Don Marcelo, una luz que no se extingue
«Muchos dentro de la propia Iglesia española le consideraban un conservador recalcitrante. Nada de eso fue don Marcelo, que buscó una verdadera renovación eclesial»
MIGUEL ÁNGEL DIONISIO
El 25 de agosto de 2004 fallecía, en el pueblo palentino de Paredes de Nava, el que durante veintitrés años (veinticuatro desde su nombramiento) fue cardenal arzobispo de Toledo y primado de España, Marcelo González Martín, don Marcelo. Han pasado veintiún años y su ... figura, lejos de olvidarse, se va acrecentando como la de uno de los principales protagonistas de la vida eclesial española de finales del siglo XX, compartiendo con Tarancón, su antecesor en la sede primada, un papel central durante los años de la Transición. A medida que transcurre el tiempo, sus grandes intuiciones acerca de la aplicación del Concilio Vaticano II, en el que participó con intervenciones muy reconocidas, que demostraron su hondo talante social, que ya había desarrollado en Valladolid siendo canónigo y en Astorga, su primera sede episcopal, se han mostrado como correctas y fecundas. No en vano el papa Benedicto XVI consideraba que don Marcelo había sido uno de los pocos obispos que entendieron correctamente cómo habían de ser aplicadas las reformas conciliares. Los frutos, especialmente fecundos en el campo de la formación sacerdotal, con un seminario que ha dado abundantes sacerdotes a la Iglesia diocesana de Toledo y a la universal, han ido dando la razón a don Marcelo, tan incomprendido a lo largo de su vida, desde sus tiempos vallisoletanos, en los que promovió la construcción de viviendas dignas para gente humilde, hasta los rechazos que sufrió en su etapa episcopal, incluidos muchos dentro de la propia Iglesia española, que le consideraban un conservador recalcitrante.
Nada de eso fue don Marcelo. Buscó una verdadera renovación eclesial, desde la fidelidad a la tradición recibida, en esa hermenéutica de la continuidad de la que habló Benedicto XVI, viviendo una total comunión, afectiva y efectiva, con los papas bajo los que coincidió su ministerio, particularmente Pablo VI y Juan Pablo II. Su honda espiritualidad, centrada en Jesucristo, María y la Iglesia, le llevaron a defender la verdad del Evangelio, en la que se incluye el desarrollo humano en todas sus dimensiones, que se manifestó en Toledo, no sólo con el extraordinario desarrollo de Cáritas y de diversas iniciativas caritativo-sociales, sino también, y esto es menos sabido y recordado en la capital de su diócesis, con la promoción y construcción de viviendas en el barrio de Santa Bárbara. Libre, su elocuente palabra, llena de reciedumbre y sonoridad bellamente castellana, que llenaba en Semana Santa la Catedral Primada, se alzaba contra lo que consideraba un ataque a la Verdad, sin componendas ni sumisiones, aunque siempre desde el respeto.
Humanista, culto, de profundos conocimientos teológicos y humanos, su pluma nos ha dejado unos escritos, hermosos en la forma y hondos en el fondo, en los que desgranó todos los variados aspectos de la doctrina cristiana, al hilo de celebraciones, fiestas, acontecimientos civiles y eclesiales, sin dejar de lado una apasionada preocupación por la cultura, siguiendo la estela de los grandes arzobispos que, desde la época visigoda, han regido la sede toledana. Su munificencia y generosidad le llevó a pagar de su propio peculio obras teológicas o culturales de primera magnitud que sin su ayuda hubieran resultado imposibles de publicar. Promovió, como Cisneros, la celebración en la Catedral Primada de una liturgia, tanto latina como hispano-mozárabe, digna, bella, capaz de elevar el espíritu hacia la contemplación de lo Divino, y para ello, también como Cisneros, cuidó de la renovación material del templo, que desde entonces ha conocido un continuo proceso de atención, haciendo de la Dives Toletana una de las catedrales mejor cuidadas de España. Al mismo tiempo procuró la conservación del rico patrimonio artístico de la archidiócesis.
Pocos ámbitos de la vida cristiana en Toledo y en las tierras extremeñas unidas desde la Edad Media a la archidiócesis quedaron fuera de la preocupación de don Marcelo, quien promovió la catequesis, la formación de los laicos, la atención pastoral –antes tan descuidada- a Talavera, culminando con la celebración del Sínodo Diocesano, que supuso una auténtica movilización de toda la comunidad diocesana, buscando la auténtica renovación querida y pedida por el Concilio. Recorrió la extensa geografía diocesana, con especial predilección por el Santuario de la Virgen de Guadalupe, a donde acompañó al papa Juan Pablo II en su visita a España y quiso, cuando divisaba cercana la presencia de la Hermana Muerte, señalar como lugar de su reposo la capilla de San Ildefonso de la catedral, aunando su profunda devoción al santo patrono de la archidiócesis con su gran respeto y veneración por otro de los gigantes de la historia toledana, el cardenal Gil de Albornoz.
Se oyen voces que solicitan que se inicie el proceso de beatificación de don Marcelo. No sé si los tiempos están maduros para ello, aunque se da el caso de gente que acude a su tumba no tanto a rezar por él como a encomendarse a su intercesión. Lo que sí es seguro que, parafraseando a su amigo y paisano Miguel Delibes, la sombra de don Marcelo es alargada y que la luz de su fecundo pontificado no sólo no se extingue, sino que se acrecienta paulatinamente.
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