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El Colacho, la fiesta en la que un diablo salta sobre recién nacidos en Burgos

Un ritual centenario, declarado de Interés Turístico de Castilla y León, donde el personaje grotesco del Colacho salta sobre colchones con bebés para liberarlos del pecado y atraer la buena suerte, se ha celebrado el pasado domingo

El Ayuntamiento de Burgos plantea una consulta popular sobre el lugar para celebrar el Curpillos

Hombre disfrazado de diablo salta sobre recién nacidos en las fiesta de 'El Colacho' en Castrillo de Murcia, Burgos AFP

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En la tranquila localidad burgalesa de Castrillo de Murcia resuena cada año una festividad que combina fe, tradición y un toque de surrealismo: El Colacho. Esta celebración ancestral, que encuentra su origen en el siglo XVII (1621), convoca al pueblo y a visitantes para presenciar cómo un hombre disfrazado de diablo, con botarga amarilla y roja y máscara llamada birria, corre por las calles, azota con una cola de caballo y salta sobre los recién nacidos dispuestos en colchones callejeros.

La jornada acontece el domingo siguiente al Corpus Christi. Desde primera hora, el Colacho y el atabalero, que marca el ritmo con tambores, interrumpen la procesión, entre insultos y burlas populares, simbolizando la burla del mal frente a la devoción. El pasacalles culmina con el salto sobre los bebés, una ceremonia que representa la purificación del pecado original y la protección frente a enfermedades y espíritus maliciosos.

Al finalizar la procesión, los pequeños son bendecidos por el sacerdote, se esparcen pétalos de rosa sobre ellos y se da paso a los actos festivos: bailes castellanos, discursos del atabalero y degustación de productos locales como queso, pan y vino del churrillo, cortesía de la archicofradía de Minerva.

La fotógrafa Cristina García Rodero inmortalizó este rito en 1980, incluyéndolo en su icónica obra España oculta (1989), alabada por el historiador Julio Caro Baroja. Hoy, la fiesta atrae a turistas y curiosos que desean presenciar esta mezcla de lo ancestral y lo festivo.

Tradiciones como la del Catucho, por inverosímiles que puedan parecer, son reflejo de una riqueza cultural que se transmite y se celebra. Desde los pueblos más pequeños hasta las grandes ciudades, el país conserva un patrimonio inmaterial que asombra al mundo.

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