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Artes&Letras

Las mil caras del maligno

El Museo Nacional de Escultura repasa la presencia del demonio, la tentación y el pecado en el arte. Con la obra de los Brueghel como argumento principal, la exposición ilustra sobre la influencia del Bosco y la recreación del tema a lo largo de varios siglos y hasta la actualidad, con las ilustraciones animadas del belga Antoine Roegiers

Fotos: F. HERAS

C. MONJE

A principios del siglo XVII se creó en Valladolid la primera cárcel para mujeres de España. La impulsó la noble Beatriz de Zamudio (Magdalena de San Jerónimo en su faceta religiosa) para redimir a «vagantes, ladronas, alcahuetas y otras semejantes». Era la llamada Casa de la Aprobación. Su benefactora encargó para una de las capillas de su iglesia un aleccionador cuadro: Las tentaciones de san Antonio, del pintor flamenco Jan Brueghel el Viejo (1568-1625). Más de 3,7 metros cuadrados de óleo sobre lienzo en los que se agolpan hasta medio centenar de personajes, en su mayoría «seres infernales, espantosos híbridos de animales diversos y seres antropomorfos; todos ellos, diversas metamorfosis del diablo y símbolos del Mal», escribe la directora del Museo Nacional de Escultura, María Bolaños, en el catálogo editado con motivo de la exposición «El Diablo, tal vez. El mundo de los Brueghel».

Precisamente esa obra, que forma parte de los fondos del museo, articula el relato de la primera parte de la muestra instalada en el Palacio de Villena de Valladolid (hasta el 3 de marzo). Constituye una especie de epílogo de una tradición desarrollada durante las dos centurias anteriores, «cuando el arte flamenco convirtió casi en un género el tema de la tentación y el pecado, los asaltos del maligno y las resistencias del santo, con numerosas contribuciones, muy brillantes y de originalidad sin precedentes», precisa María Bolaños, también comisaria de la exposición.

En los referentes de ese recurrente asunto ocupa un lugar fundamental el Bosco, presente a través de las tablas procedentes del Prado Las tentaciones de san Antonio, copia reducida de la obra conservada en el Museu Nacional de Arte Antiga de Lisboa. Además, su inquietante universo infernal toma cuerpo en La visión de Tondal, del Museo Lázaro Galdiano, salido del taller del autor de El jardín de las delicias. Y la influencia del Bosco puede rastrearse además en una tabla del Nacional de Escultura de autor desconocido: Bajada de Cristo a los infiernos.

Los fondos propios también aportan otras visiones sobre el personaje principal del relato expositivo. Un demonio de autor desconocido y de madera policromada (siglo XVIII), que forma parte de la exposición permanente de San Gregorio, se traslada ahora a la muestra de Villena. También del Museo Nacional de Escultura son los relieves procedentes de un retablo de san Antonio que representan al santo atormentado por los demonios y tentado por una mujer, y el singular escritorio con escena de eremitas en cera.

Si el gran cuadro de Jan Brueghel el Viejo preside la primera parte de la exposición, la segunda retrocede en el tiempo para ceder todo el protagonismo al fundador de la saga, Pieter Brueghel (o Bruegel) el Viejo (1525-1569), concretamente a su serie de grabados alegóricos Los siete pecados capitales, donde encontró inspiración su hijo para Las tentaciones de san Antonio. En un tiempo en el que estas representaciones trasladaban un mensaje religioso («quien halla la felicidad en la riqueza y los juegos, quien se abandona a los goces efímeros, quien se deja llevar de sus demonios, sufrirá la cólera eterna»), el artista flamenco se deja llevar por un mundo fantástico, más lúdico que moralizante. «... una de las fortalezas de la serie, su fuerza eficaz y novedosa, proviene de la abierta posibilidad de reírse sobre algo tan extremadamente serio como una imagen de intención moral acerca del castigo divino, que, más que incitar a la piedad, despierta la risa. Parece, como le sucedía al Bosco, que a Bruegel le interesa más la poesía que la Biblia», sentencia María Bolaños en el catálogo de la exposición.

En los siete grabados correspondientes a la avaricia, la desidia, la gula, la ira, la envidia, la soberbia y la lujuria se acumulan escenarios y seres fantásticos: «Bruegel adopta un punto de vista panorámico, superior, no perspectivo, en el que conviven espacios simultáneos, encabalgados, que es el material con el que construye libremente su fabulación poética, una fabulación habitada por un zoológico sin nombres, un jardín de especies inventadas, una colección de arquitecturas imposibles, una barahúnda de objetos que no respetan las proporciones ni los usos habituales, una humanidad inhumana».

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