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Guillermo Garabito - La sombra de mis pasos

Oficio para románticos

«Leyendo el libro me quedo con que a mí lo que me gustaría, más que tener una leyenda negra, es ser corresponsal de ABC en Roma como César»

El empresario Pepín Fernández Rodríguez charla con el escritor César González Ruano, en una imagen del archivo de ABC

Para ser periodista hoy no conviene tener una leyenda negra, negrísima, contra lo que decía César González Ruano. A ser posible conviene ser políticamente correcto y hablar en los periódicos de asuntos burocráticos más que de las cosas que de verdad le interesan al lector. Las leyendas negras ya son sólo para románticos, para gente que cree en la eternidad literaria como yo. Uno se hace una leyenda negra, por dandismo, como se tiene un batín. Y se la hace a medida a ser posible. ¡Ay César!

He terminado de leer la biografía sobre Ruano que me regaló Margarito el otro día. El libro que edita Renacimiento de Marino Gómez Santos hay que aplaudirlo porque, a parte de ser la memoria de un oficio casi extinto -el de cortarse en trozos cada día para los periódicos-, es la primera vez que a César lo retratan recientemente con sus luces y sus sombras, pero sobre todo que hablan del escritor después de esta segunda muerte a la que le sometieron dos historiadores catalanes que se recorrieron media Europa para conseguir acreditar lo que no pudieron confirmar. Así que publicaron lo que el resto de lectores ya sabíamos: Que César era un crápula y un timador. Y lo contaron como si fuera una novedad cuando Campmany ya lo había hecho magistralmente cincuenta y tantos años atrás y de paso le valió el Cavia.

Leyendo el libro me quedo con que a mí lo que me gustaría, más que tener una leyenda negra, es ser corresponsal de ABC en Roma como César. Y vivir en la «Vía Margutta», que es esa calle corta junto a la «Piazza del Popolo» donde vivió Ruano y también Gregory Peck en «Vaciones en Roma». Ya ni siquiera quedan calles donde se junten a vivir los periodistas, como en la Calle Rios Rosas 54 de Madrid, donde vivieron César y Cela en el mismo edificio y después, creo, Rosa Belmonte y Gistau también.

Yo sería corresponsal para no hablar de la actualidad, sino de lo que de verdad le interesa al lector que es cómo atardece sobre el Tíber en Roma. El lector quiere que le abran los palacios más que saber si en Italia se recorta al final el número de diputados, porque entre otras cosas sabe que en España eso jamás ocurrirá. Mientras tanto, hago corresponsalías de mi mismo en La Mudarra.

El lector de periódicos es un romántico, por eso sigue teniendo sentido este oficio.

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