Javier Pérez de Albéniz: «Sin el ping-pong, supongo que estaría mucho más triste»
Periodista afincado en Sotillo de las Palomas, cuenta en el libro 'Los reveses. Una historia personal sobre párkinson y ping-pong' las peripecias entre este deporte y la enfermedad
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Iniciar sesiónJavier Pérez de Albéniz, un madrileño afincado desde hace 18 años en el minúsculo pueblo toledano de Sotillo de las Palomas, fue toda su vida profesional un reportero todoterreno que tuvo la suerte de conocer mundo, pisando el campo base del Everest y la ... Antártida, Mozambique y el Amazonas. En 2015, en plena madurez, un diagnóstico le cambió la vida: «Tienes párkinson». Lejos de venirse abajo, encontró refugio y ánimo en el ping-pong. Miembro laureado del Club de Tenis de Mesa Talavera, ha logrado ser segundo y tercero en el Mundial de este deporte para personas con esta enfermedad. Sus peripecias las cuenta en el libro 'Los reveses. Una historia personal sobre párkinson y ping-pong' (editorial: Libros del KO).
—¿Por qué un libro?
—Pensé que el ping-pong me estaba dando mucho y que tenía que devolverle algo. También quería ayudar a la gente que tiene esta enfermedad a que pruebe con una cosa que me ha venido tan bien.
—¿Por qué el ping-pong?
—El último deporte que hice fue el bádminton, pero era un poco violento y casi me partí el tendón de Aquiles. Lo dejé. Vi un anuncio del Club de Tenis de Mesa de Talavera, probé, me gustó y rápidamente me enganché.
—¿Qué tiene, que engancha?
—Es un juego infinito. A medida que vas jugando, vas aprendiendo que hay más golpes, que hay más efectos, que de repente a los dos años te das cuenta de que no tienes ni idea y que es mucho más complejo. Es un juego muy rápido y para todas las edades, en el que no te lesionas y es barato; le veo muchísimas ventajas. Luego, practicado con intensidad, a mí me pone en marcha.
—Ha dicho en otras entrevistas que el ping-pong le «salvó la vida». ¿Cómo sería sin él?
—Supongo que estaría mucho más triste y no me divertiría tanto.
—¿Por qué también compite?
—Eso surgió porque vi en algún sitio que había un campeonato del mundo en Berlín para enfermos de párkinson y me decidí a ir. A partir de ahí, me enganché a la competición. En Alemania yo pensaba que el primer día me eliminarían, pero fui pasando rondas y me planté en la final. En estos campeonatos, a los jugadores nos dividen en tres grupos dependiendo de cómo jugamos y del nivel de la enfermedad. Te sorprende ver la voluntad de gente que está muy fastidiada. Algunos no se pueden mover de la mesa, se quedan con una mano apoyada y así juegan. Es una cosa tremenda. Uno de los efectos del párkinson es que te quedas en casa y tiendes a no salir, mientras que el ping-pong te obliga a salir, a reírte, te pone de buen humor, estás compitiendo con amigos....
—¿Cuánto entrena?
—Pues como me viene tan bien físicamente, hay días que estoy en casa y me pongo una hora con una mesa y un robot que tengo. O si me noto cansado, doy unas bolas y en 10 minutos sigo con mis tareas. Aparte de eso, mi hora y media o dos horas por las tardes no me las quita nadie. Para eso me voy al club de Talavera, con un entrenador.
—¿En qué afecta el párkinson a su vida diaria?
—Hay que tener en cuenta que no hay un solo tipo de párkinson. Cada persona tiene uno distinto. Por ejemplo, hay gente que tiembla. Yo, no. A mí me afecta al sueño, a dolores musculares, los pies se me cierran y agarrotan. Lógicamente, la enfermedad ha evolucionado a peor. Dicen que al principio tienes una especie de noviazgo con el párkinson porque no notas nada; luego empieza lo duro.
—¿Cómo era Javier Pérez de Albéniz en 2015, cuando llegó el diagnóstico?
—Normal. Era periodista, viajaba, hacía mis reportajes, escribía libros y tan contento. Cuando te lo diagnostican, te dan un palo muy fuerte y te cambia todo. Poco a poco te vas acostumbrando y, depende de tu estado de ánimo, lo llevas mejor o peor. Todo empezó porque se me cerraban los dedos de los pies y no podía ponerme de pie siquiera, hasta que al cabo de unos meses, y después de hacerme mil pruebas, alguien me dijo que fuera a Neurología del Hospital de La Princesa de Madrid.
—¿Qué proyectos tiene ahora?
—He escrito un libro de lobos y otro de linces. Ahora quiero cerrar la trilogía de carnívoros de la península ibérica con uno de osos. Y, por otro lado, en 'La Princesa' me han ofrecido participar en un programa de investigación en el que vamos a poner un par de mesas de ping-pong en el hospital y, durante meses, los pacientes de párkinson jugarán una hora y media, dos veces por semana, para estudiar cómo les afecta a su enfermedad.
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