Ignacio Miranda - Por mi vereda
Vivir, morir, aprender
«La Universidad de Salamanca pone en marcha este modelo al crear un aula ecológica, situada en el campus Unamuno, donde los estudiantes podrán recibir clase en un espacio rodeado de árboles»
Ignacio Miranda
A Francisco Giner de los Ríos no le gustaban los libros de texto ni las lecciones de memoria porque «petrificaban» el espíritu. Por su amor a la libertad detestaba cualquier atisbo de propaganda. En la España caciquil de la Restauración, los estatutos de la Institución ... Libre de Enseñanza establecían su carácter absolutamente ajeno a toda confesión religiosa, escuela filosófica o partido político. Un ideario pedagógico de educación integral en cuya cúspide se situaban la inviolabilidad de la ciencia y la conciencia del profesor. En aquella apuesta de humanismo y vanguardia, había otros elementos rabiosamente rompedores como la defensa de la tolerancia. Nada de sembrar división ni cizaña. También sorprendían las frecuentes excursiones y el desarrollo de las clases al aire libre, en una suerte de comunión con la naturaleza llevada hasta sus últimas consecuencias por el pedagogo rondeño y sus colaboradores.
Eran críticos con el hosco método de «la letra con sangre entra», conscientes de la necesidad de despertar la curiosidad del niño o adolescente para facilitar el aprendizaje. En 1906, el institucionista Manuel Bartolomé Cossío daba la razón a Rousseau cuando aseveraba que la mejor escuela era la sombra de un árbol. En su modelo de arquitectura, las escuelas han de tener campo, jardín, espacios abiertos esenciales para el proceso educativo. Siempre que el clima lo permita, la clase ha de ser al aire libre. Tras abordar de refilón este aspecto en la vuelta al colegio de septiembre de 2020, ahora es la Universidad de Salamanca la que pone en marcha este modelo al crear un aula ecológica, situada en el campus Unamuno, donde los estudiantes podrán recibir clase en un espacio rodeado de árboles, en concreto pinos. Según señalan los promotores, numerosos estudios confirman las ventajas que conlleva para el aprendizaje permanecer en espacios abiertos.
Hay que sujetar los folios cuando sopla el viento, se oye el canto de jilgueros y el arrullo de tórtolas, huele a resina, se pisa arena junto a tamuja mojada. Sensaciones que nada tienen que ver con la frialdad aséptica de las paredes de un aula. La Universidad prevé que el aula al aire libre pueda utilizarse para impartir asignaturas, talleres, congresos y prácticas de cualquier titulación de grado o máster, con el fin de crear un «hábitat de aprendizaje sostenible e inspirado en la conservación de la naturaleza». Además, pensando en el futuro, ya se ha efectuado una primera plantación con diversas especies vegetales en el entorno, para remarcar su carácter forestal. Quizá también haya algún guindo, para ver si Europa se cae del buenismo ante la invasión rusa de Ucrania. En la elegía que Antonio Machado dedicó a Giner, su corazón reposaba «bajo una encina casta en tierra de tomillo, donde juegan mariposas doradas...». Un ecosistema de monte ibérico para vivir, morir y aprender, también de una naturaleza mágica que nunca deja de enseñar.
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