La conga de Segismundo: La vida es sueño del siglo XXI
El texto de La vida es sueño, de Calderón de la Barca, es tan bueno, tan potente, tan teatral y tan mágico que lo aguanta todo, desde la propuesta clásica más clásica a la versión moderna más moderna
POR ANTONIO ILLÁN ILLÁN
Título: La vida es sueño. Autor: Pedro Calderón de la Barca. Adaptación: Declan Donnellan y Nick Ormerod. Dirección: Declan Donellan. Intérpretes: Alfredo Noval, Ernesto Arias, Ángel Ruiz, Rebeca Matellán, Irene Serrano, Goizalde Núñez, Manuel Moya, Antonio Prieto y ... Prince Ezeanyim. Escenografía y Vestuario: Nick Ormerod. Diseño de Sonido y Composición: Fernando Epelde. Iluminación: Ganecha Gil. Producción: La Zona, CompañíaNacional de Teatro Clásico y Cheek Jowl. Escenario: Auditorio El Greco.
El texto de La vida es sueño, de Calderón de la Barca, es tan bueno, tan potente, tan teatral y tan mágico que lo aguanta todo, desde la propuesta clásica más clásica a la versión moderna más moderna. Esta que hemos visto en el Auditorio El Greco de Toledo, dirigida por Declan Donellan bien pudiera haber sido programada tanto en este ciclo de clásico, por el texto, o en el ciclo moderno de primavera, por la propuesta rompedora en lo escenográfico-dramatúrgico de Donellan/Ormerod.
Que el texto de Calderón es un arquetipo del teatro clásico del periodo Barroco español es algo que nadie ignora y ahí estarán sus diálogos y esos grandes monólogos que el público un poco avisado y leído se sabe muchos fragmentos y los recita de carrerilla. ¿Quién no recuerda aquello de «¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción; Y el mayor bien es pequeño, que toda la vida es sueño y los sueños, sueños son». También hoy se han oído susurrar estos y otros versos por lo «bajini».
Dado por supuesto que en esta propuesta el texto calderoniano se ha respetado en esencia, lo innovador era cómo ponerlo en pie de una forma actual, rompedora, con otros esquemas de personajes y de sus actitudes, de tal manera que la obra la reconocemos por los textos, por los nombres de los personajes, pero no por su perfil. Así tenemos un Segismundo hiperrealista que comienza casi balbuciendo el texto, como hombre/fiera que es; que luego se mezcla con el público en una cierta interactuación fuera de escenario con cierto aire entre enajenado o payasesco; que tiene una escena en la que baila una conga, en otra lo vemos casi como un rockero y en general como una persona que sufriera algún síndrome parecido a la bipolaridad. Sus monólogos, nos puede parecer que los dice raros y que algunas veces no se entienden, pero es apreciable que su registro interpretativo incluye valores que actualizan el personaje y lo contextualizan en el mundo de hoy. No sé qué pensarán los espectadores más académicos y con más sentido historicista, pero a mí me ha parecido que es más lo que aporta que lo que pueda desmerecer. En cambio, el rey Basilio considero que lo han perfilado demasiado gritón, no se puede pasar escenas enteras diciendo el texto a voz en cuello, a voz en grito, dirán otros, absolutamente desaforado; seguramente no dudo que esté falto de justificación como una tesela más de este mosaico teatral para no desentonar con el resto. Aquí el equilibrio cae más del lado de Clotaldo, Rosaura y Estrella, que son un buen contrapeso a los otros protagonistas. Astolfo quizá sea el más desdibujado o acaso no se ha metido bien el papel que el propio vestuario describía como ruso, le ha faltado finura y un poco de más carácter. Clarín como siempre ha puesto su punto, y ganas, pero, ante la fuerza de Basilio y Segismundo, ha quedado como un secundario al que parecía que no le hacían demasiado caso. Y puestos a llamar la atención, no logro comprender la intención y la necesidad de iniciar la función con un desnudo integral de frente de un personaje masculino y la aparición de una mujer en posturas provocativas o sexualizadas. No encuentro conexión de esto con lo que viene después.
Es evidente que la adaptación textual y la propuesta escénica de Donellan por supuesto atrapan, entretienen, crean espectáculo, sorprenden y hasta hay momentos en los que fascinan. Lo que yo no he encontrado es el drama puramente calderoniano de Segismundo, donde el autor presenta al personaje (por extensión a la persona) unido al cosmos, sino que, al margen de la Naturaleza, se halla en manos de Dios, como podemos deducir del famoso monólogo en que el héroe se compara a sí mismo con otros elementos de la Creación, cuestionándose el albedrío y la libertad. Tampoco se percibe claramente el dilema entre predestinación y libre albedrío, resuelto en favor de este último a través de la autonegación y el desengaño, es decir, la típica constatación barroca de que la vida es «sueño». Lo que sí es calderoniano y barroco, ya desde el desbocado comienzo y el «hipogrifo violento» es la concepción barroca de la vida: el arrebatamiento y la pasión. Segismundo y Basilio, y en cierto modo las historias de cruces amorosos, también nos presentan una dicotomía violenta y dolorosa entre acción y contención que terminará en el autodominio y en la conciencia de la inutilidad de todo lo auténticamente vital, tanto en la actitud reflexiva de Segismundo como en las soluciones matrimoniales más razonables que amorosas. No se ve tampoco clara la visión calderoniana de la aceptación por parte del hombre barroco de un concepto del mundo totalmente irracional, idealista y negador de los valores humanos.
Aun así, no podemos afirmar que la dinámica propuesta de Donellan/Ormerod sea frívola, ni mucho menos. Es muy plausible esta forma moderna de presentar a un clásico por muchas razones, entre otras porque ahora estas piezas clásicas no tienen ni la intencionalidad ideológica y propagandística que tenían en su tiempo (el de Calderón es el de la Contrarreforma), y porque hay que respetar la libertad para crear teatro para el público de hoy y, por supuesto, la libertad de verlo, aplaudirlo o criticarlo.
Se dan muchos aciertos en esta puesta en escena: a) la escenografía minimalista con la funcionalidad de las siete puertas. b) El inicio vodevilesco con toques de musical de Broadway, que luego se repite en algunas transiciones. c) Los efectos sonoros enlatados (aunque a veces enturbian la captación del texto). d) Los valores dramáticos y plásticos del montaje, muy favorecidos por la muy bien diseñada iluminación. e) La alternancia entre dinamismo y estatismo en el desarrollo de la obra. f) la dirección de actores muy detallada y puesta al servicio de una idea. Dirección que es secundada por unas interpretaciones sobresalientes para cumplir esos objetivos propuestos, muy destacadas las de Rebeca Matellán (Rosaura), Irene Serrano (Estrella), Goizalde Núñez (Clarín) y Alfredo Noval (Segismundo). Ernesto Arias ha superprotagonizado (acaso exageradamente) un rey Basilio, como si le hubieran mandado estar por encima de Segismundo, algo que quizá sea cierto en esta versión, pues parece que todo lo que pasa solo es un sueño suyo.
La Vida es sueño de esta coproducción de diferentes instituciones es un montaje original y actual que ha merecido la pena disfrutar y que es bien recibido y aplaudido por el público del siglo XXI.
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