Ignacio Miranda - Por mi vereda
Cantaderos sin urogallos
Como sostiene Joaquín Araújo, la verdadera pandemia es la pérdida de biodiversidad, y su vacuna es el árbol. A ver si esta vez gestionamos mejor, aunque quizás llegamos tarde
Especie de urogallo cantábrico
Allá por primero de carrera, en Redacción Periodística, el profesor Miguel Santamaría insistía en la cercanía como uno de los aspectos fundamentales para calibrar el valor de la noticia. Tanto como la actualidad, el interés o la importancia. Hablaba entonces de la relación entre muertos ... y distancia. Un fallecido conocido o que vive cerca de nuestra casa nos importa más que miles de víctimas por un tsunami en el Índico. Así es la condición humana. Viene a cuento esta referencia por los riesgos de desaparición de especies que supone el cambio climático, del que el oso polar es protagonista principal. Según las previsiones basadas en modelos matemáticos, a finales del presente siglo, como consecuencia del encogimiento del casquete ártico, este úrsido de hasta 700 kilogramos de peso se habrá extinguido. No encontrará hielos donde vivir ni focas suficientes para cazar y cubrir su dieta calórica. Porque, a diferencia de su pariente pardo, vive en un ecosistema singular donde no puede ser omnívoro.
Mientras llegue ese aciago día, tenemos muy cerca de nosotros una especie silvestre condenada a la extinción, tal como afirman diversos estudios: el urogallo occidental (Tetrau urogallo). Su población en toda la Cordillera Cantábrica apenas suma 190 ejemplares, con las principales colonias en León, tanto en el Alto Sil como en Omaña. Con una circunstancia agravante, porque hay dos machos por cada hembra. Tan exiguo y desequilibrado censo lleva a los biólogos a concluir que es una situación «extremadamente grave» para la supervivencia de la especie, incluso a medio plazo, y dudan de su viabilidad genética. En el caso del oso pardo, el lince ibérico y el águila imperial, las estrategias de conservación han funcionado, pero en el urogallo, no. De hecho, subsiste algo más de la décima parte de ejemplares de los que había en 1980.
Una reciente investigación de diversos especialistas, en la que interviene el CSIC, apuesta por la mejora de la gestión forestal para tratar de salvar a la especie, porque las variaciones de la estructura de los bosques recoletos donde se refugia influyen negativamente, al igual que la presencia de depredadores y la cobertura de suelo de arándano. Este fruto es esencial para sacer adelante a los pollos, que entran en competencia directa con el ramoneo de ungulados como ciervos, corzos y jabalís. Además, propone analizar nuevas dietas para que lleguen a adultos. El programa Life específico centrado en la especie, tras seis millones de euros de inversión, ha arrojado unos resultados penosos. Como sostiene Joaquín Araújo, la verdadera pandemia es la pérdida de biodiversidad, y su vacuna es el árbol. A ver si esta vez gestionamos mejor, aunque quizás llegamos tarde. Tenemos un panorama preocupante de deterioro democrático y de ecosistemas, de despoblación humana y de urogallos que perecen. Eso sí, surgen los gallitos en época electoral en cantaderos que no son precisamente los bosques de montaña cantábricos.