DESDE LA RAYA
Donde nunca pasa nada
Vivimos en la invisible línea que separa lo real de la ficción, la cordura de la locura, la calma de la violencia
Mamá
Armarios de abril
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Iniciar sesiónZamora, donde casi nunca pasa nada, amanecía este sábado con un tiroteo en plena ciudad; una escena como sacada de película en la que la realidad supera a la ficción. Un hombre ebrio, tirador deportivo federado, la emprendía a tiros de madrugada con el dueño ... de un conocido bar-restaurante por negarse a servirle alcohol fuera del horario del establecimiento. La Policía Municipal de Zamora salía tras el sujeto, que también la emprendió a tiros con los agentes y fue abatido, mientras los vecinos salían a ventanas y balcones sin dar crédito a lo que ocurría.
Vivimos en la invisible línea que separa lo real de la ficción, la cordura de la locura, la calma de la violencia. No acierto a comprender qué pasa por la mente de quien sale a la calle pertrechado con armas y una cantidad ingente de munición. Pero sucesos así nos recuerdan la frágil muralla entre la vida y la muerte, estar o no estar, y la permanente exposición de los agentes de policía, que ponen su vida al servicio de los ciudadanos incluso en una ciudad como la mía; ciudad dormida que saltaba sobresaltada de su cama.
De la paciencia y lo que aguantan los hosteleros tras la barra podríamos escribir otro día y correrían ríos de tinta, además de la desprotección que implica una profesión las 24 horas de cara al público sin saber quién puede entrar por la puerta. La mala suerte quiso que este sábado de madrugada fuese un energúmeno con alcohol y munición hasta las trancas sin que se conozca el motivo, rompiendo la paz, la seguridad que se respira en esta ciudad donde el ritmo de la vida es más lento; donde todos nos conocemos, donde todo queda a tiro de piedra.
Hoy, ahora que un sol de bochorno y nubes de tormenta se dibujan en el cielo y la calma chicha regresa a mi pequeña ciudad, es bueno recordar que a los agentes de policía se les ha negado reconocer su profesión como de alto riesgo. Quienes así lo han determinado, deberían ponerse en la piel de esos agentes que se vieron sorprendidos con un tiroteo o en la del policía que salvó su pie porque la bota le protegió de la bala. Unas 70 balas llevaba el agresor y cualquiera de ellas podría haber impactado en el cuerpo, cabeza o corazón de quienes no dudaron en acudir en ayuda del hostelero gravemente herido.
Y ahora, en el descuento hacia Eurovisión y un nuevo día, en esta columna sólo queda espacio para desearle a Óscar, hostelero, su mejoría, y expresar una vez más mi agradecimiento y admiración a la Policía que cada día hace del riesgo su vida, incluso en ciudades como la mía, donde casi nunca pasa nada.
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