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Sociedad

Una de las víctimas del cura pederasta de Zamora: «Él sabía que llorabas, pero insistía»

La mayor sentencia eclesiástica dictada en España obliga al párroco, reincidente, a estar recluído diez años en un convento

Exalumnos del seminario de La Bañeza protestan por los abusos cometidos por el párroco, en una imagen de archivo de 2017 ICAL

ROSA ÁLVAREZ / ALBERTO FERRERAS

Se considera probado que cometió «un delito grave de abusos sexuales a menores» y, por este motivo, el Vaticano, a través de la Congregación de la Doctrina de la Fe -que es el organismo competente para juzgar estos casos- ha decidido y ordenado que el sacerdote José Manuel Ramos Gordón sea apartado de sus funciones, suspendido por un periodo de diez años en los que deberá residir en un monasterio o convento fuera de la Diócesis de Astorga. Una pena que ayer comunicó el obispo de Astorga, Juan Antonio Menéndez, quien advirtió que pese a que los hechos están prescritos -ocurrieron entre los años 1981 y 1984 y se denunciaron por parte de un exalumno del Colegio Juan XXIII de Puebla de Sanabria en febrero del año pasado- su gravedad y «reincidencia» motivaron que que concluyó con una decisión que Menéndez valoró como «muy dura» (la máxima sería la expulsión del estado clerical) y que se ha circunscrito únicamente al caso denunciado, pese a que otros alumnos de la época también han trasladado que sufrían y conocían estas prácticas.

Han pasado más de tres décadas, pero entre los antiguos alumnos que estuvieron internos en el colegio diocesano zamorano se mantiene muy vivo el recuerdo de Chema. No olvidan al cura que les daba clases de música, y no precisamente por su virtuosismo, sino por las visitas clandestinas que por las noches realizaba a los dormitorios. Uno de los estudiantes de la época, animado por el caso de La Bañeza (León), se decidió a dar el paso de denunciar al sacerdote. Esta nueva víctima rubricó por escrito lo que había vivido a mediados de los años ochenta cuando estuvo interno en el colegio sanabrés, años antes de que José Manuel fuera enviado al seminario de La Bañeza.

Durante el paso del sacerdote por la localidad zamorana, algunos de los alumnos externos, al igual que la mayoría de vecinos de la villa sanabresa, permanecían ajenos a lo que ocurría por las noches puertas adentro del centro escolar. Pero entre los internos, todos sabían lo que había porque el rumor se extendía de unos a otros y algunos después comprobaban en carnes propias las visitas nocturnas intempestivas del párroco. «De la gente de mi generación todos sabemos quien es, marcó mi infancia... hubo un antes y un después», «casi todos tuvimos problemas, unos más y otros menos». Esos testimonios de exalumnos del colegio diocesano fueron recogidos en su día por el programa «Salvados», de La Sexta. Uno de los estudiantes llegó incluso a dar la cara y explicar las tretas que ideaban para intentar evitar que entrara en los dormitorios. La zona en la que dormían los internos, de entre seis y trece años, estaba dividida en tres partes, según edades, y él iba siempre a los de los pequeños y los medianos. En su caso sufrió los tocamientos en dos ocasiones mientras dormía. «La primera vez yo desperté y se fue. El (compañero) que estaba a mi lado me dijo que estaba destapándome. La segunda vez que me estaba tocando le pillé y le dije que si volvía le diría a mi padre lo que me estaba haciendo y él se fue», confesó este exalumno. De ahí se fue tres años al seminario menor de La Bañeza, en León, y allí continuó su conducta. Fue un exalumno de este último centro el que formuló la denuncia inicial que destapó lo ocurrido décadas después. Aunque los casos pudieran estar prescritos, la autoridad de derecho eclesiástico levantó la prescripción y ello ha permitido la condena actual de diez años de reclusión en un monasterio y la del primer caso de un año.

El primer denunciante llegó incluso a escribir al Papa y a mediar ante partidos políticos para reclamar que en la Justicia civil tampoco puedan prescribir los delitos de pederastia. Cuando tenía catorce años, el sacerdote abusó de él y eso le marcó la vida y le originó no pocas noches de desvelos, preocupado por si regresaría el cura. «Iba directamente, se arrodillaba y empezaba a tocarte mientras él también se tocaba a sí mismo, si cogía confianza iba más allá», relató a La Sexta sobre las visitas furtivas que recibía del sacerdote. También describió cómo el miedo le paralizaba y en esos casos se quedaba «quieto, inmóvil» y en alguna ocasión incluso «apretabas tu cara sobre la almohada y llorabas, él sabía que llorabas pero insistía».

Del homenaje a la denuncia

Tras su paso por el seminario entre 1987 y 1990, el sacerdote tuvo como nuevo destino la parroquia de la localidad zamorana de Tábara, donde permaneció hasta 2016. En ese pueblo, ajenos a su pasado, el sacerdote fue muy querido e incluso llegaron a tributarle un homenaje para despedirlo, sin saber que los motivos de su marcha era por la primera condena eclesiástica en firme por los abusos al primer denunciante. Éste sintió tal impotencia que se puso en contacto con La Opinión de Zamora para contar los verdaderos motivos de su marcha y a partir de ahí se destapó el oscuro pasado del cura en sus primeros destinos.

Tanto el sacerdote como la víctima ya conocen la resolución. «Me he puesto a su disposición para acompañarle espiritual y humanamente en aquello que legítimamente pueda hacer», afirmó Menéndez respecto al denunciante, al que también comunicó su dolor por lo sucedido y pidió perdón «en nombre de toda la comunidad diocesana reiterando su firme condena y repulsa» hacia unos hechos que consideró «execrables y vergonzosos», y contra los que se debe luchar, dijo, «con todos los medios legítimos». Respecto al sacerdote apartado, reclamó que se pida por él para que pueda vivir «una verdadera conversión».

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