La niña Sara sufrió golpes «violentos» por todo el cuerpo y un intento de penetración

«Ahí estaba la gente bastante asustada», apuntaba ayer en el juicio una de las forenses que tuvo que acudir cuando la niña aún vivía -aunque ya en muerte cerebral- al Hospital Clínico de Valladolid para una exploración. La escena era la de un pequeño cuerpo plagado de lesiones. Tal y como narraron ambos peritos durante la autopsia no había un rincón libre de heridas o hematomas. Presentaba, dijeron, el «síndrome del niño apaleado», que se corresponde con lesiones en un menor en el que se da la omisión del deber de cuidado y falta de protección, que en este caso, añadía abuso sexual.

En concreto, la muerte se produjo por un traumatismo craneoencefálico a causa de «más de un golpe» en la cabeza con un objeto romo ya fuera que se golpeara con algo a la pequeña o que fuera «sacudida» contra una superficie plana, como suelo o pared, según contaron ayer en la novena sesión de juicio con jurado los dos forenses que le practicaron la autopsia. Descartaron que el fallecimiento se pudiera deber al golpe en la sien que se detectó en la niña días antes. En este caso, la lesión, que podría haber seguido «el mismo mecanismo» que la agresión mortal, se curó «sola», pero «debería»haber requerido una consulta médica que la madre rehusó por miedo a las represalia de los servicios sociales.

Lo más crudo de su relato fue la parte referida a los abusos sexuales. La pequeña sufrió un «intento de penetración vaginal», ya que una «penetración total» no habría sido posible anatómicamente. No se halló ADN, pero « no significa que no haya habido agresión sexual», que quedaba «claro» vía vaginal. No tanto en la anal, ya que la hipótesis de los dos peritos era que la supuesta violación le provocara las fisuras anales. Además de las lesiones internas que se apreciaron, la pequeña tenía marcas en las ingles, pelvis y abdomen, «de haberse puesto encima y haberle abierto las piernas», señalaron.

El pequeño cuerpo de Sara dejó, además, constancia de momentos de «lucha» o «forcejeo», además del ADN que presentaba bajo las uñas - y que según los informes presentado en la instrucción sería del acusado Roberto-, tenía marcas que creen que se debía al intento de taparle la boca «para que no chille», en el cuello un hematoma que podría deberse a presión para «sujetarla en momentos de zarandeo», y un golpe en su brazo que «parece de defensa».

También ayer prestaron declaración dos psicólogas que analizaron a los dos acusados en busca de patologías y de un dibujo de su personalidad. A él, le describieron como dominante, irritable, intransigente, incapaz de reconoce defectos -«si volviera a nacer haría exactamente lo mismo», dijo»- y con ausencia de afectividad emocional; y a ella, como una persona dependiente con autoestima baja y miedo al rechazo que tiende a dar una imagen mejorada de sí misma.