Aliste en bici: 'Crónicas del Poniente castellano'
Con Avelino Hernández e Ignacio Sanz, Miguel Manzano recorrió la comarca zamorana, viaje que luego plasmó en un libro
Miguel Manzano, entre sus «músicas celestiales»
C. Monje
VALLADOLID
Pretendían «captar el espíritu de una tierra e invitar al lector a hacer un viaje, aunque fuese desde el sillón de su casa, a través de una comarca maravillosa». Cuarenta años después, el ceramista y escritor segoviano Ignacio Sanz, uno de los implicados en aquella ... ruta por tierras de Aliste, recuerda bien el encuentro con «una sociedad arcana» reflejada en 'Crónicas del Poniente castellano' (Ámbito Ediciones, 1985). El trío de la expedición en bicicleta lo completaban el músico y etnomusicólogo zamorano Miguel Manzano y el escritor soriano Avelino Hernández.
Los tres firmaron un texto de «tono lírico» que se detenía, entre referencias literarias y conversaciones con la gente que encontraban a su paso, en Alcañices, Mahide, Pobladura, Palazuelos de las Cuevas, Figueruela de Abajo, Sejas, Trabanzos, San Vitero... En la fonda cada mañana, delante de un mapa, decidían el itinerario del día. «Miguel era ya de por sí un guía, porque había recogido parte del cancionero zamorano por allí», señala Sanz. Fueron dos semanas entre 1983 y 1984, en días primaverales de los meses de abril y mayo. Por entonces, entre carreteras desiertas y viendo a poca gente y alguna pareja de bueyes, les sorprendía toparse con un tractor, recuerda el segoviano. Y recuerda también encontrar mucha «ingenuidad en el mejor sentido de la palabra» y mucha «hospitalidad», salvo cuando se corrió la voz por la zona de que eran inspectores de Hacienda, por mucho que «disimulasen» yendo en bicicleta.
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En la obra puede rastrearse la impronta de Manzano al tirar del hilo más musical, en un encuentro en Moveros con un cacharrero que, «sobre todo canta para matar las penas», o con el gaitero de La Torre de Aliste, que se arrancó al 'fole' y terminó secundado por un «espontáneo» que «apañó el tambor» y una mujer que entonó canciones de ronda cuando ya se había perdido la tradición. A la hora de escribir el libro, «lo que tenía que ver con música caía en manos de Miguel, incluso la música de las campanas que tocaban a concejo», apunta Sanz. A él habría que atribuirle casi con toda seguridad, rememora el escritor segoviano, «otro lujo más» de aquella aventura después impresa: las ilustraciones de Baltasar Lobo que acompañan a los textos, «seguramente gestión de Manzano» para la cesión por parte de la Caja de Ahorros Provincial de Zamora.
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