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Antonio Piedra - No somos nadie

Prodigioso retorno

José Guerrero llegó a Valladolid en una plenitud en alza: con una obra sin fisuras, de resplandores inéditos, y tocado por la varita mágica del éxito

José Guerrero ha retornado a Valladolid. Lo ha hecho, después de 34 años, con una deslumbrante exposición antológica en el Patio Herreriano , que se inauguró el viernes y que se alargará hasta el mes de mayo. Inevitablemente, esta cita me conduce a la melancolía. Y no por el tiempo transcurrido, que se reduce a «deporte velocísimo», como escribía el gran Guillén, sino por algo mucho más incisivo: porque esa melancolía soportó un tiempo difícil que ahora, con esta exposición –perfectamente resuelta por Cristina Fontaneda y la esencial maestría de Francisco Baena como comisario– me devuelve la frescura de lo auténtico.

Hablo en concreto de 1982 cuando la apertura democrática era un hecho, y la apuesta cultural nos parecía a los jóvenes de entonces tan ávida como una conquista social. Utopía para hambrientos. En ese año preciso, se dio cita en Valladolid lo más granado y emergente del arte contemporáneo español para homenajear a Jorge Guillén . Como guilleniano de nacimiento y obseso sin complejos, me tocó estar en la punta de lanza de aquella organización que contó con el patrocinio de un Alcalde providencial que fue Tomás Rodríguez Bolaños , y de amigos tan generosos como Pilar García Santos, Manuel Cambronero, Antonio Machón, Fernando Herrero, y Juan González-Posada.

Al ver ahora el elenco de aquella cita única –melancolía irrepetible–, Octavio Paz le comentó a don Jorge: «Esto no parece un episodio cualquiera de nuestra cultura, sino un aporte de futuro». Guillén, que nunca estuvo ausente en las decisiones y en las conclusiones, se limitó a este comentario sucinto y sentencioso: «Bueno, es lo que se intenta, ¿no?”. Efectivamente, 34 años después, aquellos músicos, pintores, escultores, poetas, escritores y críticos, son los maestros de los que se nutre la creación artística y cultural de la España democrática y moderna.

José Guerrero fue uno de los que entonces llegó a Valladolid en una plenitud en alza: con una obra sin fisuras, de resplandores inéditos, y tocado por la varita mágica del éxito. La carpeta «Por el color», que tan exquisitamente editó Antonio Machón como homenaje a Guillén, se convirtió en el estuche mágico donde, normalmente, cohabitaban las sorpresas: la poesía más pura y exacta contenida en los derroches de las formas y de los colores. Elección suprema: «del relámpago, el fulgor». Esto mismo, multiplicado al infinito, y con una obra total que no cabe en los contenedores habituales del arte –se requieren espacios totales como los Patio Herreriano–, ha vuelto Guerrero a Valladolid, después de 34 años, pletórico de asociaciones espirituales, de estilos, de transformaciones vitales y lumínicas, de colorido metafísico. No se pierda la oportunidad de este prodigioso retorno: hay sensibilidades y bellezas que, una vez vistas, ya no podremos renunciar a ellas.

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