hubo de aceptar entre sus otros dos mandatos autocráticos, o sea, el Sexenio Absolutista (1814-1820) y la Década Ominosa (1823-1833). Como sabemos, el primer día del año veinte el teniente coronel Rafael del Riego llevó a cabo un pronunciamiento en Cabezas de San Juan que, inesperadamente, acabaría teniendo éxito -en el lustro anterior habían fracasado cinco levantamientos similares y la mayor parte de sus promotores habían terminado en la horca. Uno de ellos, el de la Conspiración del Triángulo, ya ha sido contado en esta serie-. Detrás de aquel deseo de restablecer el constitucionalismo gaditano evidentemente estaban los liberales, muchos de los cuales habían abrazado, en secreto, los ideales masónicos, en la creencia de que con ello abrazaban también el progreso y el fin de los privilegios de clero y nobleza.
Pero liberales había muchos y no todos operaban en el mismo rango de temperatura. Los había más tibios y los había más enfebrecidos y, por tanto, más radicales, aunque masones eran casi todos. Estos últimos, los liberales extremos miraban a las viejas logias masónicas, que los habían acogido en su momento, como estructuras sumidas en esa adocenada comodidad que les proporcionaba el ser, pero no estar -visible-. O sea, lo que ha sido siempre la masonería. Y de ahí que decidieran escindirse y, aun manteniendo buena parte de los ritos, los símbolos y las parafernalias, constituirse en nuevas sociedades secretas, sin adscripción directa a los 'grandes orientes' -Pérez Galdós retrataría a estos 'rebeldes', con tino y retranca, en la segunda serie de sus 'Episodios Nacionales'-.
Fue entonces cuando, aprovechando el tercer centenario de la Guerra de las Comunidades, acaecida en 1521, algunos vieron paralelismos suficientes para emparejar al ignominioso Fernando con un Carlos I redivivo, y a los heroicos Padilla, Bravo y Maldonado con quienes pretendían meter al rey en cinturas constitucionalistas. Surge de este modo, en 1821 y en Madrid, una primera Sociedad de los Caballeros Comuneros, germen de la Confederación de Comuneros Españoles, también conocida como los 'Hijos de Padilla', por ser el noble hidalgo toledano el que, a su juicio, mejor representaba los ideales de justicia y gobierno que ellos pretendían.
En el pensamiento de estos nuevos 'comuneros', conocidos ya en su tiempo coralmente como la 'comunería', subyacía la idea de que el progreso en España no debía ser deudor de las grandes logias internacionales y, aún menos, de las francesas. Recordemos que el afrancesamiento de la sociedad española en esos años tenía algunos partidarios aún, pero, sobre todo, tenía detractores. Para estos nuevos comuneros ese movimiento de regeneración debía ser de raíz e inspiración netamente española.
Así, nada más constituirse, se lanzarían a reclutar acólitos. Y, aunque propagandísticamente decían ser entre cuarenta y sesenta mil efectivos, lo cierto y más probable es que solo se aproximaran a los diez mil, en toda España; lo cual tampoco era poca cosa. Funcionaban con estructuras muy propias de las sociedades secretas de la época, es decir, se agrupaban en 'fortalezas', que iban del 'alcázar' a la 'casa fuerte', pasando por 'castillos' y 'torres', al frente de las cuales siempre había un 'castellano' con mando en plaza, aunque de diverso rango.
Si bien, originariamente, pretendían una renovación de las estructuras y formas de aquella España 'posmoderna', pronto manifestarían un preclaro gusto por la quema de conventos e iglesias, inclinación que décadas más tarde y, sobre todo, un siglo después, heredarían otros. Así, en julio de 1834 se produjo en Madrid la quema de varios lugares de culto y el asesinato de unos cuantos religiosos, hechos que inmediatamente fueron imputados al concurso de la 'comunería', la masonería y los llamados 'carbonarios' (otros de la misma estirpe, pero de origen italiano). 'Sic transit immunditia mundi'.
Ahora que recuerdo, esta serie de 'Hijos del olvido' comenzó con la peripecia del Cura Merino en su viaje de regreso a Lerma, a lomos de un caballo de cuatro ruedas y 1.400 centímetros cúbicos. Y qué mejor forma de terminarla que aludiendo al intento de asesinato que sufrió nuestro héroe de la Independencia a manos de un tal Ramón César de Conti y Vargas, militar y castellano exaltado de la merindad de Badajoz, al que, en 1820, el conde de La Bisbal, a la sazón capitán general de Andalucía desde 1811 y firme defensor del 'fernandismo', le ordena pasar a Valladolid, con una pequeña columna de Infantería y Caballería para ponerse a las órdenes del Empecinado, contrario a la facción que encabezaba el Cura Merino. El conde de La Bisbal, por cierto, se llamaba Enrique José O'Donnell y era, por tanto, descendiente de Red Hugh O'Donnell, otro viejo amigo de ese tal Suárez, a quien Dios dé mucha salud para seguir rescatando hijos de nuestro olvido. Y yo que lo vea.
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