Los 401 ojos que miran de frente al fuego
Los vigilantes de torreta se «complementan» con cámaras estratégicas para velar por la masa forestal en época de riesgo de incendios
La campaña de incendios llega a su ecuador
Laura, en su torreta de vigilancia en Monteblanco (Valladolid)
A 14 metros de altura, Laura pasa jornadas maratonianas a elevadas temperaturas, sin electricidad y ningún ser humano en kilómetros a la redonda, con la compañía de la fauna y de los bosques que le insuflan aire fresco mientras los mira sin pestañear. Desde hace ... 19 años es vigilante de una torreta de incendios. Sus retinas apuntan al horizonte para poder dar una temprana alerta. Junto a su puesto en Monteblanco (Valladolid) hay otros 164 repartidos por Castilla y León desde donde un par de ojos cubre cada día, en la época de peligro alto de incendios, un radio de 360º. A ellos se han ido sumando otras decenas de miradas más. En este caso en forma de pixeles. Son cámaras colocadas estratégicamente para captar todo lo que ocurra a su alrededor. Los profesionales de carne y hueso reivindican su papel, aquel en el que el saber que da la experiencia llega más allá que el que pueda perfilar hoy en día la inteligencia artificial. Desde los mandos del operativo les dan la razón. La visión humana aunque más imprecisa es más «completa», pero la tecnología es imparable y es un «complemento» del que no se puede prescindir.
Del mismo modo, explican desde Medio Ambiente, tiempo atrás las emisoras con las que están dotadas las torretas cambiaron la forma de abordar las emergencias. Cuesta ya imaginarse el mundo así, pero hubo un tiempo en el que no había forma de conectar de manera inmediata con otros puntos a unos pocos kilómetros de distancia. Para los avisos había que valerse de transportes con animales o de una bicicleta y las alarmas se lanzaban desde los campanarios o con sistemas de banderas. La radio marcó la diferencia dotando de un modo de comunicaciones a unos ojos clavados en el monte.
Hoy en día un 52 por ciento de los avisos llegan a través de llamadas al 1-1-2, un 36 por ciento los hacen los vigilantes de torretas y el resto, generalmente, agentes medioambientales. Los porcentajes cambian según los enclaves. Son más comunes las alertas de particulares en torno a las ciudades, pero en pleno espacio natural los profesionales que velan por él son a veces los únicos testigos posibles, explica Laura.
Ella trabaja en una provincia llana. Su visual alcanza cientos de kilómetros. pese a no estar en una de las torres más altas: es de 14 metros y las hay de 18. Ha avisado de fuegos en Zamora, Madrid o Palencia desde un puesto que es un «privilegio» en forma de «atardeceres», pero que es «muy duro». «Tienes que estar mentalmente preparado y aguantar mucho calor» en espacios «metálicos acristalados y con muy poca sombra» y en los que los servicios son «mejorables».
Sin electricidad, Laura aplaude que al menos ahora tienen baño y no tienen que buscarse rincones en el monte en turnos en los que puede beber hasta seis litros de agua mientras está en «alerta máxima». En momentos de olas de calor «no te puedes despistar ni una milésima». En «cuanto haya una chispa» en cuestión de segundos «se te ha subido a las copas y corre». Y más allá del daño al medio natural, se llena de orgullo al recordar momentos en los que su buen ojo consiguió evitar desgracias. Pone de ejemplo la llamada de un agente medioambiental tras una de sus alertas. «Menos mal», le dijo, antes de explicarle que a un hombre se le había ido de las manos una quema de rastrojos y al intentar apagarlo había tenido un infarto. Su aviso le salvo la vida.
De ahí que la parte fundamental de su trabajo sea dar «datos certeros» de zonas que «muchas veces son ciegas y a las que sólo tiene acceso el vigilante». Si el aviso llega por el 1-1-2, tiene que localizarlo, confirmar el incidente o decir si es una falsa alarma. Hay veces que un remolino de polvo «se puede confundir con humo». Y «observarlo y observarlo» para ver su evolución, detectar un nuevo foco, una reproducción... Para todo ello es imprescindible conocer el terreno y poder precisar a ojo la ubicación, el color del humo o la inclinación, que determinará el operativo que se derive y que tiene que ajustarse a los máximos criterios de eficacia. Ni quedarse corto ni dejar sin medios en alerta para otra incidencia.
Las cámaras no pueden ofrecer todos esos datos. Se conjugan con un software que permite dar con las coordenadas, saber las condiciones meteorológicas y de conservación de la zona y evaluar riesgos con una simulación del fuego, pero no dan alertas. El sistema de sensores térmicos no está lo «suficientemente» desarrollado. Así, son unos ojos más en el monte, que, en todo caso, son visualizados por un profesional que en función de lo que ve toma sus decisiones para, «mejorar en eficacia y priorizar medios», explica sobre este sistema Juan Barroso, técnico de videovigilancia de la Fundación Patrimonio Natural de Castilla y León que arrancó en 2006 en Soria y aspira a extenderse a toda la Comunidad. De momento, se ha instalado también en León, Zamora, Ávila y Salamanca.
Las imágenes se pueden visualizar en los Centros Provinciales de Mando. Allí los jefes de jornada tienen una pantalla en la que hacer zoom y tener una visual directa del punto al que desde la distancia está derivando a su equipo y entender con esa óptica las comunicaciones que le remiten, lo cual «facilita» una mejor puesta en situación y implementa su capacidad de reacción.
La mayoría están en torretas y otros en puntos estratégicos. En la provincia de Ávila permiten entre unas y otras la cobertura del 68 por ciento de la superficie –los puestos de vigilancia alcanzan el 47 por ciento–. Se enfocan hacia los lugares más conflictivos o aquellos en los que, por ejemplo, las llamas están controladas pero hay riesgo de reproducción. Y sus lentes permiten tanto ver el humo como la camioneta del pirómano que se aleja por un camino tras prender una mecha.
La tecnología de estas cámaras choca con el «rudimentario» instrumental de trabajo de los vigilantes. Una «alidada de pínulas con un limbo graduado y un visor». Ambas, en todo caso, se conjugan para mirar sin descanso una Comunidad que supera los 94.000 kilómetros cuadrados de superficie, la mitad es forestal. Las masas verdes ocupan mas que Estonia o Dinamarca. Sus recursos son fuente de materias primas, alimentación o medicamentos y sus bosques contrarrestan las contaminantes vidas del siglo XXI contribuyendo a mitigar el cambio climático mientras tratan de sobrevivir a múltiples amenazas.
La detección temprana es clave en un medio que con la despoblación ha ido perdiendo en aprovechamiento y conservación y los avances han revolucionado las comunicaciones pero también han permitido volver a llevar ojos allá donde hubo un fundido a negro. Y a las dos retinas por torreta de cada profesional se añaden las lentes de las cámaras. «Todo suma» y en total son 401 los ojos humanos y digitales que permanentemente tienen en el visor la masa forestal.